Es ya innegable que las mujeres son más vulnerables que los hombres a los efectos del calentamiento global, particularmente en países que registran una gran desigualdad social como los de América Latina.
Mujeres y niñas representan la mayoría de la población en condiciones de pobreza, por lo que sufren mayores riesgos y cargas. No por acaso un nutrido número de mujeres engrosa las marchas de migrantes centroamericanos hacía Estados Unidos.
Las mujeres dependen en mayor medida que los hombres de la disponibilidad de recursos naturales como agua, biomasa y suelo, particularmente en zonas rurales.
Además, continúan estando subrepresentadas en gobiernos locales y otros puestos de toma de decisiones.
Debido a la escasez de agua, en muchos países en desarrollo de Asia, África y América Latina las mujeres tienen que caminar cada vez más para encontrar agua, ya sea por la desertificación o porque están disminuyendo los niveles freáticos.
Sucede lo mismo con las labores de pesca o con la búsqueda de leña, lo que impacta en una pérdida de oportunidades porque deben destinar todo su tiempo a la mera supervivencia.
En Asia y África el 80 por ciento de quienes trabajan la agricultura son mujeres, y en los eventos climáticos extremos y devastadores como sequías, tsunamis o inundaciones, la mortalidad de mujeres y niñas es mayor.
En el tsunami de Sri Lanka de 2004, por cada hombre que murió fallecieron cinco mujeres.
Sin embargo, en los procesos de reconstrucción luego de un desastre climático, las trabajadoras a pequeña escala no suelen tener derechos a la propiedad de la tierra y sus pérdidas en eventos extremos no son cuantificadas, impidiendo que puedan pedir ayuda como damnificadas.
Un documento elaborado por el Panel Intergubernamental de Expertos del Cambio Climático (IPCC) cita investigaciones y evidencias sobre el daño diferenciado que causa el calentamiento de la tierra en la población femenina.
El capítulo 17, sobre pobreza y subsistencia, señala que las mujeres deben sumar trabajos fuera de la tierra para conseguir ingresos adicionales por las pérdidas agrícolas generadas por el calentamiento global.
Debido al nexo que tienen con los recursos naturales, es clave que las mujeres contribuyan con un papel activo y con capacidad de decisión en la planificación, formulación e implementación de políticas, incluyendo medidas de mitigación y prevención al calentamiento global.
Hay ejemplos en ese sentido.
En varias comunidades rurales de Perú, el Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, desarrolla un programa de justicia climática, una intervención con enfoque de género y una agenda de derechos con varios puntos.
Las mujeres rurales, que observan que el clima no es el mismo y cómo ello impacta en sus vidas, se involucran con entusiasmo en los talleres y avanzan hacia otros temas y desafíos.
Se necesita por lo tanto equidad de género y una acción concreta para revertir esta situación, partiendo de la base que son las mujeres las que responden cuando no hay alimentos, cuando se producen sequías o inundaciones o cuando se debe cuidar a las víctimas.