Desde nuestra infancia crecemos con situaciones y estereotipos preconcebidos que se han ido transmitiendo a través de los tiempos en la mayoría de familias, y con la intención de marcar el deber ser.
Más allá de los colores con los que diferencialmente se viste y acompaña a niñas y niños, los juegos direccionados marcadamente para uno y otro sexo, los roles asignados, el lenguaje y hasta las formas de comunicarnos; las actitudes y reacciones frente a hechos concretos de la infancia, y luego adolescencia, definen en muchos casos las marcadas formas de vida de hombres y mujeres.
En algunas regiones todavía se sigue priorizando la educación de los niños frente a la de las niñas, y el nivel de analfabetismo sigue siendo mayor en estas últimas; son las niñas las que se siguen iniciando en los trabajos de la casa referente a cuidados y atención a otros, siendo relegadas también al tardío ingreso a la vida pública.
Y en algunos países, las mujeres solamente cambian de dueño, desde que nacen hasta que se casan.
Pasan siempre por la aprobación de su vida, primero por el padre, el hermano, el abuelo y todo aquel representante masculino que pueda decidir por ella, para finalmente acceder a la vida fuera de la casa familiar, pasando a las decisiones de su marido, quien a veces decide hasta por su derecho a vivir…
Construir o deconstruir generaciones es erradicar los estereotipos, costumbres naturalizadas y hechos arraigados.
Algo tan básico y sencillo, como el derecho a pensar y hablar con libertad y sin miedo a la represión por ser mujer, se hace complicado.
Cada año se conmemora un nuevo 8 de marzo, recordando a las heroicas obreras costureras de la compañía textil de Lower East Side, en Nueva York, que en 1857 decidieron hacer valer sus derechos primeramente como trabajadoras que luchaban por lo que para estos tiempos serían pequeñas conquistas, pero en aquel momento la más grande sabiendo que les costaría la vida…
Pasaron 118 años, hasta que en 1975 la Asamblea de las Naciones Unidas, luego de presiones mundiales por parte de los movimientos de mujeres y movimientos sindicales, luego de muchas muertes y privaciones de libertad, declarara el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer.
Se logró con ello el simple reconocimiento de la desigualdad de condiciones de vida, salud y trabajo, entre otros aspectos, entre hombres y mujeres, sin poder garantizarse la dignidad y justicia necesarias, a pesar de los cambios en las legislaciones y las buenas intenciones plasmadas en políticas públicas por parte de algunos estados.
Es así que las organizaciones de mujeres, organizaciones feministas y organizaciones sindicales continúan teniendo como una de sus plataformas comunes de lucha la igualdad en el acceso al trabajo y los cargos de dirección para hombres y mujeres, el reconocimiento de igual salario a igual tarea.
Todo ello con el pleno reconocimiento de que no se trata de una lucha entre hombres y mujeres, sino que se trata de sumar y de respetar la diversidad en el pensar, en el actuar, y en el decidir, mirando siempre un mismo horizonte.
El movimiento sindical es y ha sido siempre el espacio pionero en las reivindicaciones para todas y todos, en la lucha contra las injusticias sociales, y en el acompañamiento de las conquistas especificas logradas para las mujeres.
Cuando los grupos de poder desean silenciar las denuncias colocan su mira y su bala en mujeres valientes y aguerridas, que se han atrevido a denunciar las desigualdades y las injusticias.
Reconocen con ello la potente e inmortal voz de mujeres únicas y que brillarán a través de la historia y en el corazón de cada trabajador y trabajadora, como lo son Berta Cáceres (Honduras) y Marielle Franco (Brasil) entre otras grandes compañeras a las que les arrebataron su vida por denunciar, por pelear, por pensar colectivamente…por hablar.
No debemos conformarnos con un 8 de marzo más, ni con una política pública inconclusa y desviada, ni con estadísticas arregladas para complacer conciencias.