Brasil | SOCIEDAD | ANÁLISIS

Con Jair Krischke, sobre la situación en Brasil

Un escenario a lo Trump

El asesor en derechos humanos de la UITA piensa que en Brasil se ha abierto una ventana para que se inicie un proceso de juicio político al presidente Jair Bolsonaro, que está reculando tras su ofensiva contra el Poder Judicial y el Congreso. De todas maneras, dice, las cosas en su país “cambian rapidísimo” y Bolsonaro tiene resto como para esperar el tiempo necesario para contraatacar.
Foto: Gerardo Iglesias

Krischke es de la opinión que la ocasión para Bolsonaro de dar una suerte de golpe de Estado se le escurrió de las manos al ex sargento del Ejército al reunir, el 7 de setiembre, en los actos que había convocado para movilizar al “pueblo brasileño” contra los otros dos poderes del Estado, mucho menos gente que lo esperado.

“Hubo alrededor de un millón de personas en las calles, concentradas sobre todo en Sao Paulo y Brasilia, la mitad de lo que Bolsonaro aspiraba a movilizar”, señaló Krischke.

Los sondeos le dan al presidente un respaldo directo de alrededor de 12 por ciento de los 210 millones de brasileños. Krischke cree que es bastante menor, pero apunta que se trata de una minoría “muy activa, que hace mucho ruido y mete mucho miedo. Aunque hayan sido menos de los previstos, es muy preocupante que salgan tantos a las calles”.

Las contramarchas, convocadas para repudiar al presidente, fueron menos masivas.

En movimiento

En la previa a los actos del martes Bolsonaro había calentado los ánimos como le es habitual: atacando sin miramientos a sus adversarios, en este caso el parlamento y sobre todo a los jueces del Tribunal Supremo de Justicia, especialmente a Alexandre De Moraes, uno de los más resueltos a impulsar un impeachment por difundir falsas noticias y otras acusaciones.

Una vez más el presidente proclamó que no se iba a dejar desalojar del poder y que son sus adversarios quienes tienen que cuidarse, mientras desde las calles, allí en Brasilia, allá lejos en Sao Paulo y bastante menos en Rio de Janeiro, sus huestes lo alentaban a ir más lejos, a cerrar el Congreso, la Corte Suprema y los medios de prensa opositores y llamaban a las Fuerzas Armadas a intervenir.

En la noche del 6 al 7, la Policía Militar de Brasilia había cerrado los accesos a la céntrica la Plaza de los Tres Poderes, desde donde el presidente iba a hablar en la mañana siguiente, pero había permitido el paso de algunos camiones con simpatizantes del mandatario a bordo.

Las Policías Militares estaduales, no solo las de Brasilia, hay que recordarlo, son uno de los principales respaldos de Bolsonaro.

Otro es el agronegocio.

En los actos y en las rutas, los camioneros, “adscriptos a sus patrones, grandes empresarios del agronegocio”, según consigna el periodista Eric Nepomuceno, hacían sentir a su vez todo su peso y alentaban a “su” presidente a “ir para adelante” y no “dejarse robar” el gobierno por “comunistas y corruptos”.

El capitán en sus circunstancias

El mismo día 7 los camioneros bloquearon más de un centenar de rutas en apoyo a Bolsonaro. Y así siguieron unos días más, hasta que el presidente los llamó a desmovilizarse. A muchos de ellos les cayó muy muy mal, y llamaron traidor al que hasta hacía pocos minutos veían como su líder indiscutido.

“Son duros entre los duros esos camioneros”, dice Krischke. Flavio Bolsonaro, uno de los hijos del susodicho, los llamó a disciplinarse. “Confíen en el capitán”, les lanzó.

Bolsonaro no hizo solamente ese llamado a la calma. También emitió una declaración pública, el jueves 9, en la que dijo que acataría las decisiones de la justicia, que él nunca tuvo la intención de desconocerlas, que nadie respeta las leyes y el orden más que él, etcétera, etcétera.

“Ahora se están sabiendo cosas”, cuenta a La Rel el presidente del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos.

