Desde que se tiene registro de la existencia de la humanidad se han encontrado personajes que dependiendo del lugar de poder que tuviesen fueron registrados como diferentes, excéntricos o enfermos.
Incluso, en algunas culturas que todavía se rigen por sistemas ancestrales, aquellas personas llamadas diferentes por tener un cuerpo de determinado sexo e identificarse con otro, tienen una connotación de traer suerte a las comunidades, tal y como es el caso de los muxe o mushe en una región de México y los hijra en India.
En la década de los sesenta, el mundo entero pudo ver, gracias a los movimientos revolucionarios, especialmente el feminista, que ser diferente y amar diferente era algo transgresor pero cada vez más común.
Sin embargo, “movimientos revolucionarios” sentados en fundamentos patriarcales y heterosexuales censuraron, castigaron y relegaron a homosexuales y transexuales por ser “desviados ideológicos” que entorpecerían el avance del “hombre nuevo”.
En América Latina los crímenes de odio contra la comunidad LGBT (Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales e Intersexuales) aumentaron en 10 países.
Son particularmente alarmantes los casos de Brasil, en donde se registraron 958 crímenes en 3 años. En este país cada 19 horas es asesinada o se suicida a causa de la homofobia una persona LGBT, siendo el lugar del mundo en el que más se suceden este tipo de casos.
Al cierre de 2017 se habían registrado oficialmente 445 asesinatos y suicidios, seguramente muchos menos que el número real.
A diferencia de los homicidios de hombres heterosexuales, la mayoría de las personas LGBT asesinadas fueron brutalmente torturadas y mutiladas, lo que revela la intención de hacer de estos hechos, acciones ejemplificantes para llevar el mensaje de que en la sociedad solamente deben admitirse hombres que se relacionen de forma erótico-sexual con mujeres y mujeres con hombres.
En Brasil, en los últimos tres años 39 personas con identidad sexual diversa se suicidaron; 286 fueron asesinadas con arma de fuego y 275 con arma blanca; 97 fueron asfixiadas; 28 apedreadas; 10 carbonizadas y tres envenenadas, según consignó el Grupo Gay de Bahía.
En El Salvador, los niveles de crueldad y humillación ejercidos por los agresores, que en el 100 por ciento de los casos son hombres, son desproporcionados e inimaginables, ya que atan a sus víctimas con alambre de púas, las degüellan y les cercenan los genitales.
Aquellas personas LGBT que desean tener una vida digna o simplemente vivir se ven obligadas a migrar de sus lugares de origen para empezar en un lugar nuevo en donde nadie les conozca y ocultar su identidad, protegiendo también de esta forma a sus familiares, que en muchos casos son víctimas secundarias de las represalias.
Sin embargo, ya se ha comprobado que ser LGBT significa correr peligro de vida en todas partes, debido a que los crímenes contra ellos y ellas son una realidad que camina invisible en nuestras sociedades, con múltiples espacios de complicidad y aval.
Las personas LGBT son las principales víctimas de bullying o acoso, que en ciertos casos culminan en suicidios atribuidos a desequilibrios emocionales o psíquicos de las víctimas.
Los trans, específicamente, se encuentran en situación de extrema vulnerabilidad en toda América Latina.
Se les acusa de hechos que no han realizado, se les estigmatiza de antemano, colocándoles en un nivel de peligrosidad hacia la “población normal” y son pocos los países en los que una pareja homosexual, o en la que exista un integrante trans, puede gozar del derecho a adoptar a un/una menor y conformar una familia.
Hay países un poco más avanzados y conscientes de los derechos de las personas LGBT, como Uruguay, donde se reconoce a los trans el derecho al cambio de nombre de acuerdo a la identidad de género y al matrimonio, y se está avanzando hacia la adopción.
El gobierno uruguayo ha adoptado programas de inclusión social y cuotas laborales para personas trans, para que puedan acceder a trabajos dignos y alargar su expectativa de vida, considerando que en promedio viven menos que el resto de la población.
En muchas ocasiones se habla de “tolerar” a las personas LGBT, cuando en realidad se les debe dejar ser y existir como ellas sientan.
El movimiento sindical, con la consigna del respeto a los derechos humanos para todas y todos, debe reconocer en la diversidad una riqueza y una fortaleza en la construcción de un mundo más inclusivo y realmente equitativo.