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IV Encuentro Latinoamericano de Trabajadoras del Hogar
Con Mercedes Solís

Ayacucho, de “rincón de los muertos” a pueblo esperanza

Aparenta menos edad. La observo frágil, introvertida y me sorprende que acepte la entrevista sin vacilación, con un sí desafiante. Tiene 37 años, es abogada y hace parte del Centro Loyola, un espacio de la Compañía de Jesús de los Padres Jesuitas. Durante el diálogo, el carácter, la militancia y vivencias de Mercedes me llevan al rincón donde los tontos corroboran qué engañosas son las primeras impresiones.

Al igual que sus padres nació en Ayacucho, que en quechua quiere decir “Lugar de los muertos”. Allí, el 9 de diciembre de 1824 la victoria de los independentistas desencadenaba la desaparición del último virreinato español en América.

En las décadas de los 80 y 90 Ayacucho hizo honor a su nombre convirtiéndose en un río de sangre, el epicentro de una violencia tenaz y delirante que se ramificó por todo el cuerpo de la nación. Según la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, “Con la aparición de Sendero Luminoso empezó una enfermedad ─la violencia─ que dejó 69 mil muertos y desaparecidos, y una sociedad moralmente destruida por la impunidad, el cinismo y la indiferencia”.

Mercedes conoce muy de cerca el alcance y profundidad de esa violencia.

“No hay quien no haya sido víctima del conflicto armado: mi familia, familiares de mis amigos y conocidos. Muchos fueron asesinados y están los hijos huérfanos producto de ese conflicto. Los muertos se cuentan por miles, y aún se continúa trabajando en la exhumación de restos enterrados en fosas comunes.

Ayacucho padeció la violencia de los grupos armados y del propio Ejército, y la población quedó en el medio, desamparada. Una población pobre, que hoy sigue siendo pobre y abandonada por el Estado”, apunta, y no se equivoca.

Lo confirmó la Comisión de la Verdad y la Reconciliación cuando dejó en evidencia el perfil de las víctimas de la violencia: los pobres, los desarmados, los que tienen al hambre como único enemigo; ellos pusieron los muertos, y lo mismo ocurrió en la mayoría de los conflictos por toda América Latina.

La Comisión remarca con indignación “la manera en que la desigualdad acompaña la existencia de los peruanos no solamente en la vida, sino también en la muerte.

El 75 por ciento de las víctimas fatales tenía como idioma materno el quechua. La mayoría de ellos eran campesinos, habitantes de las comunidades de este departamento (Ayacucho), así como de Apurímac y Huancavelica. Es sobre esa población que la violencia se abatió con la mayor intensidad, y eso nos lleva también a preguntarnos, con dolor, con consternación, si no habrá sido esa la razón por la que los gobiernos permitieron que la violencia alcanzara cotas tan elevadas”.

-¿Por qué tu vocación por la abogacía?
-Por la aspiración de contribuir al fortalecimiento de diversas poblaciones vulnerables, lo que va de la mano con el compromiso activo de la Compañía de Jesús de apoyar a las víctimas del conflicto armado, a los estudiantes y a las trabajadoras del hogar. Toda esa labor tiene como eje fundamental la defensa y promoción de los derechos humanos y la lucha continua por la dignidad humana.

Actualmente desarrollamos un proyecto en el Centro Loyola que se llama “Constructores de Paz”, que agrupa a jóvenes universitarios, en su mayoría, formados para el acompañamiento pastoral y psicológico de las víctimas del conflicto armado interno.

Se realiza el acompañamiento de los familiares, sobre todo durante el proceso de exhumación de los restos de las víctimas que aún siguen apareciendo.

Los “consultores de paz”, que tienen más de diez años trabajando en el tema, con una formación en derechos humanos, se van comprometiendo con el rescate de la memoria.

-¿En esa labor que desarrollan encuentran eco de otras organizaciones a nivel nacional?
-Más bien a nivel regional. Hay varias organizaciones civiles vinculadas al movimiento de derechos humanos que nos respaldan. Las madres y la Juventud de la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú (Anfasep), y como sector de Iglesia la Compañía de Jesús.

Hay sectores de la sociedad civil que se están comprometiendo fuertemente en la defensa de los derechos humanos; están ahí y se manifiestan abiertamente.

Trabajadoras del hogar
Doblemente victimizadas

-Cuéntame de vuestra labor con las trabajadoras del hogar…
-El de las trabajadoras del hogar es un tema bastante especial para el Centro Loyola porque estas mujeres no solamente son víctimas del conflicto armado interno, sino también porque han sido fuertemente discriminadas.

Al no tener otra cosa se han dedicado al trabajo del hogar en una sociedad que las estigmatiza por su origen, por las labores que hacen, por el poco acceso a la educación que tienen.

La Asociación de Trabajadores del Hogar de Ayacucho tiene ya cuatro años pero todavía está invisibilizada. Hay temor a organizarse; es una zona que ha padecido demasiado.

El compromiso que tenemos es ayudarlas en ese proceso de fortalecimiento que va de lo personal a lo laboral. No debemos olvidar que son mujeres vulneradas psicológica, sexual y físicamente.

Como Centro Loyola aportamos con talleres de autoestima, liderazgo, capacitación técnica. También es importante cómo mejoramos los servicios que brindamos para poder exigir derechos y respeto. Consideramos que forma parte de nuestra misión seguir trabajando por una sociedad más justa, más inclusiva, y en ese sentido es que estamos aquí presentes acompañando a la Asociación de Trabajadoras del Hogar de Ayacucho.

Una frase que me impactó muchísimo y que me gustaría mencionar fue de la compañera Fidelia Castellanos de Guatemala. Cuando se le preguntó qué día fue el más feliz de su vida dijo: “Aquí, en este evento, el día que supe que tenía derechos”.

Esa es una frase muy fuerte que nos indica cuánto nos falta trabajar como sociedad para incluir y valorar a las trabajadoras del hogar. En ese sentido, este tipo de encuentros es muy importante. Hay que sacarse el sombrero ante mujeres tan valientes, tan fuertes.

-Felicitaciones por tu trabajo…
-Muchas gracias por habernos abierto las puertas. Queda el compromiso de seguir bregando por las poblaciones más vulnerables en Ayacucho, que de “rincón de los muertos” pasó a ser un pueblo de esperanza porque pudimos salir adelante.

Seguiremos trabajando con este colectivo.