Chile | SOCIEDAD | ANÁLISIS

Con el historiador Igor Goicovic

Una rabia social no canalizada

Lo que demuestran las movilizaciones sociales que tienen lugar en Chile es la crisis aguda de consenso en que ha entrado el modelo neoliberal aplicado casi sin interrupciones desde hace 40 años, dijo a La Rel Igor Goicovic Donoso, doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Murcia y profesor de historia en la Universidad Católica de Valparaíso.

Cuando La Rel entrevistó a Goicovic, en la tarde del jueves 24, el balance oficial de víctimas mortales tras la rebelión iniciada el fin de semana pasado era de 18 muertos. Este viernes subió a 19, con el fallecimiento de un ciudadano peruano herido de bala aparentemente en el saqueo a un supermercado.

El Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), una entidad pública pero autónoma, daba cuenta además de 582 heridos, más de la mitad de ellos (295) por armas de fuego, y de 2.840 detenidos.

El INDH denunció también torturas y abusos a mujeres y menores de edad por parte las fuerzas de Carabineros y el Ejército.

“Hay una desconfianza muy grande respecto a las cifras oficiales”, dijo Goicovic a La Rel. “A través de redes sociales, colegios médicos y enfermeros dan cuenta de cifras mayores de muertos y heridos, pero no se las puede confirmar”.

“Tampoco se sabe cuántas son exactamente las víctimas mortales de la represión, porque todavía no han sido entregados a sus familiares los cuerpos de quienes murieron en los incendios de supermercados saqueados y no se conocen las causas exactas de su muerte”.

Se especula, por ejemplo, con que algunos de los fallecidos podrían haber sido asesinados en la vía pública y colocados en los locales comerciales incendiados.

En todo caso, 12 de los 18 muertos contabilizados hasta el jueves presentaban heridas de balas o perdigones.

Tampoco el número de heridos es muy preciso. “La gente no va a los centros asistenciales por miedo a ser detenida. A menudo acuden a organizaciones de derechos humanos o se atienden con médicos de confianza”, señaló el docente.

-Los medios de comunicación tampoco son fiables.
-¡Por favor! Las televisiones privadas están en manos de monopolios y se alinean con el discurso oficial, lo mismo que los canales públicos. Sólo algunas radios transmiten información independiente. Y están también las redes sociales, que se alimentan de filmaciones artesanales que a veces pueden no ser muy precisas.

-¿Cómo analiza el origen de esta rebelión? El detonante inicial, la suba del precio del pasaje de Metro, parece haber sido sólo la gota que derramó el vaso…
-Por supuesto. Esto tiene una vara bastante larga, que remonta a 40 años, a 1979, cuando el economista José Piñera, hermano del actual presidente, y entonces ministro de Trabajo, diseñó las reformas liberales que instauraron el sistema privado de pensiones y el plan laboral de la dictadura.

A partir de entonces se institucionalizó un modelo económico que a grandes rasgos perdura hasta hoy, basado en la privatización de los recursos naturales, la superexplotación de la fuerza de trabajo, el lucro en la educación, en la salud, en la seguridad social.

Inicialmente fue un modelo que al imponerse a través de la fuerza logró cierto margen de estabilidad y altos niveles de plusvalía para las clases empresariales.

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Pero caída la dictadura alcanzó legitimidad porque quienes habían sido opositores al régimen de Augusto Pinochet le dieron su respaldo y lograron que franjas importantes de la sociedad lo avalaran como el único modelo aplicable y viable.

Desprecio y burla

-Este estallido evidenciaría un resquebrajamiento de ese consenso.
-Ya había habido otros, pero este tiene una fuerza particular por su dimensión y el nivel de la represión.

El detonante de ahora fue la burla, la humillación. Ya no era solamente la superexplotación, esa que ha convertido a Chile en uno de los países más desiguales de América Latina, donde el 1 por ciento de la población concentra un tercio de la riqueza, sino que las elites políticas llegaron a burlarse de la población en su propia cara.

A comienzos de octubre, cuando informó sobre el alza del pasaje del metro, el ministro de Economía, Juan Andrés Fontaine, pidió a los trabajadores que se “levanten más temprano”, para aprovechar las tarifas reducidas, y su par de Hacienda, Felipe Larraín, dijo que la población podía ahora “comprar flores”, que el mes anterior habían bajado de precio.

-El presidente Sebastián Piñera se vio obligado a admitir los “errores de percepción” de su gobierno y de los anteriores sobre la situación real de millones de chilenos…
-Se hizo cargo por la clase política en su conjunto. Es cierto que hay una responsabilidad compartida entre la derecha, el centro y una parte importante de la izquierda. La izquierda que gobernó tampoco introdujo los cambios que las organizaciones sociales reclamaban.

Y el paquete que prometió Piñera ahora se inscribe en la misma lógica. No hay cambio real alguno.

Lo que se produjo ahora es una explosión de rabia, de ira, ante este desprecio.

-La respuesta del poder político ha sido brutal.
– Sí, y además sobre el gobierno hay una presión de sectores aún más a la derecha para que aumente la mano dura.

Un sector del bloque de la derecha nunca vio muy bien la estrategia política de Sebastián Piñera, que intentó desmontar algunos mecanismos represivos, y presiona para restaurarlos y volver a un liderazgo más autoritario, que se adecue en mayor grado a los valores tradicionales conservadores.

La izquierda, parte del problema

-¿Cómo se han perfilado los sectores de izquierda en esta crisis?
-No han logrado desmarcarse de la crítica. El papel más triste es el del Partido Socialista, que está hace mucho tiempo en una crisis política y moral muy profunda.

El Partido Comunista sigue teniendo peso en los sindicatos, pero la clase obrera organizada no logra tomar el control del proceso político. Y el Frente Amplio, un fenómeno social y político nuevo, es muy heterogéneo y difícilmente pueda armonizar posturas entre un sector socialdemócrata como Revolución Democrática y otro más radical como el partido Comunes.

La izquierda en general es percibida por el grueso de la gente que está en las calles más como parte del problema que como solución.

Lo mismo sucede con el grueso de los sindicatos. La CUT, por ejemplo, ha estado más bien en la retaguardia de las movilizaciones.

El sindicalismo en Chile avanza a tientas, es un sindicalismo fuertemente institucionalizado, opera dentro del sistema, mientras que la gente que está en la calle está en los márgenes, no tiene una formación política profunda, es más intuitiva. No hay un diálogo entre el sindicalismo y los pobres urbanos.

-¿A dónde puede conducir esta rebelión?
-Puede durar un poco más, pero sin propuestas políticas concretas va a terminar agotándose, lo que llevaría tal vez a una derrota significativa. Es lo que me temo.

Además, los ataques a las infraestructuras del transporte, a las escuelas públicas ya deterioradas por el abandono del Estado, a supermercados barriales, por parte de algunos sectores movilizados generan malestar.

Mucha gente, por la precariedad en que vive, acumula rabia y la vuelca en lo que tiene más a mano. En paralelo, hay también acciones más típicas de la contrainsurgencia, acciones digitadas de provocación de parte de fuerzas policiales.

Si hubiera una canalización adecuada, estas cosas podrían evitarse o minimizarse. Una última cosa: necesitamos de la solidaridad latinoamericana. Lo que se está jugando en Chile ahora va a tener seguramente repercusiones en toda la región.