Davos del derecho y del revés
Dos días antes de que, en uno de sus discursos más delirantes, el presidente argentino Javier Milei dijera en el Foro Económico Mundial (FEM) de Davos que la humanidad está conociendo actualmente su época más próspera y justa, la ONG Oxfam difundía un informe sobre desigualdades y pobreza en el que dice prácticamente lo contrario.
Daniel Gatti
18 | 1 | 2024
Imagen: Allan McDonald
Se ha hecho costumbre que en los días previos a la reunión anual de los ricos y poderosos que es el FEM, Oxfam, una asociación de organizaciones no gubernamentales de origen religioso fundada al fin de la Segunda Guerra Mundial en Oxford, Inglaterra, publique un informe sobre la pobreza en el planeta.
Los documentos de Oxfam sobrevuelan invariablemente los debates del Foro, una instancia creada en 1971 por el profesor de economía suizo Klaus Martin Schwab con el objetivo de reflexionar sobre las mejores maneras de asegurar una gobernanza planetaria conjunta entre corporaciones transnacionales, algunos gobiernos y organizaciones elegidas de la sociedad civil.
Son como la cara B del foro, el detalle molesto “pero necesario para que aquí tengamos un baño de realidad”, según ha sabido decir Schwab en alguna ocasión.
A Davos suele además ser invitado algún díscolo que aprovecha para cantarles las cuarenta a la bella gente reunida en la coqueta y montañosa localidad suiza. Esta vez fue Gustavo Petro, el presidente de Colombia.
Es parte del folklore del foro.
No se puede decir que el informe 2024 de Oxfam sea ambiguo: ni en su título (“Desigualdad sociedad anónima”), ni en los datos que maneja ni en sus consideraciones.
Dice, por ejemplo:
“Una enorme concentración de poder empresarial y monopolístico está exacerbando la desigualdad en la economía mundial. A base de exprimir a sus trabajadores y trabajadoras, evadir y eludir impuestos, privatizar los servicios públicos y alimentar el colapso climático, las empresas están impulsando la desigualdad y generando una riqueza cada vez mayor para sus ya ricos propietarios”.
Señala, entre otras cosas, que desde 2020 la riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo más que se duplicó, pasando de 405.000 a 869.000 millones de dólares, mientras la riqueza acumulada del 60 por ciento más pobre, unos 5.000 millones de personas, se redujo.
Y agrega un dato que complementa lo anterior y evidencia la acumulación de riqueza en la cima: “siete de las 10 empresas más grandes del mundo tienen un director general milmillonario, o a un milmillonario como su accionista principal”.
“De seguir así, el mundo tendrá su primer billonario (millón de millones) dentro de una década, aunque la pobreza no será erradicada hasta dentro de 229 años”.
La brecha entre ricos y pobres tiene su correlato entre Norte y Sur: hoy los países del llamado Occidente global, a pesar de representar solo el 21 por ciento de la población, poseen casi el 70 por ciento de la riqueza.
Mientras Oxfam les tocaba la mala conciencia, a los milmillonarios y a los súper empresarios reunidos en Davos Javier Milei les decía en cambio que abandonaran todo prejuicio, que siguieran amasando riquezas porque de eso depende que el mundo “siga avanzando” y de ellos será el reino de los cielos.
Elogios tan descarnadamente bestiales al más puro “capitalismo de libre mercado” a veces caen mal a algunos capitalistas que preferirían que se los reconociera por su filantropía y no tanto por su avaricia.
Siempre sucede así en Davos: alguno llora, alguno clama que le cobren más impuestos, alguno afirma que tanta disparidad es intolerable, algún otro dice -más lúcido- que si la grieta se sigue agrandando hasta puede ser contraproducente porque puede generar revueltas, sublevaciones, la ira de los explotados.
Oxfam los incitó a dar un giro: “Es urgente que los Estados prioricen los servicios públicos, defiendan una mayor regulación de las grandes empresas, acaben con los monopolios y el excesivo poder del mercado, y apliquen impuestos permanentes sobre la riqueza y los beneficios excesivos”.
El presidente argentino los convocó por el contrario a liquidar definitivamente al Estado, fuente de todos los males, generador de perniciosas igualdades, equiparador para abajo, y fustigó a aquellos gobernantes de países ricos que han cedido –dijo– a los cantos de sirena del “socialismo” y dado algún margen de intervención al Estado.
“Estoy acá para contarles que Occidente está en peligro (…) por culpa de quienes dicen defender sus valores pero están cooptados por una visión del mundo que inexorablemente conduce al socialismo”, y en consecuencia a “la miseria”, y los ha hecho “abandonar el modelo de la libertad por experimentos colectivistas”, dijo el argentino.
Y los llamó también a que dejen de lado paparruchas como el cambio climático, que “no existe”, o demandas como la paridad de género, suprema tontería.
Los más bienpensantes del público se horrorizaron.
Milei va demasiado lejos en la incorrección política, es demasiado bestia, y a milmillonarios o empresarios que naturalmente lo verían con simpatía, poco redituable puede resultarles coquetear con un personaje que ni siquiera es capaz de ver que pintándose de verde pueden ocultar la depredación ambiental y el desquicio que fustigan en público y practican en el día a día.
Habitualmente Kristalina Georgieva, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, no tiene remilgos. Sabe lo que quiere. Cuentan que en Davos buscó a Milei por los pasillos hasta que logró posar con él, sonriente y haciendo ella también una de las muecas que acostumbra el argentino.
“Por ahora Argentina va bien”, dijo Georgieva en Suiza para referirse a un país hundido cada vez más en la pobreza, la miseria y la desigualdad y al que tanto contribuyó su institución a colocarlo en esa situación. Como ha contribuido a edificar el mundo descrita por el informe de Oxfam.