Mundo | GUERRA | SOBERANÍA ALIMENTARIA

“Efectos colaterales” de la guerra de Ucrania

Ni paz ni pan

Como todas las guerras, la de Ucrania afecta en primerísimo lugar a las poblaciones más vulnerables. En este caso, además, está generando una inflación de precios de algunas materias primas como los cereales, lo que puede aumentar los peligros de hambruna en numerosos países del Tercer Mundo.

Daniel Gatti

16 | 03 | 2022


Foto: Gerardo Iglesias

Desde la invasión rusa, el 24 de febrero, el precio mundial de la colza aumentó en 74 por ciento, el del trigo en 66, el aceite de girasol en 40, el maíz en casi 34, la cebada en más del 18.

De todos esos productos, Ucrania y Rusia, consideradas como “el granero de Europa”, figuran entre los mayores productores y exportadores mundiales.

De proseguir la guerra, la cosecha de trigo de julio, en el invierno del hemisferio norte, y la temporada de siembra de la primavera, en abril y mayo, podrían verse interrumpidas.

A ello hay que sumar los efectos que podrían tener sobre las exportaciones ucranianas el bloqueo ruso a los puertos del Mar Negro y sobre las rusas el bloqueo aún mayor a Moscú de parte de las potencias occidentales.

Sin pan

Una tercera parte del trigo intercambiado en el mundo es cosechada en Rusia y Ucrania.

Rusia es el mayor exportador del cereal, con mucha distancia sobre el segundo, Estados Unidos, y Ucrania el quinto, detrás de Francia y Canadá.

Muchos países, algunos de ellos ubicados entre los más pobres del mundo, se abastecen del cereal casi exclusivamente en ambos beligerantes.

Según Naciones Unidas, unas 45 naciones africanas y asiáticas importan al menos un tercio del trigo que consumen desde Rusia y Ucrania, y 18 de ellas al menos el 50 por ciento.

En la lista aparecen Egipto, Afganistán, Etiopía, Siria, Yemen, Burkina Faso, República Democrática del Congo, Libia, Somalia, Sudán. Y Kenia, que compra en el exterior el 80 por ciento del trigo que consume. O Líbano, que importa más del 80 por ciento de los alimentos básicos.

La guerra puede provocar “un huracán de hambruna” en todos ellos, por la escasez de los cereales y el aumento de los precios de esas y otras materias primas, así como de la energía, dijo el secretario general de la ONU, Antonio Guterres.

El aumento del precio del trigo en los mercados internacionales llevaría a que incluso en algunos de los países que lo producen (en América Latina, Argentina, México, Brasil, Chile, Uruguay) ese aumento se traslade al mercado interno.

“No sería raro que en poco tiempo un pobre ya no pueda comprar un bizcocho (factura) o una flauta de pan. Va a ser prohibitivo. La harina estará por las nubes, y cuando acabe la guerra va a ser muy difícil que los que engorden con este negocio bajen los precios. Estarán endulzados”, dijo a la Rel el encargado de una panadería del centro de Montevideo.

“Va a ser como con la carne”, agregó, que Uruguay produce en grandes cantidades y exporta a precio de oro para beneficio fundamentalmente de las empresas propietarias de los frigoríficos, en su gran mayoría brasileras.

El ajedrez del hambre

Uno de los grandes dilemas a los que estarán enfrentados los hacedores de guerras del lado occidental será si permiten que Moscú siga exportando trigo para evitar, en este caso, una catástrofe alimentaria global.

China e India tienen grandes reservas del cereal, pero no son suficientes para compensar la salida de Rusia y Ucrania del mercado.

Y de China, además, su principal rival comercial y económico, Estados Unidos teme que juegue cada vez más como aliado de Rusia en un mundo en plena reconfiguración.

El aumento de los precios de los alimentos hace, por ejemplo, que los países del África subsahariana, que hasta 2017 destinaban el 20 por ciento de sus ingresos a alimentos deberán destinar el 35 en 2023, los de Asia del Sur un 20, cuando gastaban el 15, y los de América Latina un 20 cuando destinaban un 13.

Son regiones –sobre todo las dos primeras– en que buena parte de sus habitantes no comen lo mínimo necesario.

El informe anual 2021 de la Red Mundial contra las Crisis Alimentarias dice que desde 2017 el número de personas en situación de “crisis alimentaria aguda”, es decir cuya vida corre peligro inminente, no para de aumentar. En 2020 eran 155 millones en 55 países o territorios, 20 millones más que el año anterior.

Y las que están en situación de extrema pobreza, que comen pésimo y salteado, según otro informe, de las agencias de Naciones Unidas, rondan los 800 millones.

Unos nueve millones de personas (más de la mitad de ellas, unos 5 millones, niños) mueren cada año en el planeta por factores ligados al hambre como desnutrición, malnutrición o enfermedades perfectamente curables.

Los conflictos y el cambio climático figuran invariablemente en esos informes como causa de la inseguridad alimentaria aguda. Y en los dos últimos años, las medidas tomadas (o no tomadas) contra la pandemia de covid-19.

No mencionan esos documentos las desigualdades inherentes al sistema en que viven todas esas personas y casi todo el mundo, ni los orígenes de los “conflictos”.

Una vaca, dos vacas

Extremadamente pobres son las poblaciones, o la mayoría de las poblaciones de las regiones en situación de inseguridad alimentaria. Extremadamente ricos, a menudo, sus territorios.

En un monumental libro que se tituló El hambre, publicado en 2014 y reeditado el año pasado, el periodista y escritor argentino Martín Caparrós subraya una cosa bien simple y bien compleja: no puede ser que en un planeta en el que desde hace décadas se producen más alimentos que los necesarios para alimentar a todos sus pobladores tantos sean los que mueren por no poder comer.

Hay un problema político allí: llamémosle desigualdad, distribución de la riqueza”, dijo en una entrevista. “El hambre es la metáfora más violenta de la desigualdad”.

Caparrós afirma que decidió hacer el libro luego que una mujer nigeriana a la que le preguntó cuál sería su mayor deseo si un mago se le presentara le contestó: “una vaca”. ¿Ese sería su mayor deseo?, le insistió el periodista. “Bueno, dos vacas. Con dos sí que nunca más voy a tener hambre”.

“Níger es el ejemplo más claro del hambre estructural, la concentración más evidente de cómo un sistema produce hambre. Un lugar muy árido donde es difícil cultivar”, pero también “el segundo productor de uranio del mundo”, que explotan “una empresa francesa y otra china”, escribió el argentino.

El país pertenece a una zona escenario de múltiples conflictos, de múltiples guerras. Rica en uranio, en oro, en petróleo. Con fuerte presencia de transnacionales. Y con habitantes pobres de toda pobreza.