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Museo de la ex ESMA declarado patrimonio mundial de la memoria

“El símbolo más prominente del terrorismo de Estado”

Desde 2015 funciona en lo que fuera el mayor campo de exterminio de la dictadura argentina, la ex Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), un museo que recuerda los horrores que allí se cometieron. La pasada semana la UNESCO lo declaró Patrimonio Mundial y lo inscribió en su lista de sitios protegidos.

Daniel Gatti

25 | 09 | 2023


Foto: Nelson Godoy

La decisión de la agencia de Naciones Unidas tendrá consecuencias concretas: en medio de los embates de una ultraderecha en ascenso que se proponía destruir esa suerte de ente testigo del terrorismo estatal, garantiza que no se lo tocará.

Se calcula que por el centro clandestino de detención que la dictadura argentina montó en la ESMA en 1976 pasaron al menos unas 5.000 personas, una enormidad, Todas fueron torturadas, humilladas hasta lo indecible. La mayoría engrosaron las listas de desaparecidos.

Desde el cuartel salían “vuelos de la muerte”, con mujeres y hombres a bordo que eran arrojados vivos a las aguas del Río de la Plata. También funcionó en el predio una maternidad clandestina: buena parte de los niños y niñas que allí nacían eran arrancados de sus madres, que por lo general eran asesinadas, y entregados a apropiadores, a menudo militares.

Algunas decenas de detenidos en la ESMA sobrevivieron y acabaron denunciando los espantos a los que habían sido sometidos.

“Fue el símbolo más prominente del terrorismo de Estado” en Argentina, consideró el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios de la UNESCO al elegir al museo instalado en la ex ESMA entre 50 propuestas de sitios de memoria.

La maquinaria por dentro

Cuando en 2014 el gobierno de la época decidió expropiar a la Armada la totalidad del predio de la Escuela creada en la década de 1920 para instruir a los integrantes del arma, su intención ya era montar un espacio de memoria en el Casino de Oficiales, base del campo de concentración.

En el resto del terreno, de un total de 17 hectáreas, se organizan desde entonces actividades del más diverso tipo relacionadas con los derechos humanos y tienen su sede algunos organismos.

El museo comenzó a funcionar en mayo de 2015, y desde entonces lo han visitado cerca de 400.000 personas, a razón de 55.000 por año, entre ellas alumnos de escuelas primarias y secundarias.

Los últimos sábados de cada mes se organizan visitas guiadas con invitados especiales: periodistas, historiadores, integrantes de asociaciones, sobrevivientes.

El recorrido dura algo más de una hora y abarca las cuatro plantas del Casino de Oficiales, desde el sótano, donde funcionaban salas de tortura, hasta los lugares en que se hacinaba a los detenidos (llamados “Capucha” y “Capuchita” por los represores), pasando por la pieza destinada a las embarazadas, los espacios para el trabajo esclavo, la “maternidad” clandestina, el Salón Dorado, que los oficiales utilizaban como oficina de planificación, los almacenes en que se apilaban los bienes robados a los desaparecidos…

El Museo reconstruye “una maquinaria de exterminio en la que el más mínimo detalle era cuidado con el fin de aniquilar al detenido desde el momento mismo en que llegaba, cuando le despojaban de su nombre y le asignaban un número”, dijo la semana pasada uno de los pocos sobrevivientes del campo que tiempo atrás volvió al lugar.

“Fue doloroso, pero en cierta medida también sanador”, contó.


Foto: Nelson Godoy
Historias

Por estos días han salido nuevamente a luz historias de diverso tipo relacionadas con el campo de la ESMA: de sobrevivientes, de vecinos del lugar que se arrepienten de haber querido ignorar lo que allí sucedía a pesar de sospecharlo.

Entre todos los testimonios reflotados hay uno que impresiona particularmente: el de Andrea Kirchmar, que cuando apenas tenía 11 años fue a la ESMA invitada por Berenice, su mejor amiga, hija de un militar que vivía en el establecimiento de la Marina.

Había ido a jugar y en cierto momento vio, a través de una ventana, a una mujer en harapos, encadenada y encapuchada que bajaba de un auto, según contó unos ocho años después, cuando tuvo lugar el famoso juicio a las juntas militares que acaba de recrear la película Argentina, 1985.

Kirchmar había estado en la casa de Rubén Chamorro, el vicealmirante que dirigió el campo entre 1976 y 1979, y que ofició de mano derecha del contraalmirante Emilio Massera, comandante de la Armada y uno de los integrantes de la primera junta militar que se hizo cargo del país tras el golpe del 24 de marzo de 1976.

Durante esos tres años Chamorro se instaló en la planta baja del edificio, donde había espacios por donde transitaban tanto los marinos hospedados en la escuela como los secuestrados. Berenice le mostró a Andrea, fascinada y juguetona, las armas de grueso calibre que su padre escondía en armarios y bajo su almohada.

Kirchmar se guardó lo que vio hasta que, con 20 años, pudo relatarlo en el juicio, y su testimonio contribuyó a probar que en la ESMA había habido un campo de concentración.

Berenice se suicidó en los ochenta. “Estoy segura de que ella fue también una víctima”, le dijo Andrea a la revista Anfibia en 2016.

También volvió a evocarse esta semana el caso de Domingo Maggio, un detenido que logró escaparse de la ESMA y enviar a embajadas y medios de prensa dibujos de las instalaciones del campo. Estuvo pocos días libre: lo recapturaron y asesinaron, y los militares modificaron parte de la estructura del predio para desacreditar sus denuncias.

En los años noventa, el gobierno de Carlos Menem pretendió tirar abajo las instalaciones del Casino de Oficiales y hacer del predio de la ESMA un “espacio para la reconciliación de los argentinos”.

Los familiares de desaparecidos (Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, HIJOS y otras agrupaciones) y las organizaciones de derechos humanos se movilizaron y pudieron impedirlo.

Años más tarde el Casino fue objeto de medidas cautelares que impiden que sea alterado mientras duren los juicios. La resolución de la UNESCO refuerza la intangibilidad de lo que fuera el campo.

Meses atrás Patricia Villarruel, candidata a vicepresidenta en la fórmula que encabeza el ultraderechista Javier Milei, hija y nieta de militares, abogada defensora de genocidas, propuso devolver el predio de la ESMA a sus antiguos propietarios, que lo donaron a la Armada en los años 1920. Fracasó.

Desaparecidos sin saberlo

Entre los participantes en la ceremonia de inauguración del museo, en mayo de 2015, estuvieron Ana Testa, sobreviviente del campo, y Juan Cabandié, nacido en 1978 en la ESMA, donde su madre, Alicia Alfonsín, de 17 años, estuvo secuestrada antes de ser asesinada.

Cabandié fue apropiado por una familia de militares, con los que vivió hasta que a los años comenzó a tener sospechas de que no era hijo de quienes se presentaban como sus padres.

En 2003 se convirtió en uno de los 11 niños nacidos en cautiverio en la ESMA que recuperaron su identidad biológica gracias al trabajo de las Abuelas de Plaza de Mayo. Otros 20 quizás estén transcurriendo su vida sin conocer su origen, desaparecidos sin saberlo.

“La memoria colectiva es lo más valioso que tenemos para no repetir las atrocidades de nuestra historia”, comentó Cabandié en sus redes sociales luego de conocerse la resolución de la UNESCO.