La lógica de la mercantilización no perdona
Las corporaciones de la agroindustria se lanzan sobre el sector de los bioinsumos que viene creciendo de manera incesante desde hace varios años. En solo dos décadas, la cantidad de empresas relacionadas a esta actividad ha pasado de ser apenas unas decenas a 1.200 en la actualidad.
Carlos Amorín
12 | 9 | 2024
Foto: Gerardo Iglesias
La gran mayoría son pequeñas y medianas, pero muchas de ellas son propiedad de las grandes corporaciones como Bayer, Syngenta, BASF, entre otras, y estas van por todo.
Los campesinos han utilizado desde el principio de la agricultura diferentes métodos para mejorar y proteger sus cultivos, para obtener mejores cosechas. Estos saberes se han ido optimizando y transmitiendo de generación en generación, extendiendo de comunidad en comunidad a lo largo de los siglos. En las últimas décadas se les ha llamado biopesticidas y biofertilizantes, según tuvieran funciones biocidas o enriquecedoras del sustrato.
La clasificación se impuso para distinguir a estos insumos agrícolas, en general producidos en las propias chacras campesinas a partir de elementos orgánicos, de aquellos otros producidos con base en la química derivada del petróleo, a los que llamamos agrotóxicos, ya que estas sustancias son dañinas para el ambiente y para los seres humanos.
Así podemos mencionar a la infusión de tabaco, al caldo bordelés, la incorporación al suelo de materia orgánica, las microrrizas, etc. Uno de esos bioinsumos es el Bacillus thuringiensis, una bacteria que se encuentra naturalmente en el suelo y que ha sido aplicada puntualmente como insecticida natural en la agroecología durante décadas.
Entre otros muchos de sus experimentos transgénicos iniciales, Monsanto descubrió la manera de insertar el Bacillus en la cadena genética del maíz, y así implantó en el mercado su Maíz Bt, uno de los primeros productos transgénicos.
La diferencia con el Bt natural, es que el transgénico es producido por la propia planta y permanece en el fruto una vez cosechado. O sea que es ingerido por el consumidor final.
Este “éxito” fue contundente, y las corporaciones tomaron nota de las posibilidades de expansión de la tecnología transgénica a los “bioinsumos”.
Una gran contradicción para la agricultura orgánica, ya que sus protocolos prohíben el uso de OGM. A medida que aumenta el interés de las corporaciones en este sector, también aumenta el mercado global.
Un informe¹ recientemente publicado por la ONG internacional GRAIN, establece que, en 2021, las ventas de bioinsumos comerciales alcanzaron los 10 mil millones de dólares, lo que significa alrededor del 4% del mercado mundial de insumos agrícolas. Los análisis de mercado indican que las ventas se duplicarán o incluso se triplicarán para 2028.
Las grandes corporaciones agroindustriales ya están obteniendo ingentes beneficios de estos productos supuestamente “bio”: “en 2022 Bayer comercializó bioinsumos por un valor de 214 millones de dólares y espera llegar a 1.600 millones en 2035.
Las ventas de Corteva en 2023 alcanzaron 420 millones de dólares y las del grupo Syngenta 400 millones”, informó GRAIN.
El carozo del interés corporativo en el sector está en los “biopesticidas”, que constituyen la parte del león del mercado, complementado por los “biofertilizantes” (que entregan nutrientes a las plantas) y los bioestimulantes (que potencian la capacidad de las plantas para absorber nutrientes).
Los principales mercados se encuentran en Estados Unidos y Canadá, seguidos por la región Asia-Pacífico, Europa, y América Latina. Brasil, sin embargo, reviste un interés muy particular para las corporaciones ya que se trata de un territorio libre de controles donde es posible desarrollar prácticamente cualquier experimento de manera rápida y sin obstáculos ni consecuencias.
De hecho, Brasil es uno de los mercados de más rápido crecimiento —reporta la ONG—. En junio de 2024, fueron registrados 1.273 bioinsumos agrícolas para ser vendidos en el país; la mitad corresponde a biopesticidas y la otra a biofertilizantes.
La gran mayoría fueron registrados para ser usados en los principales monocultivos de Brasil: soja, maíz y trigo. De estos productos, 82 por ciento fueron producidos por empresas extranjeras, entre las cuales Bayer concentraba el 12 por ciento. Según datos del ministerio de agricultura de Brasil, actualmente los biofertilizantes son aplicados en cerca de 40 millones de hectáreas y los biopesticidas son usados en 10 millones de hectáreas.
