Le Pen y Bolsonaro
Los límites al ejercicio del poder son constantemente sobrepasados sin que haya casi ninguna resistencia por parte de la sociedad o de la Justicia.
Leneide Duarte-Plon – Fórum 21
27 | 10 | 2022
Foto: Fórum 21
La frágil democracia brasileña funciona últimamente como un himen complaciente, expresión que mi amigo Otto Lara Resende usaba para referirse al exceso de condescendencia que se verifica en determinadas situaciones.
Vemos que todo es aceptado y digerido por una sociedad resignada, se rebasan constantemente los límites del ejercicio del poder -cuando rige la derecha- sin que exista casi resistencia por parte de la sociedad o de la Justicia, cuya función en democracia es garantizar el buen funcionamiento de las instituciones democráticas.
Pienso en la complacencia de la sociedad ante el presupuesto secreto, los recortes constantes a los fondos de salud y educación, el escándalo del intento de comprar vacunas sobrefacturadas, del viagra y las prótesis de pene para los viejos militares… además de toda una serie de horrores que la prensa y las instituciones han ido normalizando en los últimos cuatro años.
Brasil avanza hacia un posfascismo, mezcla de fundamentalismo neopentecostal y de proyecto de poder totalitario y antidemocrático.
Si los brasileños no dicen claramente, el 30 de octubre, que quieren otro modelo de país, Brasil puede convertirse en una teocracia fundamentalista construida sobre el odio al pensamiento racional, a la cultura, al debate de las ideas, a las artes en general. Con la garantía de los militares que dirigen el país desde 2018.
Brasil no vive el fascismo mussoliniano que conoció la Italia de 1922 a 1943.
Benito Mussolini, el Duce, instaló un gobierno dictatorial en 1922 hasta que fue destituido como primer ministro por el rey Vítor Emanuel II, el 25 de julio de 1943.
El dictador fue arrestado, para ser liberado por los alemanes y “reinar” sobre una República Social Italiana fantoche, en Salo, al norte de Italia, ocupada por Alemania hasta 1945. Mussolini fue asesinado luego por guerrilleros resistentes.
El fascismo mussoliniano no es un modelo copiado al pie de la letra en Brasil, sino que está siendo reinventado y adaptado al siglo XXI al sur del Ecuador.
En su conferencia “Reconnaître le fascisme” (Grasset, 2017), el gran semiólogo, filósofo y lingüista Umberto Eco escribe: “El fascismo se puede jugar de mil maneras, sin que el nombre del juego sea nunca otro”. En todas las formas de fascismo, dice Eco, la cultura es sospechosa porque se identifica con el pensamiento crítico.
“En el fascismo italiano el poder Legislativo se convirtió en una ficción, el Ejecutivo controlaba directamente al Poder Judicial y los medios de comunicación, promulgando directamente nuevas leyes (entre ellas las que defendían la raza con el apoyo formal del Holocausto)”, escribe el pensador.
En Brasil se viene intentando el dominio del Ejecutivo sobre los demás poderes desde 2018 y podría agudizarse en una nueva legislatura.
Cuando, en 2008, llegué a la casa del general Paul Aussaresses, en Alsacia, para entrevistarlo para Folha de S.Paulo –entrevista que se desarrolló en varios encuentros que se convirtieron en un libro (La tortura como arma de guerra – de Argelia a Brasil) – vi una enorme bandera francesa en la pared de su sala de estar.
Paul Aussaressesfue coronel durante la guerra de Argelia y era el temido jefe de los escuadrones de la muerte. Los militares franceses mataron e hicieron desaparecer los cuerpos de los resistentes e independentistas argelinos.
Fueron miles los desaparecidos en aquella guerra, en la que los franceses perfeccionaron distintas formas de enfrentarse al Frente de Liberación Nacional argelino, incluido el control de la población civil y los interrogatorios bajo tortura.
La “escuela francesa” fue, como muestro en el libro, un modelo para la dictadura brasileña.
Aussaressesnunca dejó de ser anticomunista, racista y adorador de su bandera. Los neofascistas del Frente National, que celebró su 50 aniversario este mes y fue fundado por Jean-Marie Le Pen, un torturador en la guerra de Argelia, desfilan con sus banderas y las exhiben en cada mitin.
El símbolo del partido en el momento de su fundación era una llama (inspirada en la llama del partido fascista italiano) con los colores de la bandera francesa: azul, blanco y rojo.
Gradualmente, Agrupación Nacional (RN), el nuevo nombre del partido de Le Pen, abandonó las imágenes asociadas con el fascismo para hacer que Marine Le Pen, hija del viejo líder, fuera más amigable para el electorado.
