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Bolsonaro y sus movimientos febriles
Como elefante en un bazar
A medida que avanza la pandemia de Covid-19 y queda en evidencia su disparatado y criminal manejo de la crisis, Jair Bolsonaro va perdiendo apoyos incluso entre quienes lo llevaron al poder
y el ex capitán anda de lo más nervioso.
Daniel Gatti
Ilustración: Bonil | CartonClub
Empujado por las circunstancias, el lunes 29 el presidente de Brasil remplazó a seis integrantes de su gobierno, incluyendo a fieles de la primera hora.
No fue un mero cambio de gabinete: el ex capitán del ejército se vio obligado a aceptar la renuncia de su ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araújo, y se deshizo de un plumazo de su ministro de Defensa, Fernando Azevedo, y de otros cuatro altos cargos, entre ellos del titular de la Secretaría de Gobierno, que hace el puente entre el gabinete y el parlamento.
Dos semanas atrás, el general Eduardo Pazuello había renunciado a la titularidad del Ministerio de Salud.
A su vez, la salida de Azevedo provocó, el martes 30, la dimisión de los tres comandantes de las fuerzas armadas.
Todos estos movimientos dejan en evidencia la magnitud de las diferencias entre el entorno del presidente y algunos de sus principales sostenes, como los mandos militares y el Congreso.
Directa o indirectamente, el desastre en la gestión de la crisis sanitaria explica los enfrentamientos.
El general Pazuello estaba completamente alineado con la política de Bolsonaro en relación a la pandemia: primero negarla y luego fingir como que algo se hacía para combatirla.
El canciller Araújo se había convertido por su lado en un personaje absolutamente impresentable a nivel internacional en momentos en que los números pandémicos brasileros empeoran todos los días −superó los 12,6 millones de contagiados y se acerca a los 320.000 muertos− y el país es ya una bomba de tiempo para el mundo entero.
Con Donald Trump como inspirador –“salvará a Occidente del marxismo cultural”, dijo en 2017− este oscuro, ignorante y reaccionario diplomático no paró hasta sus últimos días en el ministerio de atacar a China (el Covid 19 es un “comunovirus”, afirmó), a la Organización Mundial de la Salud, a India, al gobierno de Joe Biden…
Mala idea enfrentarse a China cuando de allí podían provenir las vacunas tan ansiadas, al igual que de India. Mala idea atacar a Biden, nuevo patrón imperial. Mala idea apuntar a Pekín, principal cliente de Brasil.
Algunos aliados no aguantaron más, se retobaron y le dieron un ultimátum al presidente: releve a Pazuello, releve al canciller Araújo, le dijeron algunos de los parlamentarios oficialistas más relevantes.
Saque a Araújo, lo conminaron los grandes exportadores que no quieren por nada del mundo perder sus ventas a China. Saque a Araújo, clamaron también decenas de diplomáticos, que ven cómo este hombre que se decía formado por un astrólogo y que citaba a Benito Mussolini en el parlamento estaba acabando con la sofisticada tradición diplomática brasileña.
Uno de quienes tomó la ofensiva fue Arthur Lira, presidente de la Cámara de Diputados y actual coordinador del “Centrao”, la alianza entre partidos conservadores que se dicen ubicados en el centro político y que se venden al mejor postor. En las elecciones de 2018, ese mejor postor fue Bolsonaro y hacia él fluyeron los apoyos del Centrao.
El conglomerado controla las dos cámaras del Congreso y aumentó su poder –y en consecuencia su capacidad de chantaje− en las elecciones municipales de noviembre pasado, donde se llevó por delante a los candidatos respaldados expresamente por el presidente.
Lira amenazó directamente a Bolsonaro con que si no sacaba a los dos ministros y se decidía a emprender un plan de combate a la pandemia −por ejemplo con una campaña de vacunación rápida y masiva− recurriría a “remedios muy amargos”. Vale decir: un juicio político, una gimnasia en la que estos legisladores son duchos.
El presidente acató a medias: remplazó al general Pazuello, pero no por la doctora de alto nivel que le propuso el Congreso –una mujer totalmente opuesta al negacionismo bolsonarista− sino por otro médico, Marcelo Queiroga, un aliado suyo.
