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Campaña de la UITA en apoyo al pueblo de Myanmar

Se va a acabar

Organizaciones de derechos humanos estiman que desde el golpe de Estado la represión de las fuerzas castrenses causó 2.000 muertos y 15.000 detenidos. La dictadura birmana aplica tácticas represivas bien conocidas en América Latina.

Gerardo Iglesias

20 | 09 | 2022

El ejército de Myanmar ha incidido muy fuertemente en los gobiernos militares y civiles por décadas. El país registra tres golpes de Estado desde su independencia del Reino Unido en 1948.

El primer levantamiento del ejército se produjo en 1962 y el segundo golpe de Estado fue en 1987, estableciendo entre ambos una dictadura militar unipartidista que duraría medio siglo.

Luego de una década de incipiente democracia, el 1 de febrero de 2021 se produce un tercer golpe de Estado. Los militares justificaron la acción como el medio “necesario para establecer el camino para una democracia genuina y multipartidista”, argumentos similares que tantas veces escuchamos en boca de los militares golpistas de América Latina.

Al número de asesinados y detenidos se añaden más de 320.000 desplazados internos por la violencia, que se han sumado a los 340.000 que ya exsitían en el país debido a conflictos previos, según la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios.

La violencia de las fuerzas represoras no tiene límites, evidenciándose en varios lugares tácticas militares de “tierra arrasada o tierra quemada” como las utilizadas en la matanza de civiles por el ejército en Guatemala en los años 80 y 90.

Los ataques contra la población civil entre setiembre y diciembre del pasado año superaron las cifras “registradas en Siria y Afganistán juntos. En el caso birmano, se contabilizan 2.500; Siria y Afganistán acumulan 2.324 en el mismo período” (El País de Madrid, 01/02/2022).

Como sucedió con el golpe de Estado en Honduras en 2009, los militares de Myanmar fueron sorprendidos por un elemento que no estaba en su radar: la resistencia popular.

Desde América Latina nos sumamos militante y fervientemente a la campaña de la UITA por el fin de la dictadura militar birmana, el restablecimiento de la democracia y el respeto irrestricto a los derechos humanos.

Considerar que Myanmar está muy distante, y que lo que allí sucede nos es ajeno es un error grosero, porque la violación a los derechos no distingue geografías.

Puede que mañana los militares de por aquí reproduzcan la misma carnicería social. O, mejor dicho: que vuelvan a hacerlo.

Al fascismo hay que derrotarlo en todas sus formas, en todo momento y en todo lugar.