Europa | SOCIEDAD | ANÁLISIS

“Mundos otros”

Resistencias y cambio social en Europa

Interminables filas de olivos y de vides tapizan la llanura ondulada en la Toscana, cerca de Florencia, donde la Hacienda Sin Patrón Mondeggi es un ejemplo de recuperación de tierras ociosas por un colectivo de 22 jóvenes italianos.

Las 200 hectáreas de la hacienda volvieron a producir desde 2014, cuando se concretó la ocupación, que cuenta con el apoyo de una asamblea de 200 campesinos y pobladores urbanos comprometidos con el proyecto.

Los jóvenes construyeron dos huertas orgánicas, un invernadero, una herbolaria donde preparan hierbas medicinales y aromáticas, apicultura y, sobre todo, producen grandes cantidades de aceite de oliva, vino y cerveza que venden a través de redes como Genuino Clandestino (http://genuinoclandestino.it) y en una feria semanal en Florencia.

Llegaron a un acuerdo con los miembros de la asamblea: cada uno puede cultivar y cosechar 35 olivos (7.000 en total) lo que les facilita la conservación de los 3.000 olivares restantes, que cultivan los que habitan la hacienda recuperada. De ese modo la alianza con los vecinos beneficia a ambos.

Por los senderos del zapatismo
Experiencias territoriales exitosas

La crisis de 2008 potenció en la Europa mediterránea infinidad de iniciativas de resistencia y de creación de espacios que denominan “mundos otros”, ya que buscan evitar reproducir el capitalismo, en sintonía con la propuesta zapatista.

Hay fábricas recuperadas como Rimaflow (https://rimaflow.it), en Milán, donde los obreros de una planta de autopartes en crisis la recuperaron en alianza con migrantes y artesanos que encuentran en ese espacio un lugar de sobrevivencia con dignidad.

La experiencia más notable se encuentra en los Alpes, al norte de Turín, donde más de 30 comunidades y pueblos resisten la construcción de un Tren de Alta Velocidad desde hace ya tres décadas.

El movimiento No-TAV en el Valle de Susa ha conseguido paralizar la construcción y poner en debate la utilidad social de los trenes de alta velocidad, destinados a clases medias altas por su elevado costo.

En estos 30 años hubo duros enfrentamientos con la policía, detenidos y decenas de procesados con elevadas multas que siempre pagan las comunidades. Pero consiguieron el reconocimiento de todos los movimientos europeos como una experiencia territorial exitosa.

A mediados de junio se reunieron en Roma 13 colectivos territoriales, entre los que destacan los comités de Cerdeña, donde más de 60 colectivos de base sostienen la resistencia a lo que definen como “asalto y especulación con los bienes comunes”.

La isla está siendo colonizada por diversas formas de extractivismo, en el cual destaca la presencia de bases militares de Estados Unidos que ocupan más de 30 mil hectáreas.

En el estado español encontré una serie infinita de resistencias de base.

Sólo en Madrid hay 60 huertos comunitarios colectivos, grupos culturales y sociales, la plataforma que defiende a los desalojados y ha recuperado varios edificios, además de colectivos de lucha por la sanidad, la educación y el ocio.

José Luis Fernández Casadevante, coautor de un hermoso libro sobre las huertas urbanas (Raíces en el asfalto), aporta datos concluyentes: se pasó de 21 zonas de huertas en 14 municipios en 2006 a 682 zonas en 369 municipios en 2017.

En abril se reunió la cuarta Escuela de Movimientos Sociales en Salamanca, organizada por Ecologistas en Acción, la central sindical CGT y Baladre, un colectivo que trabaja con personas en situación de exclusión.

Participó la Asociación de Trabajadoras del Hogar, integrada en gran parte por mujeres migrantes de América Latina y África, y el colectivo psiquiátrico Grupos de Apoyo Mutuo, que se organizaron para “afrontar el sufrimiento psíquico desde lo colectivo”.

Pero la situación más interesante, luego de un periplo de siete semanas por países del Mediterráneo, la encontré en Catalunya.

Experiencias catalanas
Gérmenes anticapitalistas

En todos los confines de esa región de seis millones de habitantes hay una red de más de 300 Comités de Defensa de la República, además de colectivos territoriales, medios de comunicación, movimientos y centros sociales y culturales.

En la ciudad obrera de Sabadell – poco más de 200 mil habitantes, a media hora de Barcelona- se ha formado el Movimiento Popular de Sabadell, integrado por decenas de colectivos de obreros, de mujeres, por la potente Plataforma de Afectados por la Hipoteca.

Unas 500 personas participan en las asambleas del movimiento, que tiene cuatro edificios ocupados que albergan a los desalojados y cuenta con banco de alimentos autogestionado. Además, hay una decena de cooperativas de consumo no jerárquicas y medios libres.

No me siento nacionalista ni independentista, pero me sorprendió el arraigo de colectivos anticapitalistas, ambientalistas y antipatriarcales en todos los barrios de Barcelona.

Una de las experiencias más notables es Coop57, una cooperativa de servicios financieros que concede préstamos a proyectos de economía social.

Nació en 1995 a raíz de la lucha de los trabajadores de la Editorial Bruguera, que crearon un fondo solidario con parte de las indemnizaciones recibidas (coop57.coop). Hoy tienen 800 entidades que apoyan el proyecto, con 4.000 socios y casi 20 millones de euros en préstamos sociales anuales.

Con el relato anterior apunto hacia dos cuestiones. La primera es que debajo de gobiernos autoritarios se están produciendo movimientos de base, tanto sociales como sindicales y territoriales, que tienden a configurar una nueva relación de fuerzas en el continente.

En la base de estos movimientos está la expansión del modelo extractivo, en particular la minería, los hidrocarburos y la masiva especulación inmobiliaria urbana.

La segunda es que los propios movimientos están procesando cambios de larga duración: comienzan a aparecer territorios propios, colectivos que ponen la formación en lugar destacado y crean relaciones materiales que no reproducen el capitalismo.

Un nuevo tipo de relaciones
Más allá de la solidaridad

Luego de la crisis de 2008 los movimientos mediterráneos empiezan a tener características comunes con movimientos latinoamericanos.

Esto modifica los tonos de la solidaridad que se dio entre movimientos de ambos continentes desde la revolución sandinista.

Si desde la década de 1980 el tono lo marcaba la solidaridad, o sea la ayuda de quienes podían darla a quienes la necesitaban, ahora estamos ante la posibilidad de un intercambio de experiencias y saberes.

La solidaridad es una acción muy noble, quizá de las más profundas que los seres humanos podemos construir.

Sin embargo, implica una relación asimétrica, aunque en muchas ocasiones busca evitar la caridad para contribuir al empoderamiento mutuo.

Creo que ahora estamos en condiciones de subir un escalón: los emprendimientos que florecen en ambas orillas pueden ser la base de un nuevo tipo de relaciones.