A 38 años del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976
Con Norberto Latorre
Valorar la democracia, aún si es imperfecta
A 38 años del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976
Foto: Gerardo Iglesias
Norberto es presidente del Comité Mundial del Grupo HRCT de la UITA y secretario de Finanzas de la Unión de Trabajadores del Turismo, Hoteleros y Gastronómicos de la República Argentina (UTHGRA). La Rel recogió su testimonio sobre el golpe de Estado y sus consecuencias en el sindicalismo.
-Se cumplieron 38 años del último golpe de Estado cívico-militar perpetrado en Argentina. Un hecho político que marcó la historia del país con una huella indeleble. ¿Cómo lo viviste personalmente?
-El 24 de marzo de 1976 yo era secretario general de la UTHGRA Seccional Salta, que sigue siendo mi Sindicato actualmente.
Además, era secretario Gremial de la Confederación General del Trabajo (CGT), Regional Salta. Para los militares esto ya era motivo suficiente de sospecha. Me detuvieron llevándome primero a la Jefatura de Policía de Salta y luego quedé en manos del Ejército.
-¿Las detenciones eran selectivas?
-No, para nada. En Salta, mi provincia, puedo decir que fue una represión masiva, al barrer, porque decían que era un centro de revolucionarios.
Vi llevar a gente que nunca en su vida se había involucrado en política o en el sindicalismo. Ya lo hacían a cara descubierta, en vehículos oficiales pero que no tenían nada que ver con los servicios de seguridad. Muchas veces ni siquiera anotaban a quién ingresaban, ni nombre ni apellido, nada.
Estuve cinco días con una venda en los ojos. La tortura sicológica incluía simulacros de ejecución sumaria, amenazas de todo tipo, insultos y humillaciones.
También utilizaron la tortura física mediante picana eléctrica que era un caño con dos puntas conectado a un sistema de baterías que generaba 380 voltios. Donde te tocaban con eso te quemaban y te quedaba todo el cuerpo sensibilizado.
-¿Pensaste que sobrevivirías?
-No. Cuando me llevaron creí que iba a ser un desaparecido más. Recuerdo que sentí que moriría injustamente, pero cuando uno está comprometido con una causa se sabe que la derrota es una posibilidad.
Yo, como sindicalista, como peronista, pensaba que si me tocaba perder lo haría por mi causa. Hubiera sido totalmente injusto, pero en aquel momento era parte de las reglas del juego. Por suerte lo puedo contar.
-¿De qué te acusaban?
-Ellos querían saber dónde teníamos las armas, los explosivos… En aquella época algún sector sindical había tomado el camino de la acción directa, de la violencia armada que, por cierto, no era mi línea política.
El grupo «Montoneros» practicaba la guerrilla. Para los militares todos éramos potenciales guerrilleros, militantes peligrosos. Antes del golpe los Montoneros intentaron reclutarme, pero desistí porque tengo mi ideología peronista y provengo de una tradición familiar peronista.
Cuando estuvieron satisfechos -creo que finalmente hallaron algún explosivo en una sede sindical que no era la nuestra- nos distribuyeron entre la Policía y el Ejército.
A mí me tocó el Ejército. Allí seguí con los ojos vendados, ya no nos pegaban pero continuaba la tortura sicológica. Por debajo de la venda vi cómo se llevaban a mucha gente que ya no regresaba más. Desaparecieron varios dirigentes sindicales conocidos, mayores que yo.
Era gente leal, con convicciones, peronistas, comprometidos con las luchas de los trabajadores y nada más. Torturaron y asesinaron a mucha gente que nunca tuvo nada que ver con la violencia o la guerrilla.
-¿Cómo saliste de allí?
-Tuve suerte. Estuve siete u ocho días en esa situación, y mi padre tenía un amigo que conocía al jefe de Policía designado por los militares que era un teniente coronel. Allanaron mi casa, la de mi padre, y no encontraron absolutamente nada que me inculpara. Y digo que tuve suerte porque otros en las mismas condiciones y a pesar de las gestiones de sus familiares no lo consiguieron.
