En solo seis años se ha consolidado y recorrido América Latina y muchas partes del mundo, logrando instalar de un modo conmovedor y elocuente su manera de decir: basta de violencia machista, basta de femicidios, basta de naturalizar la sucesión de asesinatos que son ejecutados a mujeres por su condición de mujeres.
Las integrantes del colectivo se reconocen en la tenacidad de todas las mujeres que históricamente han venido luchado la misma lucha.
La creación del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad el último mes del año 2019 y la sanción de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, casi al borde del fin del año 2020, fueron dos hitos que el movimiento arrancó al Estado argentino a partir de su esfuerzo y tesón.
Aunque consiguieron que el clamor de la reivindicación permeara en la sociedad, se instalara en los medios de comunicación y cuestionara gobiernos, la cantidad de femicidios no disminuyó.
Según estadísticas registradas por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en el año 2020 hubo en Argentina 251 femicidios, cifra que se mantuvo estable desde el año posterior a la primera marcha. En el 2019 hubo 252 femicidios, en el 2018 se contaron 255, en 2017, se registraron 251 y en el año 2016, los femicidios alcanzaron 254 (Página12, 3/6/21).
De enero a abril de 2021, ya hubo 92 femicidios y 5 transfemicidios, que fueron consignados por el Observatorio de Femicidios de Argentina Adriana Marisel Zambrano de la Casa del Encuentro.
De esas mujeres, 12 ya habían denunciado previamente la violencia sufrida. En diez casos los femicidas contaban con medidas cautelares de prevención, y 10 eran agentes o ex agentes de fuerzas de seguridad de la Nación.
Fueron asesinadas en sus hogares el 64 por ciento y el 61 por ciento, víctimas de sus parejas o ex parejas. A la mayoría las balearon, apuñalaron y asesinaron a golpes; al resto, las incineraron, ahorcaron, estrangularon, degollaron, ahogaron, asfixiaron y hasta atacaron con hachas y machetes. Se quedaron sin madres 103 hijas e hijos, de ellos, 65 eran menores de edad.
Hay un promedio de 5 años y medio entre el primer acto de violencia y el momento en que efectivamente la mujer lleva a cabo la denuncia contra su pareja o ex, según estudio sobre denuncias de la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema (años 2018- 2020).
Durante esos más de 5 años en que son maltratadas, ellas solo toleran y sufren la violencia. Esta se naturaliza y consolida. La víctima se debilita, el agresor se refuerza y se habitúa.
El Estado no es demasiado confiable, muchos de sus propios agentes reproducen la violencia de distintas formas. A pesar de ello, no denunciar no es una opción, es como ahogarse sin intentar siquiera llegar a la orilla.
La sociedad actual está atravesada por muchas violencias. La que se ejerce contra la mujer tiene más aristas de las que parece.
El matemático y sociólogo noruego Johan Galtung, reconocido investigador sobre la paz, analiza la situación a través del denominado triángulo de la violencia.
Plantea que existe una relación entre tres clases de violencia: la directa, que se sustenta sobre otras dos: la cultural (o simbólica) y la estructural, sostenidas todas por un orden social androcéntrico denominado patriarcado, donde el varón se coloca en el centro de gravedad, ejerciendo una autoridad y dominio absoluto.
La punta superior del triángulo es comparada por Galtung con un iceberg que se visualiza fácilmente: es la parte más pequeña que deja en evidencia lo que se encuentra sumergido. Se trata de la violencia directa física o verbal, que se ejerce a través de actos de comportamiento violentos: femicidios, violaciones, golpes, abusos, humillaciones. De fácil visualización, es teóricamente rechazada por el orden social.
La violencia cultural se encarga de legitimar la violencia y se expresa en actitudes que se manifiestan en relatos o mitos fundadores.
Estos surgen de las religiones (Eva naciendo de la costilla de Adán), la ciencia (disminuyendo su intelecto o diseñando perfiles de personalidad alterados) el Derecho (impidiendo ejercer derechos básicos sobre su cuerpo como el aborto), el arte (exhibiendo un humillante estereotipo de mujer en filmes, canciones, representaciones), la economía (no reconociendo como trabajo productivo remunerable las tareas de reproducción y mantenimiento de la vida), entre otros.
Su visibilidad es muy escasa y no está reconocida por el orden social.
La violencia estructural es clave. Es la más importante porque crea las condiciones para el desarrollo de las otras violencias. Diseña la estructura de un orden social básicamente injusto y abusivo, donde el sector mayoritario se ve oprimido por el minoritario de manera arbitraria y, además, es el que se encarga de fijar las normas, guardándose para sí todo el poder.
Coloca a las mujeres en situación de subordinación al varón, con necesidades vitales insatisfechas, empobrecidas, sin reconocimiento ni paga por sus tareas de reproducción y mantenimiento de la vida.
Las estructuras institucionales no le reconocen su valor central en el mantenimiento de la humanidad. No se contemplan sus particularidades. No cuentan con posibilidades reales de desarrollar potencialidades.
Se crea una sociedad opresora que cuenta con un ejército de esclavas (desempeñando un trabajo vital no remunerado) que sostiene el sistema y favorece el aumento del capital, empobreciéndolas aún más.
El reparto de los recursos siempre las perjudica cuando son las principales generadoras de la mayor riqueza: la vida.
Esta violencia es prácticamente invisible para la mayoría, y por supuesto, está lejos de ser reconocida y rechazada.
¿Ahora se entiende por qué la historia sigue manchándose de sangre de mujer?