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El pez de la discordia
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El departamento de Medio Ambiente de Canadá autorizó la producción de salmón transgénico
 
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Hasta el momento la producción de alimentos genéticamente modificados estaba reservada al mundo vegetal, pero no está lejana la hora en que la pesadilla pueda extenderse al reino animal. La empresa estadounidense Aquabounty Technologies logró recientemente una autorización del departamento de Medio Ambiente de Canadá para cultivar huevos de una especie de salmón que ya ha sido bautizada por organizaciones ecologistas: Frankensalmón.
La compañía, que impulsa el proyecto desde el año 2000, logró introducir en salmones atlánticos de la bahía Fortuna, en la isla canadiense de Príncipe Eduardo, un gen de la hormona del crecimiento tomado del salmón tipo y una secuencia reguladora propia de otra especie de peces que viven en aguas gélidas.

El salmón genéticamente modificado crece dos veces más rápido que el salmón original (en año y medio, en vez de en tres años), y pesa también dos veces más, con lo que las ganancias derivadas de su eventual comercialización llegarán a las empresas productoras el doble de rápido.

Las autoridades canadienses dieron permiso a Aquabounty para producir industrialmente en un criadero hasta 100.000 huevos transgénicos.

Detalle: el salmón no crecerá en la isla canadiense sino en la selva de Panamá, hacia donde serán exportadas las ovas del “Frankensfish” para que allí sean criadas, procesadas y lleguen a un estado potencialmente comercializable.

El gobierno del país centroamericano todavía no ha otorgado la autorización correspondiente, y las organizaciones ecologistas panameñas, así como también canadienses, están denunciando presiones del lobby transgénico para que el permiso sea otorgado rápidamente.

El objetivo central de la transnacional biotecnológica es fundamentalmente que la FDA, el organismo público encargado de permitir la venta de alimentos y medicamentos en Estados Unidos, dé su visto bueno a la comercialización del salmón transgénico en ese país.

La decisión sería tomada en las próximas semanas, y de ser favorable para la empresa el “frankensfish” sería el primer animal transgénico en llegar a las góndolas de los supermercados.

Aquabounty está desarrollando otras 30 especies de peces genéticamente modificados.

¿Quién gana?

Luis Ferreirim, un pequeño agricultor y productor ecológico y responsable de agricultura y transgénicos de la organización ecologista Greenpeace, sostiene que Canadá debería haber consultado a los organismos internacionales correspondientes antes de tomar su decisión de autorizar la producción del salmón transgénico. Es una medida, dijo, que “podría afectar a los ecosistemas acuáticos en general.

La liberación de peces transgénicos debe ser considerada una liberación global y, en consecuencia, debe ser parte del acuerdo multilateral de las Naciones Unidas, el Protocolo de Cartagena” sobre la seguridad de la biotecnología, que promueve una postura preventiva ante los riesgos de la manipulación de seres vivos modificados.

Y hay potenciales problemas de seguridad. Uno de ellos es reconocido por el gobierno de Canadá: la posibilidad de que algún salmón transgénico se escape y se mezcle con los salmones salvajes.

“Sería una catástrofe ambiental de gran magnitud. Las autoridades aducen que han tomado las medidas adecuadas para evitarla, pero en Estados Unidos, por ejemplo, también dijeron que evitarían la contaminación entre cultivos agrícolas OGM y convencionales y no lo lograron”, aduce Greenpeace.

Las asociaciones ecologistas señalan igualmente que en Canadá ni siquiera se dispuso el etiquetado del salmón híbrido como producto transgénico.

Para la coordinadora de la Red de Acción Canadiense de Biotecnología, Lucy Sharratt, “se está dando un paso concreto que nos acerca a la realidad de tener a peces modificados genéticamente en nuestros platos”.

"Es una primicia mundial, y tiene un potencial impacto global significativo para nuestro medio ambiente y desastroso para nuestros ecosistemas acuáticos", concluyó.

Lo mismo dijo Zuleika Pinzón, de la Fundación Promar de Panamá, para quien las autoridades de su país deberían manejarse “con mucho mayor prudencia en este caso, aplicando el principio de precaución por los riesgos que se está generando a la diversidad biológica y a la salud humana”.

“¿Quién gana con todo esto? ¿Los consumidores o las compañías transnacionales, que se harían de un producto ya de por sí caro y redituable como el salmón, a bajo riesgo para ellas y a gran velocidad? La respuesta parece evidente”, observa Ferreirim.
 
Rel-UITA
8 de enero de 2014
 
Ilustración: Mural en calle Julio Herrera esq. Rambla Portuaria, Montevideo, Uruguay
Foto: Gerardo Iglesias