-¿Cómo superaste esa terrible experiencia?
-Estuve diez días viendo todo borroso, incluso porque al sacarnos la venda nos pusieron de frente al crepúsculo, y eso me embromó más. Pero al poco tiempo, ya a fines del 76, comenzamos a reunirnos en la clandestinidad. Participé activamente en la reorganización del movimiento sindical.
A nivel nacional se había creado el Consejo Único de Trabajadores Argentinos (CUTA), encabezada por el dirigente Saúl Ubaldini. El 29 de abril de 1979 les hicimos el primer paro a los militares, pero dos o tres días antes yo ya estaba detenido. Me llevaron tres o cuatro veces así, preventivamente, digamos.
Siempre por estar organizando en la clandestinidad, tratando de convencer a los dirigentes sindicales de que teníamos que agruparnos, de que había que enfrentar a los militares.
Un tiempo después montamos una peña folclórica, y allí nos reuníamos pero no sólo a cantar, sino también a intercambiar ideas. Logramos llevar a varias personalidades importantes, incluso a algunos políticos, entre ellos a Raúl Alfonsín, dirigente del Partido Radical que más tarde sería Presidente de la República.
-Después vino la Guerra de Las Malvinas…
–Un tremendo error de los militares que costó centenares de vidas de jóvenes conscriptos sin los adecuados equipamiento, entrenamiento ni experiencia.
Ellos nunca imaginaron que los ingleses vendrían a defender Las Malvinas con todo lo que tenían. Fue una aventura irresponsable que terminó acelerando la partida de los militares del gobierno.
Por otra parte, los militares siempre han sido pésimos gobernantes, corruptos e ineptos. Desquiciaron al país, a las organizaciones sociales. En nuestro caso, la intervención del Sindicato por los militares nos dejó sin fondos -se robaron todo-, endeudados y con un gremio destruido.
Junto a otros compañeros recorrí todo el país formando agrupaciones. Recién pudimos celebrar nuevamente elecciones en 1985, cuando -ante una lista medio continuista- ganamos en todas las seccionales -incluyendo Capital Federal- con excepción de dos. Fue un paso enorme para un grupo en el cual todos veníamos del interior.
30 mil desaparecidos
Nadie va a olvidar lo que sucedió
-¿Qué estimas que le quedó a la sociedad argentina de esa etapa tan oscura?
–Vivir una dictadura enseña a valorar aún más la democracia, y debería ayudar a evitar errores que en el futuro podrían favorecer las condiciones para que esa historia se repita.
Recién estamos por llegar a 30 años consecutivos de democracia. Mi generación ha vivido más tiempo en dictadura que en democracia. Ahora es el pueblo el que elige sus gobernantes, y él sabrá castigar con el voto a quienes nos gobiernen mal.
Esta no es una fecha para conmemorar nada, sino para recordar y reflexionar sobre aquellos malos momentos, y para tener presentes los errores que se cometieron.
Yo, que hoy puedo estar hablando contigo y reflexionar acerca de lo que pasó, puedo decir que no tengo rencores, pero entiendo a quien tiene familiares desaparecidos o asesinados y sigue reclamando.
Nadie va a olvidar lo que pasó, pero ellos mucho menos porque su sufrimiento continúa. Fueron años de una persecución terrible que dejó 30 mil desaparecidos.
-…y seis de cada diez eran sindicalistas…
-Nos tocó pagar con sangre. Ahora estamos ocupando un rol social en el cual tenemos que mirar y pensar hacia adelante, elegir bien el camino y evitar los atajos que pueden parecer fáciles, pero que casi siempre nos conducen a cometer equivocaciones.
Mi compromiso sigue siendo el de siempre, con los trabajadores, con el movimiento sindical. Tuve tres veces la oportunidad de acceder a una banca de diputado, pero entiendo que mi lugar está aquí, donde siempre estuvo y estará..