La narrativa del golpe de 1964, ruptura institucional que llevó a Brasil al infame grupo de los países que promovían la tortura, está siendo revisada como forma de glorificar el ataque a la democracia.
El problema se torna aún mayor, porque ahora nadie podrá decir que el presidente Jair Bolsonaro hace algo diferente de lo que predicó en su campaña, como cuando homenajeó al torturador Carlos Brilhante Ulstra en el plenario de la Cámara Federal, el día del impeachment de Dilma Rouseff.
Irresponsablemente, el presidente de la República hizo despertar a una parte de la sociedad, conservadora y defensora de una narrativa errónea sobre las razones del subdesarrollo brasileño.
En 1964, el gobierno de João Goulart debatía temas osados y relevantes para la clase trabajadora, como el aumento del salario mínimo y la reforma agraria.
Los sindicatos, clásicos canales de expresión y de distribución de renta para los más humildes, salían a las calles para luchar por un país con efectiva justicia social.
La agitación era intensa, pero la sociedad vivía un momento de diálogo, tras siglos de desigualdad atroz y miseria entre los más vulnerables.
La elite conservadora brasileña pronto se contrapuso, y al comprar el discurso de la Guerra Fría, apoyó una solución que congeló nuestro desarrollo institucional por 21 años.
Alimentó la farsa de la influencia de los regímenes comunistas, un discurso que facilitó los movimientos que proponían explícitamente un golpe de Estado.
En poder de los militares, como siempre ocurre en países que asumen tal direccionamiento, el aparato del Estado perdió cualquier rasgo de dignidad.
Además de la represión oficial, los sótanos de las policías y del Ejército pasaron a ser escenario de salvajismo, y no fueron para nada raras las muertes, como la del periodista Vladimir Herzog.
El presidente Bolsonaro avergüenza a los militares, al exaltar lo que representó el período de la dictadura cívico-militar, un período signado por la corrupción, los desmanes, las prebendas al tiempo que una disciplina rígida caía sobre aquellos que buscaban manifestarse en contra del régimen.
Un momento de dolor y de revisión, nunca de aplausos.
En aquel momento textos como este, nunca serían publicados en medios de prensa como la Gazeta de Limeira, debido a la censura oficial.
Queremos un país desarrollado y justo, bajo la égida de la Constitución, donde los militares cumplan su misión de defensa nacional y el pueblo pueda manifestar, junto a sus organizaciones representativas, cuando entienda que sus derechos se ven amenazados por los poderosos.
Pero sobre todo, no queremos una historia que glorifique a torturadores ni que confunda represión con disciplina. Nuestro país es mayor que eso, y nadie está por encima de la democracia.
(Publicado originalmente en la Gazeta de Limeira)