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Violencia e impunidad en un país en descomposición

“Negra, feminista e hija de la favela Maré”. Así se definía a sí misma Marielle Franco, asesinada a balazos el miércoles 14 por la noche en Rio junto a su chofer Anderson Gomes. Uno más de los crímenes de dirigentes sociales que seguramente quedarán impunes en el Brasil de Temer.

En América Latina “matan a la gente
pero no matan a la idea”.
(Rubén Blades)“El peligro de estar vivos”
(Fito Paez)

Marielle era, además, concejala por el Partido Socialismo y Libertad y desde la tribuna del Concejo Deliberante de la ciudad había multiplicado en las últimas semanas las denuncias del accionar en las favelas de los militares a los que el presidente Michel Temer encargó la seguridad de Río.

Dos días después del asesinato, el pasado viernes 16, se cumplía un mes de la entrada en vigencia de esa medida.

Si bien no existen pruebas de un “crimen político” (difícil que se las pueda hallar: sus asesinos actuaron como profesionales), no hay en Brasil persona honesta que no dirija su mirada hacia las bandas paramilitares que controlan una multitud de favelas cariocas o hacia sus cómplices de la Policía Militar de Rio.

Las balas utilizadas para el doble crimen son nueve milímetros, de exclusivo uso de los uniformados, y no hubo intento de robo alguno.

Marielle Franco había denunciado en las últimas semanas cómo desde que las fuerzas a cargo del general Walter Souza Braga Netto tomaron las favelas, sus cientos de miles de habitantes, en particular los jóvenes, comenzaron a ser fichados.

Nada nuevo bajo el sol, por cierto, pero la militarización, decía esta joven (38 años) militante social y política, conduce directamente a la criminalización, y la criminalización a la ejecución.

Más aún cuando, a instancias del propio general Braga Netto, una sólida mayoría de parlamentarios brasileños, liderados por los integrantes de la “bancada de la bala”, otorgaron total impunidad a los militares que están actuando en el marco de la operación de seguridad.

Marielle ya había vivido en carne propia, y padecido, una intervención militar en su natal favela do Maré, en 2014. Las Fuerzas Armadas habían concentrado su actuación en los jóvenes y en los militantes sociales de las barriadas y dejado “tranquilos” a los narcos.

Una operación ineficaz y criminal
“La democracia en peligro”

El 19 de febrero pasado Franco había manifestado que la intervención decretada por el presidente “amenaza la democracia” y días después, con la operación ya en marcha y visible, los atropellos cotidianos de los militares.

Braga Netto y Temer, por supuesto, lamentaron la muerte de Franco y prometieron castigo a los culpables. Nadie les cree.

No les creen, por ejemplo, organizaciones humanitarias como Amnistía Internacional o Human Rights Watch y agencias de las Naciones Unidas, que pidieron una investigación inmediata e independiente sobre el asesinato y que la misma esté a cargo de la Policía Federal, no de la carioca.

Miles de personas despidieron el jueves 15 a Franco frente al Concejo Deliberante de Río de Janeiro.

Ejecutan a quien levanta la voz”, “Ese tiro fue para el pueblo, pero la lucha vive”, “Vidas negras, Marielle presente”, se decía en algunas de las pancartas.

“Por su actuación en la cámara municipal y por su trabajo de base junto a las comunidades oprimidas y humilladas de las favelas, por las contundentes denuncias a la violencia policial selectiva y desmedida y por su respaldo a movimientos sociales, Marielle Franco tenía el perfil justo para ser blanco de la furia de milicianos o de integrantes de la llamada ‘banda podrida’ de la Policía
Militar”, escribió desde Río el periodista Eric Nepomuceno.

Una definición precisa que la UITA hace suya, junto a la reiteración de su compromiso con las causas que Marielle defendía.