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Las agencias de la ONU y la “crisis ambiental”

Curando con un termómetro

Los organismos internacionales multiplican sus alertas sobre la “crisis ambiental”, elaboradas por burócratas muy bien pagos que a menudo forman parte de quienes promueven el sistema que la provoca.

En mi última entrega (“Calentamiento global y sindicatos”) argumentaba que “mientras no se acepte que la forma capitalista de producción es la principal causante, entre otros males, del cambio climático, estaremos atacando los efectos y no la causa”.

Luego citaba a Guillermo Foladori: “No discutir la forma social de producción en el momento en que la crisis ambiental alcanza escala mundial e impactos de largo alcance temporal sobre la biosfera y la especie humana es una actitud totalmente clasista porque implica, aunque sea por omisión, suponer que la forma capitalista es la única posible, contra lo que enseña la historia de la humanidad”.

Tempranamente comenzaron a conocerse las consecuencias negativas del sistema capitalista, primero en sus dimensiones políticas y económicas y posteriormente en la ecológica.

Sobre esta última podemos considerar el libro de Rachel Carson, Primavera Silenciosa (1962) como la primera alarma moderna. La autora desafiaba las prácticas de los científicos agrícolas y a los gobiernos, exhortando a un cambio.

Por primera vez se mencionó el peligro del DDT y otros productos químicos usados como pesticidas.

Luego, a fines de los años 1970, comenzó a hablarse del calentamiento global y en los 90 se publicó el libro Nuestro futuro robado (escrito por Theo Colborn, Dianne Dumanoski y Pete Myers), que reúne por primera vez las alarmantes evidencias obtenidas en estudios de campo, experimentos de laboratorio y estadísticas sobre el peligro que representan los “disruptores endocrinos”.

Mediciones sin soluciones
Los organismos internacionales y sus “diagnósticos”

A partir de ahí las consecuencias de la forma capitalista de producción fueron medidas y difundidas por diversos organismos internacionales, pero sin ofrecer una solución. Veamos algunos ejemplos recientes de lo que esos organismos nos dicen:

• La concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera aumentó en 2016 hasta alcanzar niveles records, informó el pasado octubre la Organización Meteorológica Mundial (OMM).

Este gas, que es el principal responsable del efecto invernadero de larga duración, alcanzó 403,3 partes por millón, frente a las 400 registradas en 2015.

Según la OMM, actualmente la concentración de CO2 en la atmósfera representa 145 por ciento de los niveles preindustriales (antes de 1759).

• Hace poco más de dos años, 195 países firmaron el Acuerdo de París sobre la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Un estudio publicado en octubre por la ONU Medio Ambiente afirma que el acuerdo está en riesgo y que aunque todos los compromisos asumidos fueran cumplidos, apenas representarían un tercio de lo que es necesario alcanzar antes de 2030.

• En 2014, cerca de siete millones de personas murieron a causa de la polución, cinco veces más que los fallecidos por sida y malaria juntos. (Organización Mundial de la Salud, OMS).

• Unos 6,5 millones de personas mueren de forma prematura todos los años por la exposición a la contaminación del aire interior y el exterior, y 9 de cada 10 personas respiran un aire libre cuya contaminación supera lo aceptable según pautas de la OMS.

• Se estima que por lo menos un millón de personas sufren envenenamiento cada año por una excesiva exposición y uso inapropiado de pesticidas, con efectos sobre la salud de todos. (ONU Medio Ambiente).

• El 15 de septiembre se dio a conocer el informe “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo”, publicación conjunta de cinco organizaciones de las Naciones Unidas.

El documento estima que el año pasado 815 millones de personas sufrían hambre, un aumento de 38 millones respecto a 2016.

También el hambre aumentó en América Latina y el Caribe, donde 42,5 millones de personas están subalimentadas. (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, y Organización Panamericana de la Salud, OPS).

• Según la OMS, 700.000 personas mueren anualmente en el mundo a causa de la resistencia a los antibióticos.

Para el Banco Mundial estas resistencias tendrán un costo de un billón (millón de millones) de dólares al año hasta 2030.

Otras fuentes de esta resistencia se encuentran en la ganadería y la agricultura.

Los animales reciben grandes cantidades de antibióticos, y según la FAO, su uso duplicará en los próximos 20 años por la intensificación de su aplicación en la ganadería y la acuicultura.

La FAO también advierte que el empleo de antibióticos en los pesticidas, contribuyen a aumentar las resistencias.

• Los países pobres perderán 10 por ciento del producto bruto interno (PBI) per cápita hasta 2100.

A medida que las temperaturas ultrapasan los límites biofísicos de los ecosistemas de estos países, puede haber epidemias más frecuentes, hambrunas y desastres naturales, al mismo tiempo que se alimenta la presión migratoria y el riesgo de conflictos.

Cerca del 60 por ciento de la población mundial vive en países donde el calentamiento global probablemente producirá estos “efectos perniciosos” (Fondo Monetario Internacional, FMI).

• Alrededor de 28 millones de niños en todo el mundo han sido víctimas de desplazamientos forzosos. Casi 1,4 millones de niños corren riesgo inminente de muerte por malnutrición (Fondo de la Naciones Unidas para la Infancia – Unicef).

• La esclavitud moderna afecta a 40 millones de personas en el mundo y el trabajo infantil alcanza a 152 millones. De ese total, 11 millones corresponde a América Latina. (Organización Internacional del Trabajo, OIT).

Un ejército de burócratas muy bien pagos…
…por sus propias víctimas

¿Usted seguiría confiando en un médico que en lugar de recetar medicamentos o recurrir al bisturí se limitara a utilizar un termómetro con el único fin de registrar periódicamente cómo su temperatura va en aumento mientras la enfermedad avanza inexorablemente?

A eso se dedican, como vimos, los organismos internacionales. Que nos lean la temperatura año a año y nos adviertan que la enfermedad nos está matando, sin intentar ningún tipo de remedio, no sirve de nada. Más bien suena a broma cruel.

Todos estos organismos tienen sus lujosas sedes en ciudades de los países desarrollados (Ginebra, Roma, Washington, Nueva York) y ocupan una legión de burócratas muy bien pagos cuya principal tarea es, una vez más, tomarle la temperatura al mundo.

Y lo más indignante es que somos las víctimas quienes pagamos los gastos.

Habrá que reaccionar rápido y exigirles a esos organismos que hagan algo concreto y efectivo.

De lo contrario, nuestro futuro será morirnos de hambre, por la contaminación, por un virus resistente a los antibióticos, por un huracán o envenenados por un agrotóxico.

Eso sí, debidamente informados y figurando en las estadísticas.


1 Los disruptores endocrinos son sustancias químicas capaces de alterar el sistema hormonal, tanto en seres humanos como en animales, responsable de múltiples funciones vitales como el crecimiento o al desarrollo sexual. Al imitar o alterar el efecto de las hormonas, los disruptores endocrinos pueden enviar mensajes confusos al organismo ocasionando diversas disfunciones. Todos estamos expuestos a sustancias químicas que pueden alterar nuestro sistema hormonal y causar numerosos problemas de salud de efectos irreversibles.