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Con Enrique “Quique” Torres

Encuentro de la memoria con el futuro

El 8 de febrero se cumplieron nueve años de la partida de Enrique “Quique” Torres y a modo de homenaje a la memoria de este entrañable amigo y compañero, volvemos a publicar una entrevista que le realizara allá por el 2002.

Gerardo Iglesias


Enrique “Quique” Torres | Foto: Gerardo Iglesias

De superviviente a asesor legal del Sindicato de Trabajadores de Coca Cola (STECSA), Quique ha hecho de su apartamento un centro de entrenamiento sindical, del cual entran y salen dirigentes, militantes de base, abogados y leguleyos. Anda en un «auto» destartalado, que cojea igual que su propietario, pero que hasta ahora, igual que su dueño, nunca se ha quedado por empinada que fuese la cuesta. Habla pausado, sin alterarse nunca. Él, que vio la muerte de cerca y burló tantas emboscadas, decidió regresar a su Guatemala y disfrutar de la vida haciendo lo que le gusta: trabajar y brindarse a los demás.

-¿Dónde naciste?
-En el norte del país, en la pura selva, hace 62 años.

-¿De familia campesina?
-No, clase media de pueblo pequeño. Mi papá era telegrafista y mi mamá costurera. En los pueblos esa gente era clase media. Por eso estudié en buenos colegios, sobre todo la primaria. Mi mamá, con enormes sacrificios, me pagó toda la primaria en uno de los mejores colegios, el English American School. A ella le debo que hable en inglés desde niño.

-¿Cómo llegaste a la abogacía?
-Por un largo camino. Recuerdo que en la secundaria me echaron de cuatro colegios, era una persona difícil de manejar. Ahora que he estudiado pedagogía y esas cosas, entendí que los maestros tenían problemas conmigo porque yo leía más que alguno de ellos, tenía opinión, sobre todo, y les hacía preguntas terribles que no podían responder. Además, desde los 12 o 13 años ya andaba metido en política. Luego ingresé a la escuela de derecho; quería estudiar ciencias sociales, esa era mi idea, no pasaba por mi cabeza ser abogado.

Con una beca de la UNESCO me fui a estudiar a Chile.

De esa época recuerdo lo tremendo de cada trimestre por la pesada carga de estudios, al punto que algunos estudiantes se suicidaron. ¡Terrible! Y recuerdo aquel Chile de los años 68 y 69, un bonito país que vivía una situación fermental en lo político. Allí estaban Paulo Freire y Fernando Henrique Cardoso, entre otros exiliados de América Latina. En Chile hice la maestría en sociología y después fui a la Universidad de Texas, en Austin, para hacer el doctorado en Sociología.

La CNT y el STECSA

Cuando volví a Guatemala intenté regresar a las cátedras de la Universidad que había ganado por oposición. Sin embargo, una fracción del Partido Comunista había tomado el control de la Facultad de Derecho y me dijeron que no podía porque venía de Estados Unidos. Entonces me quedé sin trabajo, en el aire como dicen ustedes en el sur. Ahí apareció Julio Celso de León, un viejo militante de la juventud de la Católica y en ese tiempo secretario general de la Central Nacional de Trabajadores (CNT), quien me dijo que necesitaban otro abogado porque el que tenían les estaba resultando un poco “chueco”.

Bueno, le comenté la oferta a mi esposa que también había terminado derecho. Aceptamos dividiéndonos la tarea: ella hacía tribunales y yo el resto. Así fue como en 1975 resultamos metidos en la Central Nacional de Trabajadores y en 1978 nos tuvimos que ir del país, luego de sufrir un atentado. Sucede que fuimos amenazados de muerte, por “promover el comunismo y los sindicatos” y no recuerdo cuántas cosas más. En noviembre de 1978 salimos de Guatemala y estuvimos 18 años afuera.

-En aquellos años el movimiento obrero guatemalteco pasaba por un momento de reorganización importante, de ahí la represión brutal que se desencadenó sobre él.
-Sí. De 1975 a 1980 se produjo un importante auge del movimiento de masas, pero también se padeció una represión brutal. El eje de ese auge fue la CNT, y en ese período se constituyeron muchos sindicatos, entre ellos STECSA, aunque en ese proceso fueron asesinados ocho compañeros entre dirigentes y militantes de base.

Durante el tiempo de la guerra civil, la represión en Guatemala fue terrible. Aquí eliminaron a toda la dirigencia que había constituido la CNT. Algunos compañeros desaparecieron, y a otros los mataron. Ahora, los sobrevivientes, estamos tratando de fortalecer los sindicatos después de haber sido muy golpeados.

