Mundo | SOCIEDAD | MUJER

Una columna de la filósofa argentina Esther Díaz

¿Qué es el patriarcado?

En esta nota publicada en el diario Página 12, la investigadora define al patriarcado, remonta a su origen y analiza las formas en que se manifiesta y su vigencia. A continuación, su transcripción completa.
Foto: Sofía Perea

El patriarcado es el dispositivo social que marca las relaciones de poder entre el hombre y la mujer. Se trata de un sistema de dominación institucionalizado que rige los destinos del mundo.

Naturalizado, a veces invisibilizado o disimulado, pero presente siempre para someter al sexo “débil” de forma sutil o brutal. ¿Cuándo se impuso que el hombre es el sexo “fuerte” y que eso le otorga dominio sobre la otra mitad de la humanidad?

Origen del patriarcado

Fue en el origen de la socialización, en la división del trabajo, cuando el peso de las tareas domésticas se descargó sobre la espalda de la mujer a pesar de que trabaje para sostener la economía familiar.

La “feminidad modosita” es una invención patriarcal para obtener sumisión, obediencia y disposición full time para cumplir con los mandatos impuestos a su género.

Los boleros suelen expresan el ideal patriarcal de la mujer como posesión: “Que no se atreva nadie a mirarte con ansias / y que conserven todos respetar la distancia / porque mi pobre alma se retuerce de celos / y no quiero que nadie respire de tu aliento, / porque siendo tu dueño no me importa más nada / que verte solo mía, mi propiedad privada”.

El machismo es síntoma y látigo visible del patriarcado, sometedor prepotente de mujeres y cruel expulsor de disidencias sexuales. La mujer -pareja, hija, hermana, nieta, desconocida- debe responder a los deseos masculinos.

Servidora en el hogar y puta en la cama. El machismo se mueve bajo la premisa de que el varón heterosexual cis es un ser superior. La sociedad ha regado durante milenios incontables actitudes destinadas al enaltecimiento del varón en perjuicio de las demás sexualidades.

Esto apuntala la brecha salarial de género (pocas rompen el techo de cristal) y forma parte de la discriminación sexista, la que exige cuerpos inmaculados.

“Tú me quieres alba, me quieres de espuma, sobre todo, casta, corola cerrada. Tú que en los banquetes cubierto de pámpanos dejaste las carnes festejando a Baco, habla con los pájaros, levántate al alba y cuando hayas puesto en ellas el alma que por las alcobas se quedó enredada, entonces buen hombre preténdeme blanca, preténdeme nívea, preténdeme casta” (Alfonsina Storni).

El machismo, categoría descalificadora de la mujer

El machismo -transversal a la sociedad patriarcal- no es exclusivo de alcohólicos o “pobretones” ignorantes, incluye señores sobrios, adinerados, científicos, curas, empresarios, políticos, profesionales, terratenientes y prolijos clase media.

Es una categoría cultural descalificadora de la mujer, una posesión histórica de los patriarcas.

“Si mi hija no acepta casarse con el hombre que le elegí. Yo, apelando a las leyes de Atenas, puesto que es mía, dispondré de ella: la entregaré a este hombre que no quiere o a la muerte que -según ley- se cumplirá enseguida”, (“Sueño de una noche de verano”, de William Shakespeare).

En esa obra, Egeo, el padre de Hernia, dispone de la vida de su hija como lo hace hoy el hombre que embaraza niñas o golpea y mata mujeres.

Se las asesina por el simple hecho de serlo – pongamos por caso la mexicana Ciudad Juárez-, no sin antes torturarlas y violarlas (¿y existen descerebradas/os que niegan el patriarcado?).

A nivel mundial, el 95 por ciento de los crímenes son cometidos por hombres. La representación de las mujeres en todos los niveles de toma de decisiones es notoriamente minoritaria: 10 por ciento como jefas de Estado, no mucho más en cargos de poder estatal y privado.

Las instituciones milenariamente han estado en manos de varones: ejército, industria, tecnociencia, mercado, arte, filosofía, política, salud, justicia, empresa, finanzas, policía, iglesias.

Las mujeres -desde los mitos originarios hasta la más candente actualidad- son relegadas a tareas de cuidado y sumisión: limpiar, encargarse de la niñez y de la ancianidad, cocinar, coser, lavar y estar siempre dispuestas para el deseo sexual de su “propietario” (proxeneta o pareja), cuando no de padres, abuelos y otros familiares o extraños que abusan de ella.

No ocurre lo contrario. Los hombres son mayoría casi absoluta como agresores sexuales y el 86 por ciento de las víctimas mortales a manos de sus parejas o exparejas son mujeres asesinadas por hombres.

Este sistema de dominación se justifica a partir de la genitalidad (o “sexo biológico”). A fuerza de rebenque y repetición el orden piramidal del poder masculino es tomado como natural.

Se tapa o se olvida que se trata de una construcción social que puede ser transformada, que los roles del patriarcado no son incólumes ni invencibles y que ya han costado demasiada sangre.

Una deconstrucción necesaria

Simone de Beauvoir cree que todo lo escrito sobre las mujeres por los hombres debe ser sometido a sospecha, ya que son a la vez juez y parte. Y cita a Poulain de la Barre (siglo XVII) que, si bien “sospechoso”, cuestionó el patriarcado.

Poulain de la Barre entró asimismo en contacto con el preciosismo, un movimiento pre-feminista barroco que promulgaba el derecho de las mujeres a estudiar, a disponer de libertad sexoafectiva y a exigir igualdad de derechos entre géneros.

Más de un siglo después, John Stuart Mill publicó junto a su esposa –Harriet Taylor– el “Tratado de la esclavitud femenina”, en donde postula el derecho de la mujer al voto, a la educación y a rechazar matrimonios no deseados.

Pero para entonces ya comenzaron a cubrir la posta teórica y militante las propias mujeres.

Hoy existen centenares de teóricas y millones de todo tipo de mujeres deconstruyendo el patriarcado que no siempre se manifiesta de la misma manera. La metamorfosis abarca desde piropos que cosifican a palizas que matan.

La noción misma de patriarcado, advierte Judith Butler en El género en disputa, corre peligro de convertirse en un concepto universalizado que entorpece la visión de las asimetrías entre géneros sexuales en distintos contextos.

Así como los feminismos han intentado apoyar las luchas contra la opresión racial y colonialista, cada vez es más pregnante hacerle frente a la estrategia que subordina diferentes categorías de dominación bajo una noción transcultural del patriarcado.

Se impone desmontarlo.

El orden impuesto por el machismo es un producto social transformable que está siendo reconsiderado gracias a las luchas feministas, al colectivo LGBTI y a la indignación inconmensurable frente a pilas de cadáveres de mujeres asesinadas por hombres o a la indignación espontánea de cualquier mujer ante la inesperada tocada de culo callejera (o de su jefe).


Esther Díaz – Página 12