Entre marzo y el 31 diciembre de 2020, las fortunas acumuladas de las mil personas más ricas del mundo aumentaron en 3,9 billones de dólares y las de las 10 más ricas en 540.000 millones.
Con ese dinero, dice la ONG, “se podría financiar con creces una vacuna universal” contra el Covid-19, acabando con las especulaciones actuales y con la disparidad de acceso a las vacunas entre países ricos y pobres denunciada por la Organización Mundial de la Salud pero a la que nadie parece prestarle demasiada atención, de tan “naturalizadas” que están las desigualdades.
Para los megarricos, señala la organización basada en el Reino Unido, “ya no hay recesión”.
Les bastó apenas unos meses para recomponer sus fortunas de antes de la pandemia y comenzar a ganar nuevamente dólares a paladas, mientras “las personas con mayor nivel de pobreza podrían tardar más de una década” en recuperar lo perdido el año pasado, es decir en volver a su espantosa situación anterior, que con todo era menos horrorosa que la actual.
En 2020 entre 200 y 500 millones de personas cayeron en situación de extrema pobreza, pasando a vivir con menos de 5,5 dólares por día.
“El aumento de la desigualdad podría provocar que la humanidad tarde como mínimo 14 veces más en reducir la pobreza hasta el nivel previo a la pandemia que el tiempo que han tardado las mil personas más ricas del mundo (en su mayoría hombres blancos) en recuperar su riqueza”, resume el documento.
Pero no fue el coronavirus el causante del aumento de la brecha social y económica, recuerda Oxfam. Apenas fue un agravante, un acelerador, porque la tendencia se venía manifestando año tras año, de manera constante, firme, sin altibajos.
En el mundo prepandemia, más de la mitad de los trabajadores y trabajadoras de los países pobres ya se encontraban en condiciones de pobreza y un 75 por ciento estaba a la intemperie, por fuera de los servicios de protección social.
Los que estaban en la mala lo están hoy aún más: las mujeres, los jóvenes, las minorías, la enorme masa de personas que trabajan en condiciones de precariedad.
Hoy hay en el planeta unas 740 millones de mujeres en la informalidad, que trabajan como domésticas, en el sistema de cuidados personales, en la agricultura.
No han dejado de hacerlo durante la pandemia, más bien al contrario, y a menudo están entre las personas más expuestas al virus. Sus ingresos cayeron 60 por ciento desde marzo.
“Las mujeres están cada vez más sobre representadas en los oficios más precarios y peor remunerados”, dice el informe. Ya lo estaban antes, y lo están más ahora.
Quienes más mueren por la pandemia –vaya sorpresa– son los pobres. Sucede en el sur global, por supuesto, pero también en el norte.
“En Brasil, las personas afrodescendientes tienen un 40 por ciento más de probabilidades de morir a causa del Covid-19 que las personas blancas, mientras que en Estados Unidos, si la tasa de mortalidad de las personas de origen latino y afroamericano hubiese sido la misma que la de las personas blancas, aproximadamente 22.000 personas negras y latinas aún seguirían con vida”.
En países como España, Francia e India “las zonas más pobres presentan tasas de infección y mortalidad más elevadas. En el caso de Inglaterra, las tasas de mortalidad de las regiones más pobres duplican a las de las zonas más ricas”.
Al mencionar las causas de la regresión social y económica que la pandemia aceleró, Oxfam no alude al capitalismo. Utiliza un eufemismo: “nuestro sistema fallido”.
“Los modelos económicos fallidos – dice Gabriela Bucher, su directora ejecutiva–concentran la riqueza en las manos de una élite rica que disfruta de una vida de lujo durante la pandemia mientras los trabajadores y trabajadoras esenciales (las personas que trabajan en el sector de la salud, en tiendas y mercados) tienen dificultades para comprar alimentos y cubrir sus gastos”.
La ONG propone ir hacia “modelos económicos más justos”. La desigualdad “no es inevitable sino una mera decisión política”, subraya Bucher.
Oxfam sugiere, por ejemplo, gravar temporalmente a las 32 transnacionales que más ganancias han obtenido, una medida que, dice, “habría permitido en 2020 recaudar 104.000 millones de dólares, cantidad suficiente para financiar prestaciones por desempleo para todos los trabajadores y trabajadoras, así como para proporcionar apoyo económico a todos los niños, niñas y personas mayores de los países de renta media y baja”.
Pero no es en esa dirección, no demasiado revolucionaria, por cierto –se basa en una reforma fiscal, no en un cambio radical de modelo– que se encaminan los gobiernos, constata la organización.
El informe menciona el caso de Francia, uno de los países europeos menos desiguales, cuyo presidente, Emmanuel Macron, dijo recientemente que cuando la pandemia quede atrás se volverá a las políticas anteriores de sostén a las empresas, reformas estructurales, flexibilización laboral.
La panoplia clásica en toda su magnitud.