Esta pandemia entra en nuestro continente en un marco de desigualdad muy elevada, de limitaciones en las balanzas de pago, de exportaciones concentradas en sectores de escasa tecnología, crisis cambiaria, bajo crecimiento y altos niveles de informalidad y pobreza.
Ese cuadro se vio obviamente agravado por la Covid-19. Pero en la región se abordó el enfrentamiento a la pandemia de maneras muy distintas.
En Brasil, el gobierno de Jair Bolsonaro decidió considerar a la Covid como un mal menor y las consecuencias están a la vista para el pueblo brasileño, en las estadísticas elevadísimas de contagios y muertes.
En Argentina, hay hasta ahora unos 726.000 infectados y más de 16.100 muertos. En nuestra industria, la de la alimentación, desde marzo hemos tenido unos 1.500 infectados y ocho compañeros fallecidos sobre un universo de 80.000 trabajadores y trabajadoras agrupados en nuestra federación.
En un primer momento hubo una demanda extraordinaria de mercadería, producto de que ante la inminencia de la cuarentena la población salió masivamente a abastecerse, fundamentalmente de alimentos.
Al día de hoy seguimos en cuarentena, pero mucho más relajada, en un proceso muy similar al planteado por la compañera de Francia, con cuestionamientos al mantenimiento del estado de aislamiento que están generando una crisis institucional muy complicada.
La demanda extraordinaria de los primeros momentos hizo que las empresas recién estabilizaran su stock en los primeros 30-45 días, y ahí comenzó un proceso de caída de la producción y el consumo que acentuó la recesión que ya venía de antes.
Hubo en los primeros tiempos cambios de la pandemia en los hábitos de consumo, que derivó hacia el consumo de alimentos para elaboración de comidas caseras.
En ese período pequeñas y medianas empresas presentaron problemas, y el gobierno les destinó ayudas económicas, asumiendo el pago de hasta el 50 por ciento del salario. Eso llevó a que nuestra actividad siguiera funcionando normalmente.
El gobierno definió también que los trabajadores y trabajadoras en situación de riesgo ante la pandemia (con enfermedades cardio-respiratorias, inmunodeprimidos, asmáticos, diabéticos, por ejemplo, y ahora también con ciertos niveles de obesidad), no estuvieran obligados a laborar y que las empresas debían mantenerles el sueldo.
Hay entre un 10 y un 15 por ciento de los trabajadores en la industria en esa situación, pero el ritmo de producción se mantuvo.
En la primera etapa de la pandemia, las áreas más afectadas en nuestro sector fueron la elaboración de helados, catering, insumos para gastronomía y las golosinas, esta última ante el no funcionamiento de las escuelas y el cierre de una enorme cantidad de kioscos.
Las áreas que, en cambio, más funcionaron fueron las de conservas, la yerba mate, las pastas hechas y los panificados industriales.
Tras una fase de amesetamiento del consumo y una recuperación de los stocks de las empresas, que tuvo lugar entre mayo y junio, desde julio y hasta hoy se nota cierta recuperación de la demanda, se trabaja con horas extra y las compañías están tratando de cubrir a los trabajadores con factores de riesgo con contratación de nuevo personal.
Por ese lado hay una fuerte ofensiva de los empresarios para flexibilizar las condiciones laborales y una fuerte resistencia del movimiento obrero y del gobierno nacional.
Estamos en pleno proceso de negociación paritaria, pero esta vez la hemos fraccionado: en vez de hacerlo con una validez anual, lo hacemos por cuatrimestres, debido a que no sabemos cómo será la evolución de la pandemia.
Los sindicatos nos encontramos en una etapa de lucha por la recuperación salarial y de defensa de la vida de nuestros trabajadores y trabajadoras. Es una pelea diaria. Cuando las empresas vieron que la demanda comenzó a recuperarse, han querido aumentar los ritmos de producción, ante lo cual tenemos que permanecer extremadamente vigilantes.