Foto: Giorgio Trucchi
Ello generaría una reacción de tal calibre que hasta amenazaría el triunfo del sí en el plebiscito que decidirá políticamente sobre los acuerdos.
Ese enorme rechazo obedecería a dos justas y poderosas razones. Primero: la casi totalidad de quienes respaldamos el proceso de paz no lo hacemos porque, ahora o antes, hayamos respaldado la lucha armada como manera de tramitar las contradicciones entre los colombianos.
Por el contrario. Lo hicimos por considerar que ese fue, desde siempre, un error histórico de la mayor proporción. Pugnamos por que las Farc renunciaran a su decisión política de alzarse en armas y reconocieran el monopolio de la fuerza por parte del Estado.
Y segundo, porque se polarizaría el debate en grado sumo y se trasladaría esa polarización a la etapa posterior al reintegro de los miembros de las Farc a la legalidad.
Ello le haría un gran daño al desarme de los espíritus que necesita el mejor futuro del país, desarme de los espíritus que no quiere decir que desaparecerán las controversias y las luchas políticas y sociales democráticas capaces de llevarnos a los cambios que necesita Colombia, pero sí que modificará la actitud y el lenguaje, de acuerdo con la nueva realidad.