Ahí empezamos a implementar algo que en Guatemala no se practicaba, procurábamos la instalación de una mesa de negociación con los empresarios, y para ello se utilizaban todas las formas de lucha: el trabajo internacional, la lucha de masas, de movilización, pero nunca nos alejamos de la negociación, siempre estábamos negociando y presionando a la vez.

Las patojas y las viejas

-¿Cómo ves hoy al movimiento obrero?
-El movimiento sindical está debilitado, pero sin embargo encuentras organizaciones como el Sindicato de Trabajadores de Coca Cola que cuenta con 1.000 afiliados en una fuerza de trabajo que asciende a 1.400 personas.

Es un Sindicato que ha crecido, que se ha fortalecido a pesar de todos los problemas. Una organización que nunca abandonó la estrategia original de la CNT, donde se enfrenta a la empresa utilizando todas las formas de lucha, pero nunca te levantas de la mesa de negociación. Ese es el punto central de nuestro planteamiento. Son viejas ideas pero implementarlas aquí en Guatemala ha costado mucho.

-En STECSA se respira conciencia de clase, madurez y mucha mística…
-Es una organización que crece, donde los supervivientes −»las viejas» como les dicen− y los más jóvenes −»las patojas»− están juntos, conscientes de lo que costó formar el Sindicato en vidas humanas, en sacrificio y en lucha.

Ahí están ahora Carlos, Víctor y Dagoberto, muy jóvenes, pura orejas y ojos, todo lo oyen y todo lo ven. Y están «las viejas», que son la memoria viva. En el Sindicato se respira ética y hay mucha mística, tienes razón. La gente sabe adónde quiere ir, pero sabe también de dónde viene, y eso está presente en el superviviente y también en las «patojas».

Otra de las características es la disciplina, a las asambleas asiste el 95% de los afiliados. Algunos tienen que venir de muy lejos, pero llegan. El Sindicato tiene sus controles para que la gente mantenga esa presencia, y ello permite que haya una reproducción; la gente está muy encima de lo que pasa en el Sindicato. En una asamblea general se para cualquiera y te dice cualquier cosa.

Al comité ejecutivo hay gente que se para y le dice lo que siente, eso está abierto, no hay un mecanismo para evitar que la base no sepa lo que estamos haciendo, al contrario, se promueve que la base sepa dónde estamos y se le consulta constantemente.

-STECSA es una isla en un país donde la sindicalización no llega al 3%. ¿Cómo ves el futuro?
-Estamos en un momento en el cual nos atacan de todos lados. Sin embargo, si todo sale bien en Coca Cola y se firma un nuevo convenio, aquí se observará un salto de calidad.

Si analizas a Federación Sindical de Trabajadores de la Alimentación (FESTRAS), encontrarás muchos problemas, pero no es menos cierto que los sindicatos que tenemos hoy son más fuertes. Por ejemplo, el sindicato del Ministerio de Agricultura: comenzamos con 35, y hoy hay 500 afiliados.

La gente está viendo un nuevo sindicalismo, que consigue cosas para la gente, y los compañeros ven que el sindicato es transparente, que los dirigentes no se convierten en representantes del patrono. Cuando la gente percibe eso siente confianza y la organización crece.

El regreso y de nuevo las amenazas

-Regresas al país, te vinculas al trabajo de STECSA, al de FESTRAS y a uno de sus proyectos de formar sindicatos en las maquilas. El resultado es que resurgen las amenazas de muerte.
-Si, es cierto. Pero, la gran ventaja ahora es que mis hijos crecieron. La vez pasada, cuando me obligaron a irme −quizás por eso estoy vivo− mis hijos eran pequeños.

Ahora el menor tiene 21 años y no vive aquí. A los que me amenazaron, les dije: háganlo rápido, háganlo ya, y me hacen un favor, me convierten en mártir, en héroe de la lucha obrera. Más jodido sería morirme en mi cama. Ya esas cosas no me preocupan. Esa gente no me amedrenta, porque todo lo que estoy viviendo desde que regresé, son horas extras, es ganancia, yo ya viví.

-Te defino optimista…
-Si, claro, soy optimista. Aquí hay mucho trabajo que hacer. Lo único que lamento es que ya no tengo la fuerza que tenía hace 30 años, pero por lo demás, estoy haciendo lo que quiero hacer. Cuando mis hijos me llaman y me preguntan:

-Papá, ¿cómo estás?

-Bien, −les respondo−.

-¿Mucho trabajo?

-Sí, mucho trabajo.

-¿Por qué no descansas? –me dicen−.

-Porque estoy haciendo lo que quiero hacer −respondo−.

Esto es lo que me gusta, y aquí quiero morir, haciendo esto.