Enildo descubrió esta canción (“El pirata”) en una Jarana Criolla en Lima. Compró el long play y solía escucharlo sonriente, con los brazos en aspas, o taconeando alegre ese valsecito.
“Yo no quiero una tumba, ni una cruz, ni corona ni tampoco una lágrima, me aburre oír llorar. Ni tampoco me recen sólo pido una cosa, para el día en que muera que me arrojen al mar.
Los faros de los barcos, me alumbrarán cual cirios las boyas, cual campanas se pondrán a doblar. Y en la penumbra brava de mi capilla ardiente, he de sentir salobre todo el llanto del mar.
Así como he vivido al azar, al azar quiero irme a otras playas mecido en la hamaca de la mar.
Mis manos en cruz amén que sean cual dos velas,
un barco mi cadáver que ambule por el mar.
Y volveré, quién sabe, a ver aquellos puertos
que en vida vi y donde no pude retornar.
Que si temo a la muerte más que a ella misma
es por esa parálisis de la inmovilidad.
Que mis últimos sueños los arrullen las olas,
quiero morir tranquilo y sentir la quietud (…)”.
Enildo se fue guerreando, maldiciendo a la misma muerte y dejándole en claro: “me voy cuando yo quiera, no cuando usted diga”.
Un mar de mensajes te recuerda y reconoce. Tu gente, la tribu de la UITA, las compañeras y los compañeros que nunca te olvidarán.
Que tu viaje sea tranquilo en la hamaca de la mar.
Te vamos a extrañar, querido viejo.