Con Sergio Luis Fagundes
“El que busca la verdad y crea su propio destino
El que endereza camino, a punta de voluntad
Sin que importe dónde está, ni cuan dura sea su vida
Siempre se encuentra una salida, pal que vive con dignidad”.
(Rubén Blades, La belleza de un Son).
El presidente del Sindicato de Trabajadores de la Alimentación de Lajeado y Región nos recibió en su local sindical a nuestro paso por la ciudad. Firme en sus convicciones y afable en el trato, nos cuenta como desde niño se vio obligado a valerse por sí mismo y como ello está presente en la gestión al frente de la organización.
Gerardo Iglesias
26 | 09 | 2022
Sergio Luis Fagundes | Foto: Gerardo Iglesias
Lajeado se encuentra a 120 km de Porto Alegre, capital del estado de Rio Grande do Sul.
Llegamos a la sede del sindicato en la zona céntrica de la ciudad. Sergio nos recibe y nos dirige por el amplio espacio de eventos múltiples, y al fondo, en el estrado, me pide descubrir una gran placa: allí aparece el logo de la Rel UITA, enorme como la sonrisa cómplice de Paulo Madeira, presidente de la Federación.
Luego de tamaña confabulación Sergio, en su oficina, en rueda de mate, impone la cadencia y contenido al encuentro. Su narrativa se escora en su niñez en situación de calle, la disolución de la familia, sus raíces a la intemperie, lo que perdió y ganó en la vida.
“Nací en Arroio do Medio, cerca de aquí a unos pocos kilómetros, hace 58 años. Cuando mi madre se fue de casa, decidí quedarme con mi papá”, comienza diciendo.
“Eso ocurrió en 1972-1973. Al tiempo mi padre enfermó de un terrible cáncer en el rostro y por esa razón debía recibir atendimiento clínico en Porto Alegre donde permanecía meses internado. Yo tenía unos siete años y cuando mi padre viajaba a la capital me quedaba solo en la casa. Literalmente solo. En 1976 papá falleció y mi madre, que tenía otro marido, se olvidó de mí siendo apenas un niño”.
El silencio se hace denso. El mate llega oportuno, salvador. Sergio lo sujeta con ambas manos buscando la tibieza que en ese momento no encuentra en su interior ni en la mañana gris y gélida.
Luego nos enteramos que desde niño se defendió como pudo: juntó leña en el monte, carpió para limpiar terrenos, estaba siempre a la orden para realizar toda clase de changas a cambio de comida.
“Nunca me gustó pedir”, sentencia orgulloso.
Con 15 años obtuvo el primer trabajo formal en una fábrica de helados llamada Urso Branco, y al poco tiempo tenía las llaves del local. Lo cierto es que salió adelante, a pesar de todo, de lo dura que fue su niñez y adolescencia.
¿Sus cartas estaban en la mesa antes de empezar el juego? ¿El destino se endereza a punta de voluntad? ¿Era otra la calle y la gente que en ella vivía hace cincuenta años? ¿Existían redes de contención más sólidas y solidarias?
Sergio es concluyente: “la situación era diferente, pero es la gente que hace la diferencia. Nunca tuve problemas con la policía, ni con drogas o por robar. Así me hice, la calle fue mi escuela y la vida misma me fue llevando”.
“Mi infancia en la calle me fortaleció como persona, estructuró mi carácter, me hace revalorizar a mi familia cada día. Haberme aferrado a trabajar siempre para ganarme el pan, me permitió salir de las calles sin ser un delincuente o un adicto”.
Sergio está al frente del sindicato de la alimentación con la mayor membrecía del Estado.
“Hace 34 años que soy afiliado al sindicato, cuando ingresé como funcionario al Frigorífico Minuano. En el camino sindical me encontré con Paulo (Madeira), un hermano, con quien aprendí que ser sindicalista es dar lo mejor de uno en la construcción colectiva por un país mejor”.
Y sin niños en la calle, me permito anexar.