“El campo hoy día no es lo que era 20 o 30 años atrás. Vemos grandes transformaciones: urbanización acelerada, menos jóvenes y más adultos mayores, una reducción del empleo agrícola y un aumento de las ocupaciones no agrícolas”, agregó.
Si en las áreas urbanas el 23,8 por ciento de quienes las habitan pueden ser considerados pobres, en las rurales esa tasa trepa hasta 46,2 por ciento, unos 60 millones de personas, destaca el informe, que según la OIT “ofrece por primera vez un panorama laboral actualizado sobre la realidad y las perspectivas del empleo rural en esta región”.
De acuerdo al documento, referido a 14 países, el nivel de vulnerabilidad del empleo rural más que duplica al del empleo urbano: 56 por ciento contra 27 por ciento.
Si bien el desempleo es relativamente bajo (3,1 por ciento en el campo, 6,9 por ciento en las ciudades) ello se debe principalmente a que las altas tasas de pobreza obligan a los habitantes de las zonas rurales a trabajar y muchos de ellos -niños incluidos- no acceden a la educación.
“Es evidente que en gran medida el desarrollo y el bienestar de las áreas rurales dependen de lo que ocurra en los mercados laborales, de los ingresos y las condiciones del empleo”, comentó Salazar.
Los ingresos laborales de los habitantes del campo han aumentado más rápidamente en los últimos años que los de las zonas urbanas, pero son bastante inferiores: ganan un tercio menos que los trabajadores de la ciudad.
Algunos otros avances también han tenido, por ejemplo en materia de cobertura de salud y del sistema de pensiones, pero siguen estando lejos de las cifras de las áreas urbanas.
Mientras 62 por ciento de los trabajadores que viven en las ciudades tienen cobertura de salud, son sólo uno de cada cuatro en el campo. El sistema de pensiones alcanza a su vez a 26 por ciento de los trabajadores rurales, contra 56 por ciento de los urbanos.
La estacionalidad de la demanda laboral favorece el pluriempleo, las migraciones, presiona a la baja sobre los salarios y alienta la informalidad, al tiempo que las grandes distancias geográficas perjudican el acceso a la educación y a otros servicios públicos y generan una “escasa densidad empresarial”, con predominio de empleos precarios.
Apenas 40 por ciento de los trabajadores rurales tienen un empleo formal, 30 puntos menos que los trabajadores urbanos.
“La asociación entre informalidad y pobreza es directa y clara en el ámbito rural”, dice el documento.
En cuanto a la participación de las mujeres en el mercado de trabajo rural, es muy inferior que la que se da en la ciudad: 35 contra 70 por ciento.
La de los jóvenes es mayor, pero por un “mal motivo”: la deserción escolar temprana. “La proporción de trabajadores con educación terciaria en las zonas urbanas es cinco veces mayor que en zonas rurales”, apunta el informe.
Lo jóvenes, además, se van: migran hacia las ciudades o buscan mejor suerte en otro país. El campo latinoamericano perdió 1,7 millones de menores de 25 años entre 2005 y 2014 y la tendencia está lejos de revertirse a mediano plazo.
La carencia de servicios y de inversiones públicas y privadas y las malas infraestructuras existentes contribuyen a que el campo no sea lo suficientemente atractivo para que los jóvenes se asienten en él, dice Salazar.
La OIT recomienda que el Estado se implique fuertemente en cambiar la pisada, llevando a cabo por un lado políticas de “desarrollo productivo con enfoque territorial”, favoreciendo una mayor justicia en la tenencia de la tierra, invirtiendo en educación, formación profesional y mejoramiento de las infraestructuras.
Y por otro promoviendo la formalización de los trabajadores rurales, protegiendo y alentando sus estructuras sindicales, asegurándose de que se cumplan las leyes laborales.