Se sabe por ejemplo que en la misma noche del 6 al 7 el presidente del Supremo Tribunal de Justicia (STF), Humberto Soares, “llamó a los comandantes de las fuerzas armadas para decirles que las cosas no podían seguir así” y pusieran en su lugar a la Policía Militar de Brasilia.

Soares “invocaba la Constitución, que habilita a cualquiera de los poderes del Estado –esta es una de las herencias ‘basura’ de la dictadura– a pedir la intervención militar para mantener el orden público”, apunta Krischke.

Bajo presión

Los jefes militares quedaron en una posición muy incómoda. Si no actuaban, “podían ser acusados de insubordinación por la justicia” y por lo menos destituidos.

Con menos apoyo callejero del previsto y los jefes militares bajo presión, Bolsonaro se vio obligado a recular, concluye Krischke. De ahí sus apelaciones a la calma, su carta pública y su diálogo telefónico con el juez De Moraes, otra de las informaciones que fueron trascendiendo.

En paralelo, los presidentes del Senado y la Cámara de Diputados se reunieron con el decano del STF, Gilmar Mendes, para encontrar una solución al “choque de poderes”.

Se supo también que quien había redactado el mensaje del jueves 9 no fue el presidente sino Michel Temer, el vice golpista que promovió el derrocamiento de Dilma Rousseff en 2016, la sucedió en el poder e instauró un nuevo ciclo abiertamente neoliberal en Brasil, que Bolsonaro profundizó.

Y se informó igualmente que fue Temer quien logró que el presidente llamara a De Moraes. “Después de todo De Moraes le debe su cargo a Temer, que lo nombró en el STF”, señaló diariodocentrodomundo.com el sábado 11.

“Ni el más imaginativo guionista de ficción podría imaginar cosas como estas”, comenta Krischke. “Las cosas han tomado una dinámica increíble. Ahora hay una pequeña ventana para que el impeachment al presidente avance, pero el panorama es extremadamente complejo”.

Límites

En el Parlamento, controlado por la derecha, los movimientos también son intensos. Bolsonaro ha perdido muchos apoyos, despierta iras aun entre los aliados, pero hay un límite al disenso en filas conservadoras: la posibilidad del retorno de Lula al poder en 2022.

Las demandas de juicio político contra Bolsonaro se han ido acumulando en el Congreso. Hoy son 131, recuerda Krischke. Todas han sido enterradas porque los últimos presidentes de la Cámara de Diputados (hoy es Arthur Lira, del Partido Progresista, aliado del presidente), quienes tienen que habilitar el impechment, así lo han dispuesto.

Para los militares, entre los cuales Bolsonaro tiene no pocos apoyos (sobre todo entre los retirados, no tanto entre los activos, dice Krischke), lo esencial también es impedir que Lula regrese, señala diariodocentrodomundo.com.

Mientras busca una tercera vía (ni Bolsonaro ni Lula) la derecha sabe que no puede prescindir por completo del ex sargento.

El hermano rubio

Todo es muy similar al escenario buscado por Donald Trump en Estados Unidos: “Bolsonaro hace lo mismo” que el estadounidense, apunta Krischke: se planta como única alternativa de la derecha, desafía a las instituciones, dice que va a desconocer el resultado de las elecciones, se apoya en los sectores más rancios y regresivos, tiene un lenguaje parecido, un manejo de la propaganda y las redes sociales parecido…

Poco antes del acto del 7, un ex vocero de Trump, el empresario Jason Miller, fue demorado unas horas en el sector de jets privados del aeropuerto internacional de Brasilia, por orden del juez De Moraes. Querían interrogarlo, según varios medios, sobre su organización y financiación de actos antidemocráticos en Brasil.

Miller había participado en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), “el mayor evento conservador del mundo”, según sus organizadores, que congregó en la capital brasileña a varios líderes de la extrema derecha planetaria.

El estadounidense se reunió con Bolsonaro, su hijo y diputado Eduardo y el ex canciller Ernesto Araújo.

“Hay que desconfiar siempre de Bolsonaro. Tiene reservas”, alerta Krischke.