Argentina | MUJER | VIOLENCIA
La cultura de la violación
Los seis delincuentes que recientemente violaron en manada a una joven en la provincia de Buenos Aires fueron a los quince días procesados con prisión por el delito de abuso sexual.
Silvia Alvariza
29 | 03 | 2022
Mural en San Telmo, Buenos Aires | Foto: Gerardo Iglesias
“Si antes me daba miedo salir a la calle, ahora me da pánico, tengo episodios de hipervigilancia y angustia desmesurada, tengo un diagnóstico de estrés post- traumático y lo único que quiero es poder recuperarme para continuar con todos los proyectos que tenía planificados y en la medida de lo posible retomar la vida normal que tenía antes de ser violentada”.
Así reflejó su conmoción, en una carta abierta a medios de comunicación y opinión pública, la veinteañera argentina que el último día de febrero fue drogada y violada por una manada de patoteros en plena calle porteña del barrio de Palermo −cerca de Plaza Serrano y a plena luz− dentro de un Volkswagen Gol blanco.
El automóvil donde cometieron el delito en las primeras horas de la tarde, se encontraba estacionado frente a una panadería; la dueña del negocio y su marido, además de rescatar a la chica del vehículo exponiéndose a insultos y agresiones de los violadores, alertaron a la policía. Más tarde, la panadera relató con detalles lo presenciado: “todos abusaron de ella, eran como animales”.
Tuvo que terminar pidiendo custodia por las amenazas recibidas de parte de los abusadores, tales como: “sabemos dónde trabajan, los vamos a matar a todos”. Hasta un vecino que solo pretendía grabar con su móvil fue golpeado y terminó lastimado en el piso.
Los seis “animales” detenidos que actuaron con total desparpajo tenían entre 20 y 24 años: Ángel Pascual Ramos, Lautaro Dante Ciongo Pasotti, Steven Alexis Cuzzoni, Franco Jesús Lykan, Tomás Fabián Domínguez e Ignacio Retondo.
La entidad del crimen, las características de la comisión del delito, la detención in situ de los agresores, la premeditación, el rescate protagonizado por la panadera y la cantidad de videos caseros y registrados por las cámaras de seguridad del barrio otorgaron a este ataque una repercusión mediática enorme. Sobre todo, en medios audiovisuales argentinos tan afectos al morbo y la exposición escandalosa.
A tanto alcanzó la ausencia de límites mediáticos que el Ministerio Público y Fiscal se vio obligado a solicitar a los medios y la ciudadanía “tomar el máximo recaudo al momento de difundir circunstancias relacionadas con la investigación, teniendo en cuenta la reciente difusión de imágenes del hecho, que resultan de alto impacto para la víctima”.
Demandó “mesura y máxima prudencia” para permitir a “la damnificada el espacio necesario para transitar lo ocurrido y evitar su revictimización”.
La joven se pregunta por qué si las imágenes son pruebas que están siendo investigadas en el sistema judicial siguen trasmitiéndolas constantemente, transformándolas en un entretenimiento con panelistas de pocos escrúpulos.
¿Se trata de un espectáculo pochoclero que alimenta el morbo y genera más dolor?, planteó.
La dolorosa y reiterada exposición de la joven por parte de los medios la hizo sentirse hostigada. Comprobó que no se protegía su identidad al ver en televisión imágenes con su rostro y su nombre sin difuminar.
Incluso ciertos tertulianos televisivos cuestionaron a su abogado cuando este les indicó que no tenían derecho a develar información sobre la identidad de su defendida. Sintió la revictimización, una vez más no la respetaban.
La forma en que ciertos medios argentinos presentan el caso ante la opinión pública acaba convirtiéndolo en un show. La víctima termina deshumanizada. Parece que solo se apunta a ganar audiencia dirigiendo la atención de los ciudadanos exclusivamente hacia lo malsano de la conducta, sin explicación alguna.
Por el alto grado de violencia que implican y la constante repetición de los abusos sexuales, merecería un análisis más profundo que ayude a visibilizar y concientizar sobre las causas que la cultura de la violación logra explicar.
Solo así se podrían desplegar estrategias eficaces de contención.
La cultura de la violación es un sistema de creencias, hábitos y símbolos que integran un aspecto de la visión patriarcal. A la mujer se le adjudica un lugar de subordinación sexual que la despoja de la libertad y se la adoctrina en la aceptación incuestionable del dominio masculino arrebatándole el poder de decisión.
Desde este enfoque es válido naturalizar y legitimar socialmente interpretaciones y representaciones simbólicas de comportamientos que habilitan a la violencia masculina, a través de bromas, canciones, complicidades, trivializaciones de acosos callejeros, laborales y de acusaciones de violencia o violación, etc.
Son infaltables comodines cuando ocurren episodios injustificables la culpabilización de la víctima (por lo que sea), la búsqueda de oscuras intenciones por parte de la denunciante, el cuestionamiento de sus hábitos, vestimentas, actitudes y la excusa consagrada como “un clásico” (que también se invocó en este caso cuando era manifiestamente absurda por el cúmulo de pruebas existentes) de que se trató de sexo “consentido”. Sin olvidar el “a ellas les gusta”.
Esta perspectiva es tributaria de un orden social, creado desde el principio de los tiempos, denominado patriarcado, que no es más que un sistema con características económicas, políticas, sociales, culturales cuyo centro de gravedad está instalado en la dominación absoluta de los hombres sobre las mujeres en todas las áreas.
El patriarcado no solo se nutre de androcentrismo sino también de una legitimación del concepto de desigualdad y desvalorización de las mujeres.
Si se coloca al varón en el centro, sus necesidades resultan prioritarias; y si a eso, se suma que las mujeres no son valiosas por sí mismas, sino que son funcionales al varón, basta un paso para comprender que, desde esta mirada, ellas deben satisfacer sus necesidades ̶ las de ellos ̶ en general y las sexuales, en particular; por las buenas o por las malas si no.