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Con José Guadalupe Ruelas

Entre la espada y el abismo

La anterior nota que realizamos a José Guadalupe Ruelas, director de Casa Alianza Honduras en 2019, fue la más leída en aquel entonces y recibió múltiples comentarios. Nuevamente en esta entrevista su análisis mesurado, punzante a la vez, recorre con precisión y claridad la situación social hondureña para concluir que sin organización y participación popular ninguno de los cambios que se proyectan desde el gobierno de Xiomara Castro serán profundos y reales.

En Tegucigalpa, Gerardo Iglesias


Imagen: Carton Club

-¿Cómo ves al nuevo gobierno y cuáles son los grandes desafíos que debe enfrentar?
-Hay un tema que es de sorpresa y otro de expectativas.

En noviembre, antes de las elecciones, la población hondureña en general tenía temor de que hubiese disturbios sociales. Había poca esperanza de que el proceso electoral se diera de la forma en que efectivamente se dio, es decir de manera pacífica, ordenada y con participación masiva.

Xiomara Castro resultó ser la presidenta más votada en la historia de Honduras y esto impidió que se diera un fraude otra vez.

Es normal, entonces, que surgieran muchas expectativas. Son tantos los problemas que agobian a la población y que hay que resolver en el país que la gente espera que se haga de inmediato.

Como esto no va a ser posible, se puede generar un ambiente de frustración a corto plazo. Creo que el nuevo gobierno debe manejarlo de manera sabia, presentando un programa de trabajo que permita saber qué se va a hacer y cuándo.

Aún no conocemos ese programa. Se han trazado líneas, definido cuestiones puntuales, como las que anunció la presidenta sobre energía eléctrica, combustibles, las Zede (Zonas de empleo y desarrollo económico), pero no está claro qué sigue en materia, por ejemplo, de nutrición, de acceso a la tierra, de derechos humanos, educación, salud.

Nuevo gobierno y sus indefiniciones

-¿Hay planes para abordar esos temas?
-Hay un plan de gobierno general que pudimos leer antes de las elecciones. Luego se conformó una comisión de transición que inició un conversatorio con sectores de la sociedad para escuchar sus demandas y recoger sus propuestas. Sin embargo, el gobierno no explicó cuál era su visión, ni cuáles sus propuestas.

Por otro lado, no podemos olvidar que el régimen saliente dejó sembradas varias crisis. Por ejemplo, hace más de un mes, violando la ley, no transfirió dinero a los centros de atención a menores privados de libertad. El resultado es que hoy los centros no tienen dinero para comprar comida, garantizar la terapia, pagar el personal. Si esto no se resuelve habrá motines, violencia.

Lo mismo puede pasar en sectores donde fue contratada una cantidad exagerada de personas.

Todo esto va a generar crisis operativas que se suman a la crisis estructural que ya existe. El nuevo gobierno deberá intervenir con prudencia e inteligencia si quiere resolver estas situaciones.

Migración y pobreza infantil

-Durante su discurso, Xiomara Castro dijo que Honduras está hundida en una crisis absoluta, con el 74 por ciento de la población en pobreza, especialmente niños, niñas y mujeres…
-El nivel de pobreza relativa en niñez es mayor que el nivel general. El 77 por ciento de los niños y las niñas en Honduras vive en hogares pobres, es decir que son más vulnerables a la pobreza que los adultos.

Algo absurdo si tomamos en cuenta que en el país hay alrededor de 6 millones de adultos y 4 millones de niños y niñas, de los cuales al menos 20 mil emigran cada año. Esto es terrible.

-Hablando de estas caravanas que abandonan el país, ¿hay datos sobre cuánta gente se ha ido en los últimos años?
-No hay datos ciertos, sino cifras sobre las deportaciones o sobre los hondureños que viven en Estados Unidos.

Según Alianza Américas, hay unos 970 mil hondureños y hondureñas que ya viven allá y al menos unas 80 mil personas que son deportadas cada año. Esto te da una idea del tamaño del flujo migratorio.

Muchos se llenan la boca hablando de cuánta gente sale de Venezuela, pero nada de la que sale de Centroamérica o de Honduras.

