Fátima fue secuestrada por una persona cercana a la familia en la puerta de su escuela mientras esperaba a su madre, llevada a la casa de la pareja de la secuestradora donde fue violada, torturada y asesinada. Su cuerpo fue abandonado en una bolsa de plástico.
Ingrid, de 20 años, fue desollada por su pareja. La filtración y publicación por los medios de fotografías de sus restos enardeció a las organizaciones feministas, como si se tratara de un segundo asesinato.
“Son crímenes de Estado porque un Estado que no hace prácticamente nada por paliar la situación, genera un sentimiento de completa impunidad y, en este sentido, todo feminicidio en México es un crimen de Estado para nosotras”, dijo Rita Canto, integrante del Sistema Nacional de Investigadores, a la revista Proceso (25 de febrero de 2020).
Cada día son asesinadas diez mujeres en México, una cifra que no deja de crecer. En 2017 eran siete por día. En 2019 fueron asesinadas 3.825 niñas y mujeres, un 10 por ciento más que el año anterior. Por eso las organizaciones hablan de una “crisis humanitaria”.
La activista María Salguero creó un mapa de feminicidios que enseña una sobrecogedora acumulación de cruces rojas en toda la geografía mexicana.
Asegura que sólo en el primer semestre de 2019, la violencia dejó entre 3.400 y 4.245 huérfanos, invisibilizados por el Estado y los medios. La inmensa mayoría de las asesinadas fueron víctimas de sus parejas o de familiares cercanos.
La oficina mexicana de Naciones Unidas señala que “el feminicidio de una niña es el fracaso de una sociedad, es un motivo de vergüenza para todos”.
El presidente Andrés Manuel López Obrador se sintió molesto porque las periodistas abordaron los feminicidios en su conferencia de prensa diaria (las mañaneras), cuando el tema del día debía ser la rifa del avión presidencial. Al día siguiente un grupo de feministas quemó una réplica del billete de la rifa.
El tono del enfrentamiento entre el presidente y las feministas fue a más cuando AMLO aseguró que el paro del 9 de marzo, impulsado por el colectivo Brujas del Mar de Veracruz, le hace el juego a la derecha.
Amparados en las palabras de López Obrador, “hay una mano negra detrás”, dijo, sus partidarios enfatizaron que la jornada que celebra el Día de las Mujeres “es una protesta contra el presidente”.
La antropóloga argentina Rita Segato, quien ha trabajado con víctimas y perpetradores de ataques a mujeres, sostiene que “el feminismo no puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos ‘naturales’. El enemigo es el orden patriarcal, que a veces está encarnado por mujeres” (Página 12, 16 de diciembre de 2018).
En otra entrevista agrega que la violación no es un crimen sexual, menos aún pasional. “Es un crimen expresivo, por un medio sexual”.
Con la violación se dicen dos cosas: “A la mujer se le comunica una lección moral: la mujer es sospechosa de inmoral desde el comienzo de los tiempos, y la violación la castiga por desobediente. A los otros hombres, la violación les comunica la potencia. La masculinidad, para mantenerse, tiene que confirmarse por los interlocutores masculinos y, para ello, necesita exhibirse” (El Salto, 26 de octubre de 2019).
El punto central surge cuando la periodista le pregunta por qué los feminicidios aumentan en estos tiempos. Por “la precarización de la vida”, por el sistema, responde Segato. Para los varones es cada vez más difícil cumplir con su mandato de masculinidad y su papel de proveedores en esta sociedad.
“Si hay cada vez más dificultades para exhibir una potencia económica, moral o intelectual, ya que los dueños del mundo son cada vez menos, el hombre vive como una emasculación esta precariedad: no tiene forma de afirmarse. El mandato de masculinidad dice a los hombres que necesitan apropiarse de algo, ser dueños”.
Con el neoliberalismo, razona, se precariza la posición masculina y se pone en cuestión su potencia. “Por lo tanto sólo queda la violencia —sexual, física, bélica— para restaurarse en la posición masculina”.
La virtud de la posición de Segato estriba en que coloca los problemas no en una supuesta maldad esencial de los varones, insuficiente como análisis, sino en un abordaje sistémico.
En noviembre pasado tuvimos un rico intercambio con Segato en un “caracol” zapatista en San Cristóbal de las Casas.
Ella defendió la tesis de que el mandato de masculinidad no se desmonta desde el Estado, con leyes y procesos institucionales, sino en el trabajo directo con las personas, varones y mujeres, que pasa por cambios personales y de personalidad, por el modo como se establecen los vínculos en los espacios de la vida cotidiana.
Resulta notable la confluencia entre los análisis de Rita Segato y el discurso de la comandante Amada en la inauguración del Segundo Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan, en Morelia, el 27 de diciembre:
“Dicen que hay equidad de género porque en los malos gobiernos hay igual de hombres y mujeres mandones y mandonas. Pero nos siguen asesinando”, afirmó Amada.
“Dicen que hay más derechos en la paga para las mujeres. Pero nos siguen asesinando”, siguió el discurso, como una tremenda letanía que cuestionaba los mentados avances legales.
Las zapatistas dicen que su lucha es tanto contra el patriarcado como contra el capitalismo y el neoliberalismo que es su fase actual. El modelo extractivista, anclado en el robo y la rapiña, en la “limpieza” de territorios para convertir la naturaleza en mercancía, tiene estrecha relación con los feminicidios.
En los territorios de la minería y de la explotación de hidrocarburos, se implantan burdeles donde las mujeres son una mercancía más, donde varones azuzados por el alcohol se desatan con absoluta impunidad.
Ellas apuestan a la autodefensa, la protección y el cuidado mutuos, en base a la organización colectiva.
En territorio zapatista, dijo Amada, “no hubo ninguna asesinada ni desparecida”. Hubo violencia, pero no feminicidios. Quizá porque la organización de base es mucho más potente y efectiva que las leyes, que un Estado patriarcal nunca hace cumplir.