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Guillermo Chifflet en el espejo de Haití

“Un señor de apellido francés”

Guillermo Chifflet, colaborador durante años de la Rel UITA, renunció a su banca en la Cámara Baja en virtud de su postura en contra de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH). Desde su rol en la Comisión de Derechos Humanos se negó rotundamente a ir contra sus principios éticos de socialista cuando Uruguay se prestó a formar parte de tal iniciativa. Chifflet −el “Yuyo”, como cariñosamente le decían sus allegados− consideraba que la Misión se trataba de tropas de ocupación.

Gerardo Iglesias

20 | 7 | 2021


Ilustración: PxMolina | CartonClub

La semana pasada el semanario uruguayo Brecha publicó una entrevista a Juan Raúl Ferreira, sobre el rol de la OEA y la ONU en Haití. En la nota el entrevistado destaca que “en un reciente conversatorio internacional sobre Haití en el que había unas 300 personas, uno de los participantes planteó públicamente que algún día, cuando en su país cambien las cosas, habrá que hacer en Puerto Príncipe un monumento a Guillermo Chifflet. Lo adoran a Chifflet. Lo ven como a un símbolo de la verdadera solidaridad que los latinoamericanos del sur fuimos tan avaros en manifestar”, destacó Ferreira.

Por su parte, Henry Bolsrolin, presidente del Comité Haití Democrático, comentó en otra entrevista que publicó Brecha “que los haitianos de izquierda saben que en un país latinoamericano, al que no pueden ubicar muy bien en el mapa, un señor de apellido francés llamado Chifflet renunció a su banca de diputado por oponerse a la ocupación de la MINUSTAH y que una coordinadora continental que se está constituyendo actualmente por grupos de solidaridad con Haití se la llame Guillermo Chifflet”.

Chifflet no sólo votó en contra del envío de tropas a Haití en 2005, unos pocos meses después que su partido, el Frente Amplio, llegara por primera vez al poder prometiendo cambiar radicalmente las cosas en Uruguay. También renunció a su banca de parlamentario, que ocupó entre 1990 y 2005.

Y sobre todo explicó esas decisiones, porque, dijo cierta vez, no se trataba sólo de “remover el avispero” con “grandes gestos”, sino también de “explicar para convencer” y “convencer para cambiar”.

La vigencia de sus denuncias

Tiempo después, en 2007, Chifflet escribió para la Rel UITA una serie de notas sobre Haití que parecen pensadas hoy mismo.

Volvía así, Guillermo, al oficio que había practicado desde los años cincuenta, el de periodista, y con su prosa clara relevaba datos, citaba testimonios, investigaciones. Hilvanaba y opinaba.

Recordaba por ejemplo en esas notas cómo la MINUSTAH desembarcó en Haití para “estabilizar”, sí, pero no una naciente democracia sino un statu quo de depredación y saqueo prolongado a lo largo de décadas y apenas interrumpido —breve y tímidamente— durante la gestión del único presidente electo limpiamente en las urnas desde la caída de la dictadura de los Duvalier, el del cura Jean Bertrand Aristide.

Ponía ejemplos de lo funcional que resultaban los cascos azules a los dueños del poder en Haití —las grandes potencias occidentales, fundamentalmente Estados Unidos, y las reducidas élites locales— y la falacia de que se trataba de una “misión de paz”.

Se hacía eco del profundo rechazo de las organizaciones populares a lo que consideraban un ejército extranjero de ocupación de los peores, porque tenía la bendición de la llamada “comunidad internacional”.

El 20 de julio de 2007 —hace 14 años— Chifflet sentenciaba: “lo que el pueblo haitiano necesita es ayuda económica para superar una situación de pobreza extrema y no fuerzas de ocupación. Sí, de ocupación, porque el 22 de diciembre de 2006, dos días antes de la Nochebuena de la cristiandad, las tropas de la MINUSTAH entraron en Cité Soleil, un barrio de los más humildes de Haití, y mataron a 80 personas, entre ellas mujeres y niños”.

Por aquellos años Chifflet destacaba cómo de Haití sólo se hablaba cuando se producía algún cataclismo, algún asesinato que saliera de lo común (pongamos por ejemplo un magnicidio), y que después se volvía al silencio, y sobre todo al ninguneo.

No sólo al silencio: al ninguneo, porque para justificar la puesta bajo tutela del primer país latinoamericano en independizarse, escenario de la única rebelión antiesclavista triunfante de la historia, había que mostrarlo como un “estado fallido”, incapaz de autoorganizarse, como un niño necesitado de un padre severo que le mostrara el camino.

Eso es lo que sigue sucediendo y allí —aquí— hubiera estado Guillermo para denunciarlo.