JBS y el miserabilismo
corporativo global
Millones para publicidad, millones para la
campaña electoral y limosnas para los trabajadores
Mientras gasta millones y millones de dólares en campañas de publicidad comercial que tienen a artistas de primer plano como figuras principales, y otros tantos millones en apoyar a distintos partidos políticos en la última campaña electoral, JBS, la mayor procesadora de carne del mundo, niega aumentos salariales básicos a sus trabajadores e intenta quitarles beneficios en sus planes de salud conquistados dos décadas atrás.
Desde el domingo pasado, los casi 5.000 trabajadores de las tres plantas de la transnacional en el estado de Santa Catarina, agrupados en el Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Carne de Criciúma y Región (SINTIACR), están en huelga por tiempo indeterminado.
Reclaman cosas elementales: un aumento salarial acorde al alza del costo de vida y a los multimillonarios beneficios que ha obtenido la empresa gracias en gran parte al trabajo de sus empleados; y que no se les toque una vieja conquista de 1995 que les asegura protección de salud a ellos y sus familias.
Pero JBS Friboi apenas les ofrece 1,45 por ciento de aumento salarial real y amenaza con aumentarles muy fuertemente la cuota para la atención médica.
Para ello aduce que tiene problemas financieros, un argumento insostenible.
Sólo en el tercer trimestre de 2014 la transnacional –un gigante mundial que emplea a más de 200 mil personas en casi 150 países- tuvo un beneficio récord de 430 millones de dólares, cinco veces más que en el mismo período del año anterior.
Miserable y antiobrera
Cuando una vaca se cotiza más que una vida humana
En Brasil, JBS-Friboi no tiene sólo fama de miserable. También es conocida por explotar vilmente a sus trabajadores, exigiéndoles ritmos de producción que muchas veces no exige a sus máquinas y afectando gravemente su salud física y psicológica, y su seguridad.
Esos métodos le han valido repetidas condenas de parte del Ministerio Público del Trabajo (MPT), entre ellas una por 10 millones de dólares, la mayor en la historia del país por temas laborales.
Pero la transnacional parece no escarmentar, e insiste en su política antilaboral y abiertamente antsindical.
Cuando el músico Roberto Carlos comenzó a aparecer como una “JBS súper star”, tras firmar un contrato por más de 10 millones de dólares, la compañía acababa de recibir una de esas condenas de parte de la justicia laboral.
Su predecesor como cara visible de la transnacional fue el actor Tony Ramos, al que también se le habían pagado millones. Pero la campaña publicitaria que lo tenía como protagonista era al parecer “excesivamente agresiva” para la competencia, y debió ser levantada.
Los avisos de entonces presentaban a “la carne de JBS” como “la única segura vendida en Brasil”. No sólo eran comercialmente mentirosas esas publicidades: los trabajadores de la firma pueden certificar en su propio cuerpo que JBS-Friboi es, de lejos, una de las empresas más inseguras del país.
En noviembre pasado, el propio Roberto Carlos se sumó a los críticos de JBS. El cantautor le inició juicio por incumplimiento de contrato luego que ésta rescindiera unilateralmente el vínculo.
El artista, que ya había perdido miles de amigos, al menos en la redes sociales, por haber renunciado a viejas convicciones (se lo conocía por vegetariano) a cambio de un montón de dólares, dijo al firmar contrato que lo hacía porque “Friboi es confiable”. Roberto Carlos sufrió en su propia carne esa nueva mentira.
Pero no sólo en publicidad invierte una millonada la transnacional cárnica. También en financiar a los partidos políticos –a todos, oficialistas y opositores– con el ánimo de ganarse favores.
En la pasada campaña electoral, JBS fue la empresa que más dinero “donó” (unos 119 millones de reales, 50 millones de dólares), 40 millones más que la constructora OAS y el triple que la minera Vale.
“En Brasil, es el poder económico el que elige a los políticos”, y JBS Friboi es de las empresas que más “elige”, dijo por entonces Gil Castello Branco, de la ONG Cuentas Abiertas.
Pero claro, para los trabajadores el dinero no alcanza y el desprecio hacía sus “colaboradores” no tiene límites.