En alianza con La Liga y con Forza Italia, dirigidos por Matteo Salvini y Silvio Berlusconi respectivamente, el partido posfascista Hermanos de Italia obtuvo la mayoría en las elecciones italianas del 25 de septiembre, llevando al poder a Georgia Meloni.
Esta denominación de posfascista es la más utilizada por los periódicos franceses e italianos para designar a los nuevos seguidores de Mussolini, a quien Meloni elogió hace unos años. Los videos están ahí para mostrar su admiración por el Duce.
Como en otros países europeos, la extrema derecha francesa crece a cada nueva elección.
Este año, el partido de Marine Le Pen creció de 8 diputados a 89. Y por tercera vez su partido llegó a la segunda vuelta de las presidenciales, como en 2002 y 2017.
En 2002, Jean-Marie Le Pen obtuvo el 16,86 por ciento, superando por poco al candidato del Partido Socialista, el primer ministro de entonces Lionel Jospin, que obtuvo el 16,18. Era la primera vez que los franceses veían el neofascismo a las puertas del Elíseo.
En 2017, la extrema derecha reapareció en segunda vuelta con la clasificación de Marine Le Pen. El resultado final fue de 33,9 por ciento para ella y 66,1 para Emmanuel Macron. Ese año, el partido de Le Pen llevó al parlamento a ocho diputados.
Pero en 2022, RN volvió a poner a Marine Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Macron retrocedió un poco, siendo elegido con el 58,55 por ciento y Marine Le Pen alcanzó el 41,45. ¡En las elecciones legislativas, dos meses después de las presidenciales, RN eligió 89 diputados!
¿Qué significa este crecimiento espectacular?
Que Francia no es inmune al posfascismo, que ya está en el poder en algunos países europeos y en Brasil.
“La possibilité du fascisme” (La découverte, 2018), libro de Ugo Palheta, es una lectura fundamental para reflexionar y prepararse para la batalla de las nuevas elecciones presidenciales francesas de 2027, que podrían desembocar en la primera mujer y la primera representante de extrema derecha en llegar al Palacio del Elíseo.
Una auténtica pesadilla para un país que se cree inmune al fascismo por su historia.
En las dos últimas elecciones presidenciales francesas, en 2017 y 2022, muchos electores votaron en la segunda vuelta no necesariamente para elegir a Emmanuel Macron sino para repeler la amenaza de extrema derecha que representaba Marine Le Pen.
Vale recordar que, en Brasil, el PL de Bolsonaro subió este año de 76 a 99 escaños, convirtiéndose en la bancada más grande del Congreso. Un crecimiento considerable y aterrador.
Gran parte de la prensa brasileña todavía no parece apreciar el riesgo que representa para la democracia un nuevo gobierno del ex capitán del ejército.
En un largo reportaje titulado “La tentación autoritaria”, en el diario online suizo “Republik”, el periodista Philipp Liechterbeck escribió en 2018:
“Si Bolsonaro gana las elecciones, no será solo Brasil el que sufra un trauma. Su victoria provocará un terremoto político internacional”.
En su excelente informe, Liechterbeck explicó:
“Si Bolsonaro llega a la presidencia, el gigante sudamericano estará dirigido por un aventurero de extrema derecha que quiere salir de Naciones Unidas y considera a Adolf Hitler un gran estratega. Incita al odio hacia los negros, hacia los homosexuales, desprecia a las mujeres y a los indígenas e incita a la violencia contra todos aquellos que tienen posiciones políticas diferentes a la suya”.
En 2018, el diario suizo no fue el único en alarmarse ante la posibilidad de una victoria del candidato neofascista o posfascista, como prefieren los italianos.
Los diarios franceses también publicaron artículos sobre la extrema polarización que vivía Brasil, que corría serio peligro de ser gobernado por un admirador de Hitler y Donald Trump.
En aquel 2018, la prensa brasileña parecía vivir en un mundo paralelo.
Incluso se opuso a identificar al capitán como un político de “ultraderecha”. En cualquier democracia, un político nostálgico de la dictadura y defensor de la tortura sería considerado ultraderechista. La prensa decía que era “de derecha”.
Este año, la declaración de apoyo a Lula de Simone Tabet y del PDT de Ciro Gomes, que en la primera vuelta de las elecciones se ubicaron tercera y cuarto respectivamente, materializó el frente republicano que repudia el autoritarismo antidemocrático y el sistema militar instalado en el poder en Brasil desde 2018.
Vivimos un momento histórico en el que estamos llamados a elegir entre un país armado y dividido por la prédica del odio y un Brasil reconciliado con su ideal de justicia social, inclusión y fraternidad..
Con un gobierno que respete la Constitución y la estricta separación de poderes que ella prevé.