-¿Cuándo ingresaste a Coca Cola?
-Entré a la embotelladora MILCA el 15 de julio de 1975, como limpiador, después roté en las líneas de producción, en el área de jarabe, área de limpieza.
Era semianalfabeto, a lo sumo podía poner mi nombre.
De 1976 a 1979 cursé la primaria acelerada, y aprendí a leer. Logré sacar mi tercer año de secundaria en los años 80.
En el 79 llegó la brigada sandinista Simón Bolívar para formar el sindicato, que obedecía estrictamente a trabajadores que eran luchadores sociales. El sindicato se funda el 22 de agosto de 1979 que llevó el nombre de Chávez-Blandino, en reconocimiento y en memoria de los cuatro compañeros y una compañera asesinados por la guardia Nacional del dictador Somoza.
Con el triunfo de la revolución participé activamente en la Cruzada Nacional de Alfabetización en los años 80 y me nombraron coordinador de educación de adultos en MILCA.
En 1983 fue confiscada la empresa al comprobarse que el gerente general, Adolfo Calero Portocarrero, andaba en el directorio de la Contra.
-Al comienzo de tu vida laboral eras reticente a la acción gremial…
-Cuando se forma el sindicato Chávez-Blandino yo era contrario a los sindicatos.
Me afilié un año después de fundado, pero en 1985, en una asamblea para elegir a la junta directiva, me subí a la tarima para hacer una sugerencia y me eligieron secretario general (sonrisas), cargo en el que estoy hasta hoy.
En 35 años no he fallado a ninguna asamblea y son asambleas anuales. En 1986 me dieron una beca para estudiar sindicalismo en Bulgaria, y a mi regreso, 18 meses después, continué en el cargo de secretario general.
-Me imagino que habrás vivido momentos de todos los colores…
-Ha habido momentos duros en todo este tiempo, pero siempre hemos salido adelante.
En los años 90 nos dijeron que peleáramos por acciones de la compañía. Yo no estuve de acuerdo porque la embotelladora MILCA la recibimos en buenas condiciones y nos entregaron un cascaron, sin camiones ni líneas de producción, sin nada.
Me acusaron de antiobrero por no haber aceptado eso. Yo entendí que no se podía ser sindicalista y empresario a la vez. El tiempo me dio la razón, esa iniciativa se prestó a la corrupción de muchos dirigentes. Hay muchos ejemplos en varias empresas.
En 2004 la empresa me despide junto a Noé Morales y Azalia Flores. Ahí nace una profunda amistad con la UITA y con la Felatrac¹. Gracias al apoyo recibido de Raúl Álvarez, Pablo Quiroga y Gerardo Iglesias, fuimos reincorporados y desde entonces somos afiliados, sintiéndonos orgullosos de estar en la Internacional y en la Federación.
-¿Qué logros reivindicas y qué asuntos te preocupan?
-Desde 2004, después que nos quisieron despedir, se creó una nueva relación con la empresa, a partir del respeto del convenio colectivo, de la estabilidad laboral. Conseguimos cambiar a directivos que trataban mal a los trabajadores.
Que puedan ser contratados hijos de trabajadores que laboran en la empresa, es un logro de los más importantes, porque de esta manera se contribuye con las familias más humildes. Y debo decir que, son justamente ellos, estos trabajadores más humildes quienes más me han enseñado en todos estos años.
Sobre qué me preocupa, reconozco el papel de la CST (Central Sandinista de Trabajadores), fundadora de los grandes sindicatos de este país, pero ahora necesitamos organizaciones más sólidas para defender estrictamente los intereses de los trabajadores y trabajadoras en temas como el desempleo, la seguridad social, la salud, la proliferación del empleo informal, la tercerización.
Y quiero resaltar finalmente la importancia de la formación permanente. Cuando termine la pandemia deberemos volver a realizar cursos de capacitación: son fundamentales para el desarrollo sindical.