También, con dolor en el alma, destituyó a Araújo.
Pero al mismo tiempo echó al general Azevedo del Ministerio de Defensa. El presidente le reprochaba que no hubiera podido –o no hubiera querido− lograr que los mandos militares obedecieran sus políticas.
Bolsonaro llenó de militares su gobierno, al punto que carteras como la de Salud, en principio tan alejada de la cosa castrense, se convirtieron en un emporio de uniformados.
Pero buena parte de ellos están en situación de retiro: las relaciones con los oficiales de mayor rango en activo nunca le fueron fáciles a este ex capitán del Ejército que muchos años atrás abandonara las Fuerzas Armadas por la puerta de atrás tras haberse sublevado por reivindicaciones salariales.
Los altos mandos “se enojaron mucho” cuando el presidente quiso movilizar a las Fuerzas Armadas para obligar a los gobernadores que habían tomado medidas de confinamiento a que dieran marcha atrás, dijo a La Rel Jair Krischke, presidente del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos de Brasil y asesor en derechos humanos de la UITA.
No gustó a los comandantes, agregó, que Bolsonaro dijera un día que “su” ejército no sería utilizado para “reprimir a los trabajadores que quieren ir a trabajar”.
El ahora ex comandante del arma de tierra Edson Pujol “siempre se mantuvo lejos de Bolsonaro, diciendo cada tanto que el Ejército es una institución del Estado, no del gobierno”, y oponiéndose, al igual que el general Azevedo, a la declaración del estado de sitio en las regiones confinadas, agregó Krischke.
Esa fue la razón de la caída del ministro de Defensa y de la renuncia de Pujol y los otros dos comandantes de las Fuerzas Armadas.
Para Darío Pignotti, corresponsal en Brasil del diario argentino Página 12, no es que los antiguos mandos militares fueran “antigolpistas” o “demócratas” –ninguno hizo nada para impedir el impeachment a Dilma Rousseff y los tres allanaron el camino a la llegada al poder de Bolsonaro− pero con la bestia parda del actual presidente tenían sus diferencias.
Mientras tanto, arrecian otra vez en las redes sociales los llamados a las Fuerzas Armadas para que den un golpe de Estado manteniendo al ex capitán en el poder.
Uno de esos llamados, fechado el 28 de marzo y dirigido a los anteriores mandos militares, dice que “solo el brazo fuerte y la mano amiga” pueden sacar a Brasil de la decadencia actual.
“Vivimos en una total inversión de nuestros valores morales, éticos y cívicos”, en medio de “un sistema que arrasa con nuestras libertades”, se lee en el texto. “El comunismo golpea a la puerta y estamos a un paso de convertirnos en Venezuela”. “Nuestro querido presidente” puede “salvarnos”. “Socorran, señores comandantes, a la nación brasileña”.
Uno de los primeros actos del nuevo ministro de Defensa, el general Walter Souza Braga Netto, fue llamar a conmemorar el 57 aniversario del golpe de Estado de 1964, este 31 de marzo, como un movimiento “pacificador” de las Fuerzas Armadas para “reorganizar el país y garantizar las libertades democráticas”. Una belleza.
El martes 30 un diputado bolsonarista, mayor retirado del ejército, presentó un proyecto de ley para instaurar un comando de guerra bajo dirección del presidente. El supuesto objetivo sería combatir la pandemia. Bolsonaro asumiría poderes especiales y tendría bajo su control directo a las policías militares.
No prosperó, pero tenía el apoyo de un sector considerable del Centrao. La oposición denunció un golpe encubierto.
En la mañana del martes, Jair Messías Bolsonaro apareció en un mitin público rodeado de pastores de iglesias evangélicas aliadas. Quería convocar a los brasileños a una jornada de “ayuno y oración” por la “sanación del país” y la “preservación de las libertades”. Tenía el tono alucinado de los grandes días y dijo que se avecinaban tiempos felices.
Jair Krischke cree que, a pesar de sus bravuconadas, el campo del presidente está en retroceso. “Bolsonaro quiere fortalecerse de cara a las elecciones de 2022 pero en realidad va a salir más fragilizado aún de lo que ya está”, dijo a La Rel.