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Del sueño de King a la pesadilla de Trump

El 28 de agosto de 1963 Martin Luther King pronunciaba su célebre discurso ante más de 200 mil personas en Washington: “Sueño que un día los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad”. Fue el punto más alto en la lucha por los derechos civiles, y el discurso resonó muy fuerte en el alma y en el cuerpo de millones de estadounidenses. La victoria de Donald Trump supone un retroceso de medio siglo.

Eran años muy duros, en los cuales la discriminación racial –un modo suave de nombrar la violencia genocida contra los negros- era el pan de cada día, desde prohibir a los afroamericanos ingresar a locales públicos hasta crímenes como los que cometía la extrema derecha en los estados del Sur.

Pese a la represión policial y estatal y a la hostilidad de una parte de los blancos (King fue asesinado en 1968 y varios dirigentes del partido de las Panteras Negras fueron muertos por el FBI), la población negra se mantuvo de pie, resistiendo y luchando por sus derechos.

Las dificultades nunca echaron atrás a los de abajo, que se sostenían brazo con brazo, entonando cánticos para aventar los miedos y hacían de la solidaridad –o, mejor, del hermanamiento- con quien sufre, la razón de sus vidas. No se sufría en soledad, que es una forma mayor de dolor.

¿Cómo pasamos de aquellos años en los cuales los jóvenes y muchos trabajadores sindicalizados luchaban contra la guerra de Vietnam, las mujeres iniciaban la lucha feminista y los negros desmantelaban las leyes de segregación racial, a la pesadilla racista, machista y xenófoba que encarna Trump? ¿Cómo y cuándo nos perdimos? Si el trumpismo llegó al poder, es porque antes nos perdimos de nosotros.

Lo primero, es reconocer que ha nacido una nueva derecha, militante, con amplio apoyo popular y de masas.

Una derecha que no oculta sus objetivos: volver atrás el reloj de la historia, en todos los sentidos. Recuperar la grandeza de Estados Unidos; devolver el poder absoluto a los blancos; reducir a las mujeres al espacio doméstico.

Esta nueva derecha no es exclusiva de Estados Unidos. En Brasil el Movimiento Brasil Libre (MBL) movilizó millones en las calles para destituir a la presidenta Dilma Rousseff por supuesta corrupción.

En América Latina
Una nueva derecha religiosa

Al día siguiente del impeachment, abandonó las calles, aunque los actuales gobernantes, desde el presidente a varios ministros, están investigados por corrupción.

Ahora, los militantes del MBL acuden a las puertas de los colegios ocupados (unos mil en todo el país) para presionar a los estudiantes y forzarlos a desalojar. Se instalan durante horas con pancartas, rezan el padre nuestro y cantan el himno nacional.

La nueva derecha brasileña es profundamente religiosa, pero se aparta de los preceptos éticos de la teología de la liberación y asume el individualismo de las iglesias pentecostales, que promueven entre los pobres los valores empresariales para salir de la pobreza.

El alcalde electo de Rio de Janeiro, Marcelo Crivella, miembro del Partido Republicano y de la Iglesia Universal, no tuvo ningún problema en aliarse con el narcotráfico en la segunda vuelta electoral para derrotar al socialista Marcelo Freixo.

Las iglesias evangélicas y pentecostales juegan un papel relevante en Brasil, donde cuentan con importantes medios de comunicación y partidos políticos de derecha, pero también en Colombia, donde apoyaron el “No” al proceso de paz junto al ex presidente Álvaro Uribe. Se están convirtiendo en una fuerza política conservadora en todo el continente.

Lo segundo es que esta nueva derecha creció a caballo de los desastres de la globalización, que empobreció a millones de trabajadores con la deslocalización de industrias.

Y creció aún más con la crisis de 2008, que dejó un reguero de pobreza y de injusticias sociales mientras los ricos se hacían más ricos.

Estas son las causas profundas de la rabia acumulada entre las familias que no pudieron seguir pagando hipotecas y perdieron sus ahorros, que ven cómo sus hijos tendrán un desempeño de vida inferior al de los padres y han perdido la esperanza en un mañana mejor.

En este sentido, la alternativa a Trump no podía ser Hillary Clinton, arropada por el 1 por ciento de ricos, amiga de Wall Street y de la gran banca, cuestionada por corrupción hasta por el FBI, generadora del desastre de la invasión a Libia, que destruyó el país y llevó a la población a situaciones límite.

El voto a Trump viene de abajo
“Recuperar lo que fuimos”

Clinton es una de las principales responsables del triunfo de Trump.

Sin embargo, para que la nueva derecha fuera capaz de atraer a los que se sienten víctimas de las elites y de convertir a un puñado de ellos en militantes, hubo de mediar la cooptación de muchos dirigentes de los movimientos populares.

Se desentendieron de la organización y la movilización y dedicaron el grueso de sus esfuerzos a golpear ventanillas en las instituciones estatales y en las ONG.

Si las derechas sacan partido de la rabia legítima acumulada durante décadas, es porque las izquierdas no están a la altura de los desafíos planteados.

Justo en este momento es cuando más necesario es el activismo organizado, desde los sindicatos de trabajadores hasta los colectivos territoriales, desde los grupos de mujeres hasta los jóvenes rebeldes.

Sin recuperar los conceptos de militancia y de organización, los sectores populares no saldrán adelante frente a una derecha de nuevo tipo que, sin embargo, bebe en las fuentes de las derechas ultra de los años 1930.

“Lo que ocurre ahora es una reminiscencia de lo que sucedió en 1930”, señaló Noam Chomsky en una reflexión sobre la victoria de Trump.

La tercera cuestión es que debemos remontar el habernos “perdido de nosotros”. Es una cuestión cultural y de clase.

Recuperar lo que fuimos y nunca debimos dejar de ser: personas sencillas, que hacen de la amistad y la solidaridad los valores que iluminan sus vidas y bajo los que crecen sus hijos.

No se relaciona con ningún moralismo. Es puro pragmatismo: ningún oportunista -como Trump, Mauricio Macri o los Le Pen– nos va a salvar cuando lleguen los momentos difíciles. Sólo la mano de los compañeros y compañeras.