-¿Te habías imaginado, en tu trayectoria como dirigente, que el sindicalismo y el mundo del trabajo en Brasil estarían en el punto en que están?
-Ni en mis peores pesadillas. Comencé en el sindicalismo en el 85 y ya en el 86 estaba participando de las actividades internacionales con la UITA, donde vimos el fortalecimiento de las organizaciones sindicales brasileñas.
Pasamos por varios gobiernos, de diferentes partidos e ideologías, y jamás vimos un ataque tan feroz a los derechos laborales y sindicales como el que estamos viviendo en Brasil ahora.
Desde el gobierno de Michel Temer y ahora con Jair Bolsonaro estamos asistiendo a un desmantelamiento de los derechos que ni siquiera en el período de la dictadura se atrevieron a hacer.
En ese tiempo oscuro hubo persecuciones y hasta intervenciones de los sindicatos pero no este ataque frontal y brutal que busca el aniquilamiento de las organizaciones obreras.
-Pero lo que preocupa es la parálisis casi total del movimiento sindical…
-No es casi total, es total.
En especial de las grandes estructuras: las centrales que nuclean a los sindicatos y las federaciones de todas las ramas, no logran responder, ni reaccionar ante las medidas nefastas de este gobierno.
Luego están las confederaciones, que si bien han realizado un mea culpa, no llegan a acercarse y dialogar con las bases para coordinar acciones que permitan resistir.
El escenario es cada uno por su lado, sin poder articular, tratando de salvar alguna parte de la estructura.
-Hay muchos dirigentes sindicales que hace años perdieron el vínculo con las bases.
-Sin dudas, y es ese el gran desafío que tenemos los dirigentes. Muchas veces dejamos de realizar un trabajo de fortalecimiento y formación de nuevos cuadros por miedo a perder el puesto.
Los nuevos líderes sindicales que fueron surgiendo de las bases fueron diezmados por los que se habían acomodado con el impuesto sindical, se mantuvieron las mismas personas en las mismas estructuras y se aplastó todo intento de recambio generacional y de nuevas ideas.
Ese mismo acomodo que generó la financiación mediante impuesto provocó la fragmentación del movimiento obrero. Cada quien buscó su lugarcito para poder cobrar, para mantenerse en su puesto de presidente o tesorero o lo que fuera de un sindicato.
Con el impuesto no era necesario ir a la puerta de la fábrica, hablar con los trabajadores y trabajadoras, porque el dinero llegaba seguro.
Se conformaron con eso y no se realizaron campañas de afiliación ni mucho menos. Hay casos de sindicatos en que los únicos afiliados son los miembros de la comisión directiva.
Las federaciones negociaban convenciones colectivas por rama y traspasaban a las bases y los sindicatos se convirtieron en pequeños espacios de poder para quienes los dirigían.
Eran castillos donde los dirigentes eran amos y señores. Hasta he escuchado a alguno decir que era dueño del sindicato, que de ese lugar nadie lo sacaría. Muy lamentable.
-¿Qué hay que hacer para cambiar esto?
-No podemos volver a hacer lo mismo, hemos perdido credibilidad con las bases y se desmoronó la estructura. Hay que cambiar la forma de hacer sindicalismo.
Creo que en tanto confederación, federación y UITA debemos hacer esfuerzos conjuntos para rescatar la credibilidad perdida, pero hacerlo con responsabilidad, con respeto y con cambios.
Tendremos que sumar gente nueva que tenga compromiso con la causa.
Sumar jóvenes y mujeres, LGBTI. Tenemos que estar todos representados en las estructuras sindicales, todos los colectivos, todos los grupos deben verse reflejados en sus sindicatos. Eso para empezar.
Lo que tenemos que hacer es afrontar nuestros errores y aprender de ellos para poder cambiar.
Eso es lo que debemos asumir si queremos renacer y continuar.
En Praia Grande, Gerardo Iglesias