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Con Pietro Ruffolo

Europa y sus demonios

Las izquierdas ya no se reconocen como tales y la derecha clásica pierde espacio ante la extrema derecha racista, xenófoba, machista. El estado de bienestar social es desguazado para que nada ni nadie se interponga en el engorde de las empresas transnacionales y del capital financiero. Sólo se sustenta al aparato represor, ya que aguarda un estallido social porque llegará el día que la gente no soporte más la violencia de tanta exclusión y la precariedad. ¿En este contexto, qué pasa con los sindicatos? Pietro Ruffolo se adentra en estos temas, desde su experiencia como coordinador para las políticas europeas de la Federación de Trabajadores de la Agroindustria (FLAI), integrante de la Confederación General Italiana del Trabajo (CGIL).

-Se viene la noche… gobiernos de derecha y hasta de extrema derecha, con muy pocas excepciones, como Suecia, Portugal, Rumania o Grecia. ¿Cómo analizas esa situación?
-Salvo Suecia, Portugal, Rumania y Grecia, en el resto la derecha y la extrema derecha se manifiesta de manera asustadora. Si sumamos los habitantes de todos estos países no pasan de los 50 millones, estamos hablando de una parte muy minoritaria si tomamos en cuenta que Europa tiene más de 550 millones de habitantes.

En los países nórdicos, que siempre han sido un referente importante para los sindicalistas, las cosas están cambiando. En Finlandia, por ejemplo, el gobierno de derecha está integrado por el partido populista y xenófobo “Verdaderos Finlandeses”, que controla importantes carteras.

Prácticamente todo el este está gobernado por la derecha, a veces aliada con los ultras. En Polonia, por ejemplo, hay un problema de emergencia democrática. El primer ministro Mateusz Morawiecki rindió homenaje en el cementerio de Varsovia a los colaboracionistas de los nazis caídos.

Es una situación que nos preocupa mucho, porque contribuye a borrar una memoria histórica antifascista que siempre ha sido muy fuerte en Europa.

Pienso también en la Hungría de Víktor Orbán, que acaba de ganar las elecciones logrando una mayoría absoluta del 48 por ciento. Su gobierno se caracteriza por promover políticas antinmigrantes y su campaña electoral se ha centrado en atemorizar a los electores con el discurso de que el país iba a ser invadido por trabajadores migrantes islámicos musulmanes.

En Republica Checa, un rico empresario, Andrej Babiš, fundó un partido y ganó las elecciones, y su plan de gobierno es la lucha contra los migrantes.

En Italia la victoria electoral de dos partidos populistas, el Movimiento 5 Estrellas y la Liga, va en el mismo sentido. En Austria, el Partido Popular hizo alianza con el Partido de la Libertad, de extrema derecha y tercera fuerza del país.

Respetamos la voluntad democrática de los electores, pero hay que reflexionar sobre lo que está pasando. Existe un denominador común: todos los partidos socialdemócratas europeos padecen una profunda crisis.

No han sido capaces de intervenir en la globalización, que abre las puertas a movimientos de productos, capitales y, sobre todo, de personas.

El fenómeno de la migración, en particular desde África y Oriente Medio, no ha sido bien manejado por las izquierdas, que ha dejado el terreno libre para las derechas y sus “soluciones”.

-¿Cómo explicas la tendencia de crecimiento de la derecha y la ultra derecha?
-Porque usan un lenguaje simplificado, muy efectivo, que la gente entiende y asume. Todos estos partidos tienen dos temas que caracterizan sus campañas y programas políticos: autonomía e independencia nacional (soberanía) y no al ingreso de migrantes.

Y es aquí que se abre la verdadera contradicción: mientras Italia, Grecia y España no tienen fronteras naturales porque están rodeadas por el Mediterráneo, los otros países levantan 175 kilómetros de muro para impedir el ingreso de migrantes.

La derecha no gana porque sus contenidos políticos sean superiores a los de la izquierda, sino porque utiliza unas cuantas consignas que, en este momento, resultan muy eficaces. ¿Y por qué son eficaces? Porque Europa está viviendo una crisis económica que no tiene precedentes desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Una crisis que ya lleva diez años
Más desempleo y precarización, menos salarios

La crisis regional se inició en 2008 y una década después aún no ha terminado. Se pierden puestos de trabajo, la capacidad económica de las familias se reduce.

Para la derecha es fácil, entonces, usar esta coyuntura de crisis para sostener que la responsabilidad es de los migrantes que quitan el trabajo a los ciudadanos nacionales. Toda la derecha europea usa este tema para alcanzar éxitos electorales y es lo que está pasando.

La izquierda necesita repensar cuál es su papel hoy en día y cuál es su función. Hasta el momento no ha sido capaz de manejar la globalización y ha perdido el rumbo.

Los valores originarios de la izquierda no han cambiado y son fuertes: solidaridad, cooperación, trabajo y derechos. Lamentablemente, estos valores ya no son representados por los partidos socialistas y socialdemócratas.

Miré con mucho interés la experiencia de Alexis Tsipras en Grecia. Europa no podía tolerar que existiese un gobierno de izquierda que se opusiese a las lógicas dramáticas de la globalización.

Los pueblos de las 28 naciones no soportan más la política de austeridad impuesta desde Alemania.

Italia, España, Grecia, Portugal y otros no pueden invertir para generar crecimiento porque antes deben solucionar su enorme endeudamiento. Durante estos 10 años de crisis, entonces, en lugar de fomentar políticas de inversión han impulsado políticas de control de la deuda pública.

El próximo año hay elecciones al Parlamento Europeo y creo que vamos a tener una nueva mayoría que refleja esta situación de avance de la derecha.

Se dice que el conjunto de partidos populistas, xenófobos y neofascistas podría llegar a ser el segundo grupo más importante en el Parlamento, tras el Grupo Popular, que integran los partidos católicos.

Izquierdas y sindicatos perplejos
Volver a los orígenes

– ¿Sobrevive la esperanza?
-Es algo que no se puede cambiar en poco tiempo, es un trabajo largo y difícil. La izquierda debe volver al comienzo y el sindicato, que también está en crisis, debe contribuir a este proceso.

El sindicalismo va mejor en las zonas más industrializadas, pero ha mostrado no ser capaz de leer los procesos de cambios. Somos diferentes de los partidos: ellos deben definir estrategias políticas, nosotros dar respuestas cada día a las y los trabajadores.

El problema es que la globalización ha creado nuevas dinámicas en el ámbito del capitalismo.

El capitalismo usa estos fenómenos para reducir los derechos laborales, en particular el tema de la migración. Les es funcional un ejército conformado por personas que tienen necesidades y pueden ser explotadas.

En Italia, un trabajador migrante cobra menos de dos euros por hora. Labora 12-13 horas en el campo y gana menos de 20 euros por día. El convenio colectivo nacional prevé que el trabajador agrícola gane no menos de 55 euros al día.

En Alemania, en el sector cárnico importan mano de obra rumana, búlgara, moldava y ucraniana para los mataderos.

Es un fenómeno general que, además, debilita a las organizaciones sindicales, que deben abrir los ojos, rectificar su actuación y prepararse para enfrentar la próxima revolución 4.0 (nanotecnologías, neurotecnologías, robots, inteligencia artificial, biotecnología, etc.).

Más problemas, con sindicatos y partidos de izquierdas más debilitados.


En Roma, Gerardo Iglesias
Foto: Gerardo Iglesias