“Estamos ante un verdadero problema ambiental y de salud pública”, comentó Rafael Lajmanovich, profesor titular de la Cátedra de Ecotoxicología de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional del Litoral y coordinador de este trabajo.
“Los residuos de glifosato empiezan a encontrarse a niveles alarmantes en el agua y el sedimento de ríos y arroyos, en el aire, en la lluvia, hasta en las aguas subterráneas y en los abrevaderos donde toman agua las vacas de los tambos y en la orina de las personas adultas y niños”, remarcó.
Las consecuencias dañinas de este producto estrella de la transnacional estadounidense Monsanto, hoy propiedad de la alemana Bayer, recordó, han sido abundantemente probadas por cientos de estudios científicos independientes, “precisamente 1.079”, y por los médicos independientes tratantes de las víctimas de los agrotóxicos, indicó.
“Ya no se está ante un problema científico”, porque en la academia nadie duda sobre los efectos tremendamente nocivos del glifosato, sino de un problema económico y político “muy difícil de tratar” por la imbricación entre las empresas fabricantes y los poderes públicos, incluidos las entidades regulatorias de los estados.
Lo particular de esta investigación es que es la primera a nivel mundial en que al glifosato se lo analiza junto al arsénico, una decisión que Lajmanovich explica por la presencia habitual de ese químico en aguas y suelos de las zonas agrícolas habitualmente fumigadas.
En todas las regiones argentinas en que los cultivos son “tratados” con herbicidas y otros agrotóxicos, el arsénico sobreabunda.
Glifosato y arsénico se potencian y causan, combinados, “una proliferación celular incontrolada» que puede derivar en distintos tipos de cáncer.
“Si la toxicidad del glifosato es 100 y la del arsénico es 100, juntos tienen una toxicidad de 300 o más”, explicó Lajmanovich de acuerdo a una nota de Página 12, el diario que difundió la investigación, titulada “Primera evaluación de nuevos efectos sinérgicos potenciales del glifosato y mezcla de arsénico” y publicada en la revista científica británica Eliyon.
Las experimentaciones fueron realizadas en anfibios, animales que “comparten hasta el 80 por ciento de los genes asociados con enfermedades genéticas” y que son, por ello, “excelentes modelos experimentales para estudiar el efecto agudo y crónico de sustancias tóxicas sobre el desarrollo de los vertebrados inferiores hasta los mamíferos”.
Lajmanovich y los otros siete académicos que llevaron a cabo esta investigación a lo largo de seis meses la dedicaron a uno de sus maestros, Andrés Carrasco, un científico de alto grado que ya había establecido las consecuencias potencialmente letales para los humanos de la exposición al glifosato, justamente a partir de experimentaciones en anfibios.
Solidario con los pueblos fumigados, denunciante de la complicidad de muchos de sus colegas, de los laboratorios, autoridades de gobierno y medios de comunicación con las empresas del agronegocio, Carrasco fue objeto de una campaña de desprestigio, de amenazas y de ataques desde que publicitó el resultado de sus trabajos, en 2009, hasta su muerte, cinco años más tarde.