Las huellas de las políticas neoliberales

-Caminar desde San Pedro Sula a la frontera con Estados Unidos para escapar a tantas violencias…
-Hasta Ciudad de México son unos 1.600 kilómetros y unos 2.800 más para llegar a Tijuana, a la frontera sur de Estados Unidos.

-Eso da una idea de lo dramático que es vivir en Honduras.
-A veces se dice “estar entre la espada y la pared”, pero las personas que huyen de Honduras ni siquiera encuentran una pared y están entre la espada y el abismo.

Por eso la única solución es huir a otro país. Aquí, si estás amenazado, estás sufriendo violencia o te están extorsionando no hay lugar donde acudir. Más del 90 por ciento de la violencia de género, de la violencia contra niños y niñas y de los homicidios quedan en la impunidad.

Somos una sociedad muy violenta y sin instituciones que puedan ayudar a superar dicha situación.

Desde la década de los 90 se le ha echado la culpa de la violencia a las maras (pandillas), pero en Honduras hay menos de 5 mil mareros (pandilleros) y al menos 20 mil policías y 25 mil militares. A eso se le ha apostado: frenar la violencia con mano dura, pero la violencia es mucho más amplia.

Cuando las comunidades se organizan para defender sus ríos, sus bosques, sus territorios, vienen los policías y los militares y las reprimen.

Es un Estado represor y eso también es violencia. Claro que también hay violencia a nivel familiar y comunitario, pero la fuente más grande de violencia es el Estado.

Lo más ridículo es cuando uno revisa las cifras oficiales de violencia en el país, y se da cuenta que el sistema estadístico policial es una verdadera tienda de maquillaje.

Decir, por ejemplo, que el año pasado y antepasado hubo un solo caso de violación en el departamento de Francisco Morazán es una burla, porque todo el mundo sabe que la violencia sexual en Honduras es terrible.

No hay un tratamiento adecuado a nivel de diagnóstico de la violencia. Tampoco hay una estrategia que permita prevenirla, rehabilitar, recuperar el espacio público, el sentido comunitario y perseguir el crimen en base a evidencias.

-Y la impunidad se traga todo…
-Se sienten impunes, sí. Saben que nadie los puede tocar, que pueden hacer lo que se les antoje, pisotear a quien se les antoje y, encima de eso, reírse de lo que hacen.

El tema de la impunidad quizás es uno de los que habrá que trabajar muy fuertemente para generar otra cultura de institucionalidad.

Y no se trata solamente de generar instituciones fuertes, sino una ciudadanía que entienda esta institucionalidad y viva de acuerdo a ella.

“Estados Unidos necesita mano de obra semiesclava”

-A la toma de posesión de Xiomara Castro llegó la vicepresidenta de Estados Unidos. Días antes, Washington había anunciado la aprobación de un fondo especial de 1.200 millones de dólares para generar empleo en los países del Triángulo Norte, tratando de esta manera de limitar la migración hacia el norte. ¿Cuáles son tus consideraciones?
-Es una mirada ingenua.

Estados Unidos necesita de mano de obra semiesclava para continuar sosteniendo su modelo económico. Así que no está interesado en detener la migración de personas sin documentos para que puedan trabajar sin derechos.

Además, el año pasado las y los hondureños que viven en Estados Unidos nos enviaron 7.500 millones de dólares en remesas.

Si como hondureño me ponen a escoger entre los 1.200 millones de dólares del gobierno estadounidense y los 7.500 millones de los migrantes, la respuesta es más que obvia.

La verdad es que nadie está tratando de resolver el problema, sino de administrar la migración, así como el narcotráfico o el tráfico de armas.

Cambiar el enfoque

-¿Otra Honduras es posible?
-Sí claro, pero desde la década de los 90 nos enseñaron a cambiar la mirada.

En lugar de pensar en organización, información comunitaria, participación ciudadana para lograr un cambio social, nos enseñaron que teníamos que hacer “incidencia política”.

Teníamos que dejar de mirar hacia la comunidad y empezar a ver hacia los gobernantes, tratando de convencerlos de hacer las cosas bien.

Después de más de treinta años la lección es que si bien es importante tratar de hacer cambios en la estructura política, es más importante aún no abandonar la organización, la formación y la participación popular.

De lo contrario no va a haber cambios profundos y reales.

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