Verdad, memoria y justicia
Gerardo Iglesias
13 | 12 | 2024
Foto: Nelson Godoy
Jair Krischke y Samuel Blixen, entrañables amigos, se dan cita en Montevideo. Se encuentran, se abrazan en una demostración elocuente de cariño y admiración. Cuánta música en dos acordes, diría el artista. Cuánta resistencia en dos militantes, murmura el auditorio.
Sabíamos que Jair, presidente del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos de Brasil, llegaría a Uruguay el jueves 21 de noviembre para presenciar de cerquita el balotaje del siguiente domingo, cuando el candidato del Frente Amplio, Yamandú Orsi, resultó electo Presidente de la República.
Amalia Antúnez había sugerido la inscripción de la obra “Desaparecidos. En busca de la Verdad”, escrita por Blixen (periodista y docente) junto a Nilo Patiño (militante social e integrante de la organización Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos) en la 41a edición del Premio Derechos Humanos organizado por el MJDH, la Orden de Abogados de Brasil (OAB) y la Rel UITA, entre otras organizaciones.
Días antes de la llegada de Jair, Amalia ya tenía la primicia de que la obra presentada (tarea nada sencilla) por los dos uruguayos, había ganado el Premio Derechos Humanos de Periodismo 2024 en la categoría Gran Reportaje.
Daniel García lanzó la idea de reunir a Krischke y Blixen, propiciando un conversatorio descontraído. La anuencia del resto del equipo de la secretaría regional se tradujo en el aventón necesario para ir dándole forma al proyecto.
Además, sugirió la locación del encuentro: el sitio “Memoria La Tablada” ─o Base Roberto, en la jerga de los represores─ que funcionó como centro clandestino de detención y torturas hasta 1983, un par de años antes de la caída de la dictadura.
El centro La Tablada estuvo a cargo del Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas (OCOA) durante la dictadura cívico militar (1973-1985).
Como consecuencia del terrorismo de Estado, Uruguay registra el récord de haber tenido el más alto porcentaje de presos políticos del mundo: uno de cada 54 ciudadanos pasó por las cárceles, forzó al exilio a cerca de 380 mil personas, casi el 14 por ciento de la población, y “a uno de cada 80 uruguayos le ataron una capucha en la cabeza” (Eduardo Galeano).
El sito Memoria La Tablada es hoy una referencia insoslayable en la reconstrucción de la verdad sobre el régimen de terror político que actuó en el país. La torre central del edificio data de 1870 y la última remodelación fue en 1927. En su época de esplendor dio hospedaje a consignatarios de ganado, troperos y con seguridad “a una de las primeras oficinas del Banco de la República Oriental del Uruguay (BROU)”, cuando ese lugar, llamado entonces “La Tablada Nacional”, era el mayor mercado de hacienda del país.
Mi padre, que vivió en ese barrio, narraba que en la entrada del salón del hotel había un gran cartel que rezaba: “Prohibido entrar con armas”. Muchos años después, las armas entrarían en abundancia como antes el ganado ingresaba en los corrales.
Paso a buscar a Samuel y a Sara Youtchak, “quien registra el triste honor de ser la primera detenida y estar secuestrada en distintos centros de reclusión” (Caras & Caretas) para conducirlos hasta La Tablada.
Un nutrido grupo ya aguarda en el lugar. Giuseppe de Luca, Adela Vaz, Antonia Yañez de la Comisión del Sitio de Memoria La Tablada. Y tres camarógrafos: Lucas Cilintano, Agustín Pifano y Jesús Arguiñarena, quienes reúnen a la vez profesionalismo y convicción militante.
El diálogo entre Jair y Samuel fluye sin necesidad de director y partitura. Libre de ataduras, recorre los años en los cuales campeaba el terrorismo de Estado, ahondan en el análisis de la doctrina de la seguridad nacional, en las flaquezas del progresismo y en la necesidad irreductible de rescatar y construir memoria.
Un perro entra con afán por el fondo. Amigable, pero algo grande, se cuela entre la gente. El temor de que ladre y arruine el espontáneo contrapunto y filmación del video crece a cada instante.
Lo llevo por donde ingresó, seducido por un trozo de tarta. Al cerrar el portón miro al norte, y a escasas cuadras surge el vestigio del boliche de Carmelo Aguirre, mi abuelo: cita de troperos y gauchos de la zona donde yo nací cuando La Tablada respiraba dignidad y trabajo.
Uruguay era entonces el país de las puertas abiertas, de la esperanza, del progreso, de una riqueza en cuatro patas que llegaba por el Camino de las Tropas y el ferrocarril. Una riqueza siempre mal distribuida.
Mucha agua pasaría bajo los puentes, y La Tablada, que fue parida por la ganadería industrial, recibió de ésta la puñalada que le arrancó el alma, hundiendo al barrio en la pobreza y el desarraigo.
El otrora Hotel se transformaría en un pozo de dolor y sufrimiento, hoy rescatado por la sociedad civil como desagravio, memorial y homenaje a las víctimas del terrorismo de Estado, y como vergüenza y condena a los victimarios.
Parado allí, junto al portón por donde se perdió el perro, recuerdo a mi abuelo, evoco mi infancia, el gaucherío, las tardes de fútbol muy cerca del Hotel desconociendo lo que allí sucedía.
Me acerco a los protagonistas. El diálogo entre Blixen y Krischke sobre los hechos y hacedores es un canto resiliente contra el olvido.