Brasil | INSEGURIDAD ALIMENTARIA | PANDEMIA
El hambre, un antiguo virus sin vacunas
Cuando la pobreza es la pandemia
El hambre golpea a más de la mitad de los brasileños, según se desprende de un estudio coordinado por la organización Food for Justice y realizado a fines de 2020 por investigadores de la Universidad Libre de Berlín, Alemania, de la Universidad Federal de Minas Gerais y la Universidad de Brasilia.
Carlos Amorín
Ilustración: Pedro Molina | CartonClub
La encuesta relevó la situación de más de 2.000 entrevistados en todo el país. Casi el 60 por ciento reconoció haber pasado por alguna situación de inseguridad alimentaria en el último trimestre de 2020, lo que equivale a más de 126 millones de personas.
Según el periódico digital Nexo, “el acceso de la población brasilera a los alimentos esenciales de la dieta básica cayó significativamente: 44 por ciento redujo el consumo de carne, y 41 por ciento disminuyó el consumo de frutas”.
La pandemia profundiza la desigualdad
Entre sus conclusiones, el estudio destaca que la inestabilidad socioeconómica fue agravada por la pandemia, acentuando desigualdades alimentarias, especialmente el acceso a alimentos saludables de forma regular y en calidad y cantidad suficiente.
“Hogares con niños de hasta 4 años presentan índices de inseguridad alimentaria aún más críticos que la media nacional: en 29,3 por ciento de estos hogares se come en cantidad y calidad ideal, mientras que en el 70,6 por ciento viven en algún nivel de inseguridad alimentaria. De estos, el 20,5 por ciento directamente pasa hambre”, destaca el diario Folha de Sao Paulo.
La investigadora Renata Motta, del Grupo de Pesquisa Alimento para Justiça, expresó durante la presentación del estudio que la situación se ve agravada “por las decisiones políticas adoptadas desde 2016 que contribuyeron a la desaparición o minimización de iniciativas gubernamentales que apuntaban a reducir la inseguridad alimentaria en Brasil”.
“Hace por lo menos cuatro años que viene aumentando la inseguridad alimentaria en el país −agrega la investigadora−. Quiere decir que, en esos hogares, las niñas y niños pequeños pasaron toda su primera infancia en una situación media o grave de inseguridad alimentaria”, destacó.
Folha de Sao Paulo recoge el testimonio de Katarina Pereira, de 35 años, que vive en la Ocupación Victoria, en Belo Horizonte.
Ella relata que desde el principio de la pandemia perdió sus ingresos como trabajadora doméstica. Tuvo que abandonar su casa al no poder pagar el alquiler y se mudó a la Ocupación. Luego su cuenta bancaria fue bloqueada y dejó de recibir las partidas de emergencia desde el gobierno.
Este año, finalmente, logró que desbloquearan su cuenta y empezó a recibir la asistencia del programa Bolsa Familia. Ese dinero lo gasta en comida, pero además precisa donaciones y retirar verduras de la huerta local para alimentar a sus hijos. “Cada noche le rezamos a Dios pidiendo conseguir alguna cosa para el día siguiente”, relata Katarina.
El estudio relevó también la frecuencia del consumo de alimentos saludables (naturales y mínimamente procesados), y no saludables (ultraprocesados).
Según la encuesta hubo una reducción relevante del consumo de alimentos saludables durante la pandemia. Entre los entrevistados, 44 por ciento relató que disminuyó la compra de carnes, 40,8 por ciento la de frutas, 40,4 por ciento de quesos y 36,8 por ciento de hortalizas y legumbres.
En el informe también se revela que otras desigualdades previas a la pandemia amplifican negativamente las consecuencias de la emergencia sanitaria en la alimentación de las personas.
Así, por ejemplo, el 25,5 por ciento de los hogares cuya jefa de familia es una mujer pasa hambre, mientras que en donde los referentes son hombres alcanza solo al 13,3 por ciento. En los casos en que la persona es negra la inseguridad alimentaria trepa al 67,5 por ciento.
Además de la pandemia, la otra tragedia que vive Brasil y que está instalada desde hace décadas es la combinación entre neoliberalismo y agronegocio. Es inadmisible que en uno de los mayores productores de alimentos del mundo, cuya soja nutre a millones de animales en Europa y Asia, cuyo ganado y otras carnes se consumen en todo el planeta, no logre alimentar a su propia población.
Brasil no sufre de inseguridad alimentaria y hambre por alguna incierta maldición, por obra de un caos irremediable o de una clase política inepta, sino por un sistema económico extractivista sostenido a cualquier precio por una elite que usurpa todos los beneficios.
Fuentes: Efeitos da pandemia na alimentação e na situação da segurança alimentar no Brasil, por Eryka Galindo, Marco Antonio Teixeira, Melissa de Araújo, Renata Motta, Milene Pessoa, Larissa Mendes y Lúcio Rennó, del Grupo Food for Justice. Poder, política y desigualdades. alimentarias en la Bioeconomía.
Folha de Sao Paulo
Diario digital Nexo