Este interés de las transnacionales químicas en los bioinsumos tiene razones estrictamente mercantiles. En el caso de los biopesticidas, un factor clave es que son más baratos y más rápidos de llevar al mercado que los pesticidas químicos.
En Estados Unidos, el desarrollo de un biopesticida nuevo cuesta entre 3 y 7 millones de dólares y puede ser comercializado en el plazo de cuatro años, mientras que un pesticida químico requiere de un plazo tres veces mayor para ser desarrollado y puede costar más de 280 millones de dólares.
Otra razón es que los agrotóxicos generan oposición social y costos adicionales por juicios y conflictos, además de que muchos cultivos desarrollan una creciente resistencia biológica a su utilización.
Más allá de los bioinsumos, el cabildeo corporativo a nivel legal tiene objetivos más generales, como impedir que los productos de la ingeniería genética sean considerados organismos transgénicos.
Los avances en la edición genética, la biología sintética y la ciencia de datos les facilitan a las corporaciones la identificación de microorganismos, y el desarrollo de bioinsumos a partir de estos y hacen más fácil asegurar el control monopólico a través de las patentes.
Según informó GRAIN, entre 2000 y 2023 se registraron más de 44 mil solicitudes de patentes para bioinsumos a nivel mundial. Los biofertilizantes corresponden a dos tercios.
China lidera la presentación de solicitudes, correspondiendo al 80 por ciento del total. Pero 97 por ciento de las solicitudes en este país fueron presentadas exclusivamente a nivel nacional, y principalmente por universidades chinas.
El número de solicitudes de patentes presentadas en más de un país es un buen indicador de los principales mercados para las corporaciones. Los países donde más se piden las patentes para bioinsumos son Estados Unidos, la Unión Europea, China, Australia, Canadá, Brasil, Japón, India, México, Corea del Sur, España, Argentina, Sudáfrica, Rusia y Alemania. Bayer es de lejos el líder en términos de solicitudes en más de un país. Le siguen un puñado de gigantes de los agronegocios.
No es de extrañar que uno de los países favoritos de las corporaciones sea Brasil, donde los bioinsumos genéticamente modificados pueden ser comercializados sin ninguna evaluación de su impacto potencial sobre el ambiente y la salud, y hasta se carece de procedimientos para identificarlos.
El mercado brasileño se ha duplicado desde 2020 cuando se creó el Programa Nacional de Bioinsumos. Estos productos, incluyendo aquellos obtenidos mediante modificación genética, pueden ser registrados en algunos casos en menos de diez meses. No solo no hay obstáculos para usar microorganismos genéticamente modificados en la producción de bioinsumos.
Además, un creciente número de estos productos que ingresan a Brasil no son definidos como transgénicos por las autoridades. El principal argumento es que son producidos mediante técnicas de edición genética que no implican la inserción de material proveniente de organismos externos. Durante los últimos años, nueve de los 65 productos modificados genéticamente y clasificados como no transgénicos por la Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad de Brasil (CTNBio), eran bioinsumos.
En su informe, GRAIN establece que “La agricultura industrial es el motor de la crisis climática y de numerosos otros problemas globales. La solución no consiste en la mera reducción de los pesticidas y fertilizantes químicos. Estos se originan a partir del modelo y la escala de la agricultura industrial, la cual está inserta en un sistema alimentario global injusto y predatorio, controlado por unas pocas corporaciones.
Si estas mismas empresas controlan los bioinsumos, simplemente crearán un nuevo nicho de negocios que no eliminará a los agrotóxicos sino, por el contrario, extenderá su uso como ‘complementario’. Peor aún, los bioinsumos corporativos son parte de las falsas soluciones para la crisis climática, incluidos en los nuevos paquetes “verdes” de la agricultura regenerativa y la digitalización agrícola”, afirma.
“Lo que se necesita realmente —postula GRAIN— es una transición hacia la agroecología, basada en los saberes campesinos, la innovación colectiva y la soberanía alimentaria. Debemos rechazar soluciones tecnológicas caras y con patentes corporativas que solo perpetúan la agricultura industrial y sus consecuencias devastadoras”.