Es importante ver los detalles del resultado del plebiscito, ya que un alto porcentaje de los votantes fueron jóvenes que de manera voluntaria aportaron un alto nivel de participación en el proceso, otro hecho poco previsto por los líderes del país.
Se trata de los mismos jóvenes que han perdido el miedo y que desde el estallido social del 18 octubre han empujado a los dirigentes políticos a mirar con más detención los procesos que se están levantando en los “territorios” para emparejar la cancha de los derechos.
Pero esto es el primer paso de un largo y complejo camino hacia una nueva Constitución, ya que al momento de contar los sufragios surgieron los mismos de siempre, los intelectuales de alto nivel y los políticos de profesión, para definir el nuevo proceso de construcción democrática y escribir una nueva carta fundamental.
El problema es que quienes votaron no están dispuestos a que sean los mismos de siempre, aquellos que no cambiaron la Constitución de Pinochet, quienes escriban la nueva, porque cuando pudieron prefirieron quedarse en la comodidad de los negocios políticos, de los privilegios de algunos en desmedro de la mayoría.
Esa gente hizo un diagnóstico “académico” y con altos contenidos de “ingeniería política” en la comodidad de sus escritorios y de sus ingresos millonarios, dejando a ciudadanos y trabajadores en el desamparo y expuestos al abuso empresarial, aprobando supuestas leyes de protección del empleo que solo privilegiaron a las grandes empresas.
Para el movimiento sindical el desafío es inmenso: ponernos a la altura de los desafíos y luchar con los trabajadores y las trabajadoras con humildad, pero con el carácter necesario para disputarle a los llamados “expertos” el espacio de construcción de la nueva Constitución.
Por ningún motivo debemos ser un elemento de contención de la clase obrera si no que debemos volver a la lucha por un país más justo y más equitativo.