“Y nadie dijo nada…
Una caldera en deficiente estado, inspeccionada por funcionarios que tienen la obligación no escrita de decir que todo está bien, como el referí localista en el fútbol que dice ‘siga…siga’.
Empresas que todos sabemos y nadie hace nada, son absolutamente transgresoras de las normas laborales, de seguridad e higiene, de sanidad alimentaria, de leyes tributarias, que compran y venden en negro, que pagan remuneraciones en negro.
Pero que se llenan la boca diciendo ‘Nosotros le damos trabajo a la gente’; en lugar de decir ‘Nosotros necesitamos de la gente para maximizar nuestras ganancias’.
Como laburante lechero sé que es muy difícil denunciar algunas cosas, porque el riesgo es la clausura del establecimiento y la consiguiente zozobra de los compañeros que afrontarán suspensiones y despidos en consecuencia.
Cualquiera de nosotros castigaría con el desprecio, al dirigente que por exigir seguridad ocasione una clausura no deseada.
Pero no debemos quedarnos callados, eso es lo peor que podemos hacer. Uno de los nuestros murió en silencio, mansamente sometido al riesgo cotidiano de la desidia, porque ese compañero que murió, como todos los otros compañeros de fábrica sabían y saben en qué condiciones trabajan.
La empresa nada ha dicho, las entidades empresarias tampoco, será que ellos piensan: «total es sangre de gauchos».
Para mí fue un compañero, que no conocí, pero con quien me unió la dignidad de ganarme la vida decentemente, el sufrimiento y la bronca por las diferencias y por las injusticias, en fin, lo que se dice sentir a alguien compañero de trabajo, de clase.
Murió un trabajador, nadie quiera parafrasear: «total es sangre de gauchos«.