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Tecnología 5G

Un debate necesario y urgente

Quienes acostumbramos escrutar y poner en cuestión las nuevas tecnologías solemos ser tachados de “enemigos del progreso” por quienes las defienden, sin tomar en cuenta ni los estudios existentes ni las consecuencias sociales y ambientales.

Más aún, esos mismos defensores de cualquier “adelanto científico” han tildado de “ecologistas” o de “ambientalistas” –como cosa perniciosa– quienes pretenden abordar la cuestión social de estas cuestiones.

Son incapaces, por ejemplo, de vincular la proliferación de la delincuencia y hasta del fracaso escolar con un sistema anclado en la especulación financiera que disfrazan como “modelo productivo”, un modelo que deja fuera del empleo digno y estable a más de la mitad de la población.

Llama la atención que las loas a semejante “progreso” provengan de personas que dicen ser de izquierda, progresistas e incluso anti-neoliberales.

Todos los “avances tecnológicos” provienen de las grandes empresas transnacionales, que los promueven para incrementar dos cuestiones estrechamente vinculadas: poder y dinero, que están cada vez más concentrados en el mundo.

Respecto a la tecnología 5-G, que sucede a la actual en uso, la 4-G, el principal debate en curso gira en torno a la competencia geopolítica entre Estados Unidos y China, y el ataque a la empresa Huawei (la principal tecnológica china que lleva la delantera en 5-G).

La detención en Canadá de la CEO de Huawei, Meng Wanzhou, elevó la guerra comercial hasta un nivel alarmante, aunque nada indica que la escalada vaya a ceder.

Pero el asunto más decisivo son los cambios que introduce la 5-G en nuestras sociedades, las consecuencias para la salud y para las relaciones entre las personas.

Sin pretender agotar el tema, quisiera exponer algunos de esos problemas, abordados en general por científicos críticos.

Lo que pretendo no es llegar a conclusiones finales sino abrir un debate, algo que los gobiernos y las empresas niegan de forma radical.

Un grupo de científicos de los cinco continentes difundieron un “Llamamiento internacional para detener la implantación de la red 5G en la tierra y en el espacio”, que luego fue firmado por varios miles.

Los redactores del llamamiento aseguran que la red 5G es cualitativa y cuantitativamente diferente de la 4G en uso, entre otras razones porque deberemos tolerar “decenas o cientos de veces más radiación de ondas milimétricas”.

¿Cómo funciona la 5G?

En los dos próximos años se instalarán “millones de nuevas estaciones 5G en la tierra y 20 mil satélites en el espacio”, llegando a un total de 20 mil millones de objetos en transmisión que formarán la “internet de las cosas”.

Pocos años después serán un billón de objetos. Según los datos aportados por los científicos, todo lo que poseamos o compremos (desde pañales de bebes hasta lavadoras) tendrán antenas y microchips conectados de manera inalámbrica a internet.

La tecnología 5G usa ondas milimétricas que se trasmiten de forma deficiente a través de materiales sólidos como la fibra óptica, por lo cual requiere la instalación de estaciones de base cada cien metros en todas las ciudades.

Este es un aspecto central

“A diferencia de las generaciones anteriores de tecnología inalámbrica, en las que una sola antena transmite en un área amplia, las estaciones base 5G y los dispositivos 5G tendrán múltiples antenas dispuestas en «matrices en fase» que trabajarán juntas para emitir haces enfocados, dirigibles y similares a rayos láser que se rastrean entre sí”, sostiene el llamamiento.

Cada base tendrá cientos o miles de antenas y cada teléfono 5G contará con docenas de diminutas antenas. Todas trabajan de forma convergente tipo láser, con potencias muy superiores a las actuales (entre decenas o cientos de veces más mayores).

Un primer tema es la salud

“La evidencia de que la radiación de radiofrecuencia es perjudicial para la vida es abrumadora”, escriben los científicos. Incluye daños al ADN, a las células y a los sistemas y órganos de una amplia variedad de plantas y animales.

Los científicos denuncian “la evidencia epidemiológica de que las principales enfermedades de la civilización moderna –cáncer, enfermedades cardíacas y diabetes– son en gran parte causadas por la contaminación electromagnética”, según surge de más de 10.000 estudios contrastados.

La Declaración de Friburgo de 2012, firmada por 3.000 médicos, pedía el cese de la expansión de la tecnología inalámbrica y una moratoria para las nuevas estaciones de base.

El precedente del amianto

En 2011, la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer de la OMS concluyó sobre la peligrosidad de la radiación de radiofrecuencias.

Para quienes crean que esto es exagerado valdría recordar la historia del amianto.

Por el uso industrial y en las construcciones de amianto, han muerto, según la OMS, alrededor de 4 millones de personas por cáncer.

Pero las familias propietarias de la empresa Eternit se enriquecieron y siguen impunes.

Aunque ahora está prohibido en buena parte del mundo, sigue habiendo 125 millones de trabajadores expuestos al amianto en sus lugares de trabajo.

Invasión digital

La segunda cuestión es de carácter social. Es el tema que plantea Sally Burch, de Alai.

Por un lado, los datos son el oro de la economía actual, lo que lleva a las empresas a capturar “datos biométricos de los cuerpos, junto con los pensamientos, gustos, dolencias y estados de ánimo que todo ello desvela”, que luego son codificados por la inteligencia artificial ().

Por otro, y esto es necesario enfatizarlo, no se trata de que internet o la tecnología digital sean algo malo, sino que “una Internet de las cosas masiva, bajo un modelo centralizado en manos de megacorporaciones o gobiernos, no responde a ninguna necesidad social real”.

Sin embargo, como señala la directora de Alai, estamos ante “una invasión digital de cuerpos y mentes”.

Hay mucho más para incluir en el debate.

Por ejemplo, las repercusiones para las fuentes de trabajo, que están siendo eliminadas masivamente y sustituidas por robots, así como la capacidad de control y vigilancia que tendrán los gobiernos y las corporaciones sobre los seres humanos.

Imaginar un país como China, donde hay una cámara de videovigilancia cada tres o cuatro habitantes, conectada a bases de datos con tecnología 5G, da idea de las enormes posibilidades que esta tecnología brinda a regímenes cada vez más autoritarios en todo el mundo.

Ni qué hablar de las fuerzas armadas y del enorme poder que concentrarán con la nueva red.


En Montevideo, Raúl Zibechi