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La pandemia la agravó

Las desigualdades, en la base del hambre

Del coronavirus se dijo en un primer momento que igualaba a los seres humanos, que ante la enfermedad estábamos todos en el mismo barco y saldríamos todos a flote o no saldríamos. Era una falacia, una más: las nuevas cifras de la pobreza y el hambre en el mundo muestran que la pandemia “sólo” agravó desigualdades ya existentes y que en todo caso terminó por desbarrancar a muchos que todavía podían comer pero que ya estaban al límite.

Daniel Gatti

6 | 12 | 2021


Imagen: Allan McDonalds | Rel UITA

A fines de noviembre cinco agencias de las Naciones Unidas (FAO, UNICEF; OMS-OPS, el Programa Mundial de Alimentos y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola) difundieron su último informe sobre hambre en América Latina.

Se titula “Panorama regional de seguridad alimentaria y nutricional 2021” y señala que entre 2019 y 2020 el número de personas que no comen lo mínimo necesario en el subcontinente pasó de 45,9 a 59,7 millones, un crecimiento de 30 por ciento.

Son personas con hambre, que se “saltean” todas las comidas más de una jornada seguida. Y hay otras que se saltean algunas.

En total, “41 por ciento de la población regional sufre inseguridad alimentaria moderada o grave. Alrededor de 267 millones de personas que han visto impactado su derecho humano a la alimentación”. En un año la inseguridad alimentaria creció en la región nueve puntos porcentuales.

Se trata de las peores cifras en la materia en 15 años.

Y hay otro dato, que no es el reverso de la moneda, aunque lo parezca: al menos uno de cada cuatro adultos latinoamericanos presentan obesidad, como la presentan el 7,5 por ciento de los niños menores de cinco años, la cifra más alta a nivel mundial para ese grupo de edad.

No son obesos esos millones y millones de adultos y niños porque coman mucho, sino porque lo hacen muy mal. Y la causa central es que América Latina es hoy la región del planeta donde más caro resulta acceder a una dieta “saludable”.

Mal comidos

Comer equilibrado aquí, no llenarse de porquerías, es, al menos, cosa de clase media alta.

“El sobrepeso y la obesidad tiene un gran impacto económico, social y sanitario para los países, debido a la reducción de la productividad y el aumento de la discapacidad, la mortalidad prematura y los costos de la atención y los tratamientos médicos”, apunta el documento.

Dice más, siempre en lenguaje típicamente onusiano: “Estas tendencias no se van a revertir si no avanzamos en la transformación de nuestros sistemas agroalimentarios para que sean más eficientes, resilientes, inclusivos y sostenibles, a fin de proporcionar dietas saludables para todos y todas, sin dejar a nadie atrás”.

La crisis generada por la pandemia de Covid-19 es el principal factor citado para explicar el brutal crecimiento de la inseguridad alimentaria en la región.

Pero se mencionan también las migraciones que aumentan, el cambio climático que desplaza también poblaciones, e, implícitamente, las desigualdades preexistentes.

Porque ahí está lo medular: en las desigualdades, que la pandemia no ha hecho más que acentuar. Partiendo de lo sanitario: no es lo mismo asistirse en una policlínica pública, o en ninguna, que en un hospital privado; siguiendo por los social: no es lo mismo ser un “trabajador esencial” y ponerle el pecho al virus que poder teletrabajar, ni vivir hacinado o de a muchos en un espacio reducido que en casa con jardín.

Enfocado en el tema de la inseguridad alimentaria, el informe destaca en ese plano una desigualdad básica: América Latina produce muchos más alimentos que los necesarios para dar de comer sobradamente a todos sus habitantes, y que quienes los producen son quienes menos los consumen.

Lo dice así: «Los pequeños agricultores están a cargo de un tercio de todo lo que consumimos. Son comunidades afrodescendientes, indígenas y rurales. Y son ellos los que no pueden llevar comida a sus casas».

No es una exclusividad latinoamericana ni mucho menos esa inequidad elemental.

La FAO ya notaba hace un tiempo que el 70 por ciento de los alimentos producidos a nivel mundial salen de granjas de pequeños productores del sur global, y que es en esas zonas rurales en las que se vive exclusivamente de la agricultura que se concentra el 75 por ciento de los habitantes más pobres del planeta, unas 800 millones de personas.

Y antes había notado que la caída de los precios de las materias primas, que constituyen lo más grueso de las exportaciones de los países pobres, están generando desde 2014 un aumento del número de hambrientos y subalimentados en América Latina, Asia y África.

Las mismas, los mismos

También destaca el documento de la ONU que las mujeres son las más afectadas por la inseguridad alimentaria (41,8 por ciento de ellas, contra 32,2 por ciento de los hombres). ya lo eran antes, pero tras Covid lo son aún más.

«Ha habido un retroceso de más de 30 años en cuanto a participación laboral de las mujeres durante la Covid. Y esto ha dejado 13 millones de mujeres sin trabajo en la región. La falta de ingresos concomitantes con una dieta nutritiva fuera del alcance de la población son las razones de lo que vemos ahora», remarcó Carla Mejía, asesora regional de nutrición del Programa Mundial de Alimentos para Latinoamérica y el Caribe.

También se traza el mapa del hambre en la región, que es básicamente el mismo que antes de la pandemia: en el Caribe y Mesoamérica los más hambrientos (en Haití, 46,8 por ciento de los habitantes no comen lo suficiente) y en Cuba y Uruguay los menos.

Aunque al interior de cada sociedad (eso no lo dice el informe) las desigualdades también han aumentado. No sólo por el coronavirus, sino por políticas concretas para enfrentar al virus desde determinadas posturas ideológicas, como ha sido el caso de Uruguay.

En fin. Nada nuevo. Solo peor.