En la última década, esta resistencia ha costado más de 120 vidas de campesinos, muertos por las fumigaciones o asesinados por sicarios, porque eran líderes comunitarios.
Tanta injusticia y represión causaron también la huida de un millón de campesinos hacia los cinturones de pobreza de las ciudades.
Muchos de ellos han encontrado un lugar donde vivir en los Bañados, una zona inundable de la afueras de Asunción. Paradójicamente ahora también los quieren sacar de allí.
Una reforma agraria integral se hace de hecho indispensable, pero el gobierno de Horacio Cartes no quiere ni oír hablar de algo así.
La sustituye con el reparto de kits de semillas y la promesa de que los municipios comprarán los productos campesinos para el desayuno en las escuelas.
Habría que expropiar, en cambio, las ocho millones de hectáreas mal habidas para con ellas comenzar un cambio radical en la agricultura campesina.
En segundo lugar es necesario poner una frontera definitiva a la soja de modo que en adelante no crezca a costa de las producciones de los campesinos.
Y por supuesto deben otorgarse créditos, asesoría para mejorar los cultivos, construir caminos para el traslado de los productos, crear escuelas agrícolas estratégicamente colocadas para los hijos de campesinos, con la posibilidad de tierras para ellos cuando acaben sus estudios.
No estoy diciendo nada nuevo, solamente recordando aquello que debería haberse implementado hace años, y fue prometido. Ya es hora de hacerlo.