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En marzo. Por ser mujeres.
Más femicidios en el Río de la Plata
Las hermanas rioplatenses de Uruguay y Argentina sufren igualmente las consecuencias de la irresponsabilidad del Estado como el impacto más cruel del patriarcado. Con 3.500.000 habitantes, Uruguay contabiliza en poco más de dos meses 7 femicidios. Argentina, con 45.000.000, registra en igual período, más de 50 femicidios.
Silvia Alvariza
Foto: Gerardo Iglesias
Menos de cuatro horas faltaban para el comienzo del 8 de marzo.
En la localidad de Sauce, departamento de Canelones, Leticia, una mujer de 43 años que llega de su trabajo de guardia de seguridad en el hospital de ese departamento, se baja del ómnibus que la deja a cuadra y media de su casa.
Tiene una hija de 16 años.
En la parada la está esperando un hombre con el que había iniciado una relación hacía solo seis meses. Ella no quería continuarla y él la quería obligar a seguir.
Como no la pudo convencer, él pretendió someterla y, a quemarropa, la mató de tres disparos. Después, enfrentado a sus acciones, se suicidó.
Poco importa si él tenía 45 años y algún antecedente penal de violación de domicilio o si comerciaba con estupefacientes. Importa que el Estado no hace lo necesario para que estas situaciones dejen de ocurrir.
Con denunciarlo no alcanza.
El día anterior, el 7 de marzo, una joven de 24 años recibió en la vereda varias puñaladas por parte de su ex pareja, un soldado de solo un año más de edad que ella.
Ocurrió en la ciudad de Melo, en el departamento de Cerro Largo, donde residen. Él está detenido y ella internada en estado reservado. El hijo de ambos tiene 7 años.
Este militar usaba desde el 26 de febrero tobillera electrónica.
Con la tobillera no alcanza.
A comienzos de marzo la desaparición de Macarena Blanco Domínguez −que tenía 27 años y un hijo de 4− fue denunciada por su pareja y padre del niño. Se habían conocido en Buenos Aires y terminaron mudándose a Salta.
La vieron por última vez el día 5, cuando salió a trabajar en la ciudad donde vivía y no llegó.
El 7 de marzo encontraron su cuerpo en un departamento de la capital de la provincia. A los vecinos del edificio los alertaron manchas de sangre halladas fuera de la vivienda y lo comunicaron a la policía.
Fueron detenidos cuatro personas entre ellas, su pareja (luego liberado con medidas cautelares), un taxista y el dueño del apartamento donde se encontraba el cuerpo. Se está en plena investigación y la información se encuentra restringida.
Se maneja la posibilidad que Macarena fuera víctima de una organización de trata de personas de la que no podía escapar (algunos integrantes de la red viven con la víctima para controlarla y llegan a tener un hijo con ellas para poder amenazarlas constantemente).
A la fiscal penal de la Unidad de Femicidios, Mónica Poma, le impresionó “el alto grado de violencia que excede claramente la mera intención de matar”. Destaca el odio hacia la figura femenina y el deseo de provocarle sufrimiento.
El femicida, autor material del crimen, fue Aaron Alejandro Zárate, de 18 años, que terminó acusado de homicidio calificado por ensañamiento, alevosía, odio de género y violencia de género.
De acuerdo a la autopsia, se cree que Macarena fue torturada antes de ser asesinada y que Zárate empleó un alto grado de violencia, innecesario para causarle únicamente la muerte, dado el estado de indefensión en que ella se encontraba.
Había desaparecido el 26 de diciembre en Lules, Tucumán. El 4 de marzo aparece su cuerpo, después que su marido reconociera el homicidio y señalara el lugar donde la había enterrado.
Julia Hortencia Ríos tenía 42 años, cuatro hijos de su primer matrimonio y de su marido actual, Guillermo Nieva, estaba separada hacía siete meses porque él había intentado ahorcarla. Fue con él que tuvo su quinto hijo, de dos años.
El femicida sostuvo durante más de dos meses la simulación de su “preocupación” por la desaparición de su mujer, compartiendo incluso por Facebook, en enero, el posteo de la hija de Julia donde la chica reclamaba información sobre su madre.
“Si el día de mañana me encontrás muerta, ya sabés quién fue” le dijo Sol Ana Acuña Bilbao, de 24 años, a su hermana, antes de ser asesinada el primer día de marzo por Germán Luis Matías Baigorria, de 29, cuando se encontraba arrodillada en el piso de una casa en el barrio de Villa del Parque.
Al imputado del femicidio triplemente agravado por el vínculo de pareja, por la violencia de género y por cometerse con arma de fuego le podría recaer una pena de prisión perpetua.
Ambos eran integrantes de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires. Ella era una oficial que se desempeñaba en una Comisaría Vecinal y él en Servicios de Tránsito de la Ciudad. Se conocieron en 2018 en el curso de ingreso a la Policía.
Desde el comienzo él fue violento con ella. A pesar que el asesino simuló que se trataba de un suicidio, acusando a la víctima de haberse disparado con su propia arma, la jueza entendió que las pruebas eran más que suficientes para que se configurara el femicidio.
La mujer se encontraba en una relación violenta donde el asesino manifestaba permanentes crisis de celos, ejercía una intensa violencia psicológica, no le permitía salir con amigas, le controlaba el teléfono y lo rompía.
Al regresar Sol a su casa, luego de salir con una amiga, resistió los golpes a los gritos, con forcejeos, hasta que él, con el arma que le pertenecía a ella, le disparó en la cabeza.
Ella no quería denunciarlo para no perjudicarlo en el trabajo.
Todas las historias se parecen demasiado, en cualquier parte. No es coincidencia. Siempre mueren las mujeres.
Los hombres abusan de ellas, las violentan, las controlan, las humillan, las vejan, las someten, las castigan, las golpean, las torturan, las violan, las acuchillan, les disparan, dejan a sus hijas e hijos sin madre.
Ellas solo son mujeres. Deben obedecerles y complacerlos. Son consideradas objetos de su dominio. Ellos se sienten con derecho a hacer lo que quieren. No hay límites. Ellas no son iguales a ellos, no merecen respeto, solo son mujeres.
Sufren y mueren. Por ser mujeres.
La sociedad que se forja sobre la base de la dominación de un grupo de individuos por otros no puede ser mantenida.
La sociedad que construye imaginarios de seres primordiales definidos por una supuesta mayor fortaleza física y la capacidad de imponerse por la violencia física no puede ser tolerada.
La sociedad que sigue perpetuando esos valores es una sociedad condenada a su autodestrucción.