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En una nave sin rumbo

Un gobierno de militares, gendarmes de la desigualdad

Cien militares ocupan los escalones más altos del gobierno de Jair Bolsonaro, entre ellos, la presidencia y la vice, además de cargos clave en ministerios y empresas estatales, que les permiten tener un control estratégico del país. Son bastantes más que los militares que ocuparon altos cargos durante la dictadura (1964-1985).

Según un informe del diario gaúcho Zero Hora del 8 de febrero 45 de esos cargos tienen “la palabra final sobre políticas decisivas, como extracción de minerales, modernización de las comunicaciones, construcción de carreteras, mantenimiento de hidroeléctricas y cuestiones indígenas”, en pleno debate sobre la demarcación de sus territorios.

Además de controlar ministerios, tienen peso en las gerencias de Petrobras, Eletrobras, la represa binacional de Itaipú y la Zona Franca de Manaus, la gestión de recursos hospitalarios, la seguridad pública y las agencias de vigilancia y contraespionaje.

La inmensa mayoría fueron nombrados como cargos de confianza y son militares en la reserva.

Para el autor del informe, el periodista Humberto Trezzi, “en la práctica es un gobierno militar ungido por el voto popular”, que fue posible por la desconfianza en los políticos y por considerar a los uniformados “la reserva moral de la nación”.

Como parece natural, el Ejército concentra la mayoría de esos cargos, con 19 generales y once coroneles.

Lo particular de la situación de Brasil es que los militares controlan instituciones en las que siempre tuvieron preponderancia, como la Agencia Brasileña de Inteligencia (ABIN) o el Gabinete de Seguridad Institucional (GSI), pero ahora también ostentan cargos en Correos o el Departamento de Infraestructura de Transportes.

Según el analista militar Nelson Düring, de la página Defesanet, se trata de “un intento de ordenar el gobierno, monitorear las compras y los gastos” y de ese modo evitar la corrupción.

Además, quieren “controlar la maquinaria pública que históricamente está en poder de corporaciones de funcionarios”.

Usinas ideológicas

Las usinas ideológicas de esta operación para controlar el gobierno son dos: la Escuela Superior de Guerra, donde se realizan cursos de gestión estratégica y se han graduado miles de oficiales, empresarios y altos cargos de todas las administraciones, y veteranos de las misiones de paz como la que Brasil encabezó en Haití, entre 2004 y 2017, la MINUSTAH.

El periodista Kaiser Konrad estima que “el núcleo duro de los militares en el gobierno Bolsonaro son “boinas azules” que tuvieron altos cargos en las misiones de paz de las Naciones Unidas.

El vicepresidente Hamilton Mourão participó en la misión en Angola y estuvo en Venezuela, mientras el general Augusto Heleno, del GSI, fue el primer comandante en la misión en Haití, y una decena de altos cargos entre ministros y comandantes de las fuerzas armadas.

En varias ocasiones he mencionado la estrecha relación entre la participación en misiones militares de paz y la aplicación de esa experiencia en las favelas de Rio.

En 2010, cuando el ejército ocupó la favela Alemão, se informaba que “de los 800 miembros del operativo en Rio, 60 por ciento estuvieron en Haití, cumpliendo tareas de seguridad pública, entre otras el patrullaje de la capital, Puerto Príncipe” (AFP, 2 de diciembre de 2010).

¿Cuál es el objetivo detrás de ese despliegue militar en el actual gobierno? Creer que todo es para evitar el triunfo de Lula en las elecciones y desplazar definitivamente al PT del gobierno es posible, pero todo indica que hay algo más.

El analista geopolítico José Luis Fiori recuerda que el golpe de 1964 fue dado para luchar contra el comunismo, y en concreto contra Cuba, que era la prioridad de la política de Estados Unidos en la época.

La alianza estratégica que promovieron los militares con Washington, se proponía además contrabalancear la alianza que mantenía Argentina con Inglaterra, que era su principal adversario en la región.

Contención

En el terreno económico, Fiori señala que los militares confiaron la gestión al ministro Antonio Delfim Neto, que promovió el “milagro económico”, con elevadas tasas de crecimiento y grandes obras públicas con elevada intervención del Estado.

Ahora los ultraliberales de Bolsonaro se proponen, apenas, contener los gastos públicos, promover un “Estado mínimo”, reformar el sistema de jubilaciones y realizar algunas privatizaciones.

En todo caso, se trata de objetivos muy limitados que no alcanzan, en palabras de Fiori, “expectativas de mayor aliento capaces de movilizar el interés del conjunto de la sociedad brasileña” (Carta Maior, 5 de febrero de 2019).

Hacia lo que apunta es a las escasas similitudes entre la participación de los militares en los gobiernos de la dictadura y en el actual de Bolsonaro.

“Hoy en día el mundo está en plena reconfiguración geopolítica y económica, pero los militares brasileños siguen pensando como en el siglo XX, en forma binaria y sin poder pensar en una nueva estrategia en la que Brasil ya no esté obligado a considerar que sus oponentes son sólo los competidores y enemigos de Estados Unidos”, sostiene Fiori.

Ni sueños ni utopía

Concluye que los militares están tan bien formados como sus predecesores, pero esta generación “perdió la brújula estratégica y económica” que tenían el siglo pasado.

La conclusión es clara: Brasil es una nave sin rumbo y sin comando. O peor aún: ya no posee “ni sueños ni utopía, o estrategia de futuro”.

Sin embargo, creo que sí hay un proyecto detrás de esta falta de proyecto.

Medio siglo atrás la burguesía tenía el propósito de integrar a toda la población, aún como subordinados.

La industrialización atrajo a millones de brasileños de las regiones más pobres, se emplearon y se formaron como especialistas o trabajaron como simples peones pero en empleos fijos de larga duración.

Ahora el 1 por ciento no tiene el menor objetivo para toda la humanidad.

Lo único que les interesa es conservar su poder y seguir incrementando su riqueza, ya que ambas cosas van de la mano.

¿Qué sucede cuando una clase deja de tener la intención de guiar a toda la sociedad detrás de su proyecto?

Es una clase en decadencia que ya no puede conseguir el consentimiento de los subordinados, esa situación que llamamos hegemonía. En esos casos, se pasa simplemente a la dominación.

Creo que ese es el único papel que tienen hoy los militares en el mundo y, de modo muy particular, en un país como Brasil, donde la herencia colonial-patriarcal impone un modelo de dominación racista y clasista extremo.

Son los gendarmes de la desigualdad.


Raúl Zibechi (especial para Rel-UITA)