Y como sigue el proceso de desprotección del agro, lo importado está creciendo a costa de los productores de arroz, leche y carnes y son grandes las asechanzas contra la caña de azúcar y la palma.
En contraste, se exportan los mismos productos de esos días: café, banano y flores, más pequeñas cantidades de frutas, cuyos despachos, pretendiendo engañar, el gobierno cacarea con exageración.
La globalización neoliberal no puede ser más leonina: Colombia acepta alimentarse con productos extranjeros subsidiados que las condiciones ambientales nos permiten producir, a cambio de que Estados Unidos y Europa nos importen los bienes tropicales que el clima les impide cosechar y cuyas compras y ventas les generan enormes ganancias.
Al detallarlo, el gana-gana para ellos es todavía peor para nosotros.
Porque la superproducción es la tendencia predominante en el mercado global de los frutos tropicales, lo que empuja los precios a la baja, reducción que además estimulan las trasnacionales que controlan el comercio, que para colmo se valen de poderosos testaferros en los países que esquilman.
El café sirve de ejemplo.
Mientras que en Colombia campesinos, indígenas y jornaleros languidecen en la pobreza y la miseria y una clase media empresarial lucha para no quebrarse y para no perderlo todo, hasta sus tierras, las trasnacionales que controlan el comercio están pagando por el grano cerca de un dólar la libra, precio que es, en términos reales, ¡una tercera parte del de 1984!
Es tan ínfimo ese pago, que pueden darse el lujo de castigar el café con altos impuestos en sus países y aun así hacer grandes utilidades financieras y comerciales.
En Alemania, dice Café for Change, el café tostado paga 2,19 euros por kilo y el molido, 4,78, exacciones que le han generado al Estado 50.000 millones de euros desde 1950.
¿Qué hacer ante esta realidad, que treinta años de engaños y mentiras ya no logran ocultar?
De un lado está lo que le gusta al presidente Iván Duque, cuyo ministro de Agricultura se ufana del éxito –falso, por lo demás– de la balanza comercial agraria que encontró, ensalzando así las políticas agrarias del gobierno de… ¡Juan Manuel Santos!
Y el plan de desarrollo en trámite ratifica las políticas antiagrarias que impone la OCDE y facilita el volteo de tierras, consistente en destruir buenas tierras agrícolas al urbanizarlas en negocios de especulación inmobiliaria de uno u otro tipo.
¡Un crimen irreversible en contra del país, que está pasando de agache!
La otra opción es la que se propone aquí.
Primero. Que el gobierno nacional promueva un acuerdo con los gobiernos de los países productores para instar a los países consumidores y a las trasnacionales a acordar el aumento de los precios del café y de otros bienes tropicales.
Segundo. Que sin dejar exportar, la política agraria vire hacia la sustitución de importaciones, para reemplazar por producción nacional los bienes agrarios que se están comprando en el exterior.
Así se le daría un gran respaldo a la generación de riqueza en el campo y se aumentarían el empleo y los ingresos por salarios, estimulando el desarrollo industrial y toda la economía nacional.
Es decir, se promovería el círculo virtuoso que opera en los países desarrollados, donde el Estado sí respalda en serio la producción agropecuaria e industrial.
Entre las medidas para sustituir importaciones es principal una inspirada en lo que ocurre en Estados Unidos: que parte de los subsidios a la pobreza –Familias en Acción, Colombia Mayor…– se pague con comida producida en Colombia y que también con esos productos se alimente a las Fuerzas Armadas y a los niños de los programas oficiales.
La sustitución de importaciones también debe ser política industrial, en defensa, para empezar, de zapateros y confeccionistas, a quienes Duque les puso conejo, como ya se sabe.
Asalariados, campesinos, indígenas, artesanos y empresarios deben unirse en el propósito de reemplazar producción extranjera por producción y trabajo nacionales.
En Bogotá, Jorge Enrique Robledo