“Dejen la memoria ahí donde se olvida el olvido.
Para que el verdugo sepa que donde vaya, lo sigo.
No importa que yo no esté, soy un silencio testigo.
Si soy recuerdo y recuerdas no olvides que no hay olvido.
Cuando las madres pregunten qué fue de nuestro destino,
no se olviden de acordarse que ahí comienza el camino”.
(Armando Tejada Gómez)
León Gieco canta que todo está guardado en la memoria. Y hoy, como todos los 24 de marzo, nos vemos en la obligación de ahondar el compromiso que mantenemos con la memoria de los compañeros que quisieron una patria mejor.
La reflexión que permanentemente hacemos se entronca con no borrar de la memoria colectiva del pueblo argentino lo que pasó en aquella nefasta etapa que vivió nuestro país entre 1976 y 1983, cuando se instauró la dictadura cívico-militar más atroz que viviera Argentina en toda su historia.
Hago especial hincapié en decir que fue una dictadura cívico-militar, porque hubo una parte importante de la sociedad civil que fue cómplice, accionista y partícipe necesaria de los resultados nefastos que vivió la sociedad de aquella época.
Desde el campo de los trabajadores tenemos muchas cosas para decir, fundamentalmente porque el 48 por ciento de los desaparecidos fueron trabajadores y empleados, el 21 estudiantes y el 18 por ciento profesionales.
No quiero tampoco pasar por alto el hecho de que la parte diezmada de nuestra sociedad por el terrorismo de Estado estuvo constituida esencialmente por jóvenes.
Más del 80 por ciento de los compañeros desaparecidos tenían entre 16 y 35 años. Juzguen ustedes entonces si es que realmente no fue diezmada toda una generación que soñó con un país distinto.
Les decía que siempre recordamos que el golpe de estado fue producto de una confabulación militar con poderosos segmentos de la sociedad civil.
Recientemente, en una reunión realizada a instancias de la Subsecretaría de Lechería, en el ámbito del Ministerio de Agroindustria, donde participaron la representación empresarial de la industria lechera y la representación de los productores a través de las mesas de lechería y las entidades rurales a nivel nacional, una parte del sector industrial pidió a los presentes que los ayudaran a aniquilar a Atilra.
Esto nos lo han dicho compañeros que participaron de esa reunión y que no piensan como quienes requirieron ese tipo de acción y también la APLA, la Asociación de Productores Lecheros de Argentina, en una carta pública.
Por eso creo en la importancia de tener memoria y saber que a la democracia hay que custodiarla, y que los derechos que se conquistan si no los custodiamos se pueden perder.
Existen, dentro del ámbito de la democracia, intereses que tratan de destruir a aquellas instituciones que hacen algo por la gente, como las organizaciones sindicales, entre ellas, por supuesto, Atilra.
Seguramente hay sectores que no quieren que las organizaciones sindicales brinden salud, que no quieren que las organizaciones sindicales se ocupen y se preocupen no solamente por su membresía sino por los integrantes de toda la comunidad brindando educación en forma gratuita.
Indudablemente no tenemos que repetir lo que ha ocurrido en el pasado para no tener que lamentar nuevamente los flagelos vividos.
Algunos años atrás, Armando Tejada Gómez, un militante de la política pero fundamentalmente un militante intelectual del mundo de las letras, se puso en la piel de uno de los compañeros desaparecidos y entre otras cosas nos interpelaba diciendo:
“Dejen la memoria ahí donde se olvida el olvido. Para que el verdugo sepa que donde vaya, lo sigo. No importa que yo no esté, soy un silencio testigo. Si soy recuerdo y recuerdas no olvides que no hay olvido. Cuando las madres pregunten qué fue de nuestro destino, no se olviden de acordarse que ahí comienza el camino”.
Para nosotros ahí, en los compañeros desaparecidos, comienza nuestro camino. Para no olvidarnos y para no olvidarlos nunca, para que nunca más ocurra.