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Un modelo aceitado de precarización laboral
Efecto Amazon
Ubicada entre las empresas que mayores ganancias han obtenido durante la pandemia de coronavirus, dirigida por el hombre más rico del planeta, Amazon no sólo ha agravado la crisis del pequeño y mediano comercio urbano a escala planetaria, sino que ha expandido un modelo de organización laboral absolutamente depredador.
Daniel Gatti | Rel UITA
“Después de seis meses de mover cajas en un almacén de Amazon cerca de Ciudad de México como trabajador subcontratado, Jaime Hidalgo creía que le esperaban estabilidad laboral y posibilidades más brillantes cuando finalmente recibió el ‘blue badge’ de la empresa, lo que lo convertía en personal directo de la compañía.
Hidalgo, de 35 años, estaba convencido de que el tiempo extra obligatorio y las semanas de 60 horas habían valido la pena cuando se convirtió en empleado con todas las letras, pero pocas semanas después fue despedido cuando a causa de una gastroenteritis necesitó más descansos para ir al baño y estuvo menos tiempo en el piso del depósito”.
Así comienza una larga y documentada nota sobre el universo Amazon en México publicada el 28 de abril en el portal de la Thomson Reuters Foundation.
Sus autores, Christine Murray y Avi Asher-Schapiro, se entrevistaron con 15 ex empleados de la transnacional que aceptaron relatar cómo la empresa de Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo, que suele hacerse pasar por progre, los explotó a conciencia antes de despedirlos por motivos no demasiado fundados.
Lo denunciado por Hidalgo se repite a lo largo de los testimonios de los otros ex empleados de la compañía.
“Entrevistas con trabajadores, copias de recibos de nómina y mensajes de WhatsApp de los servicios de Recursos Humanos de Amazon revelan que muchos tenían que trabajar horas extra que superaban los límites legales, mientras que otros fueron despedidos sin liquidación, forzados a renunciar o exonerados después de enfermarse de Covid-19”, dice la investigación.
Consultada por los periodistas, la empresa se limitó a decir que respeta las normas laborales de todos los países en que opera y que para ella, of course, “nada es más importante que la seguridad y el bienestar” de su personal.
Tres abogados laborales la desmienten al menos en varios planos, “desde las horas extra forzadas excesivas y el uso de contratados para tareas no especializadas hasta despidos sin pago de indemnización” o de trabajadores cursando enfermedades, pasando por semanas laborales de 60 horas, cuando la ley autoriza sólo de 48 con hasta nueve horas extras obligatorias en circunstancias extraordinarias.
Y en poco tiempo Amazon podría quedar en falsa escuadra en otro plano si no se adapta a una reciente ley mexicana que limita la subcontratación.
Pero para estas compañías que mueven más dinero que muchísimos países y fijan condiciones para operar en los territorios –y si a las autoridades locales no les sirven se van a otra parte con sus empleos a cuestas- todo vale.
El contexto de la pandemia le vino de perillas a Amazon. Como la gigantesca mayoría de las empresas de comercio electrónico, creció exponencialmente, y para atender un mercado que se le ensanchó como nunca pudo echar mano en todo el mundo a millones de trabajadores que quedaron desocupados.
En 2020 unas 500.000 personas se incorporaron al personal de la transnacional, que hoy supera los 1,3 millones. El management de Amazon, con ese sentido de la paradoja que tienen los empresarios, los llama elegantemente “socios”.
En los depósitos de México, esos “socios” están, en más de dos terceras partes, tercerizados y constituyen una enorme “fuerza laboral precarizada”, según los ex trabajadores dijeron a los periodistas de la Fundación Thomson Reuters.
“La desigualdad social es producto en buena medida de este tipo de prácticas que han deformado el mundo de trabajo y permitido la explotación”, les dijo a su vez el senador mexicano Napoleón Gómez.
Los “socios” cobran, en todo el mundo, por encima del salario mínimo legal, pero también están sometidos a un sistema de rotación permanente tipo use y tire y condiciones de trabajo extenuantes, con ritmos infernales, horas extra sorpresivas, excesivas y obligatorias y un control orwelliano.
“Los horarios son muy pesados, son 12 horas en las que tienes que andar caminando… todo te lo miden”, relató para la investigación periodística un hombre de 38 años, Christian Montiel.
Con el “todo te lo miden” Montiel aludía a un sistema de monitoreo de la productividad del personal que funciona las 24 horas en los depósitos de Amazon a lo largo y ancho del planeta.
Se llama TOT (Time off Tasks) y consta de máquinas que llevan la cuenta de la cantidad de cajas que empaca cada empleado y los códigos de barras que registran, así como el tiempo que les insumen sus desplazamientos, incluso el que ponen en marcar tarjeta al ingreso.
Los “socios” deben llevar unos brazaletes electrónicos que los hacen ubicables en todo momento por sus capataces.
“Cuando el TOT marca que has bajado tu productividad y que ‘perdiste’ determinada cantidad de tiempo viene el supervisor y te dice cómo recuperar el tiempo perdido, bajo pena de sanciones disciplinarias o que te despidan”, dijo un empleado a la revista francesa Le Monde Diplomatique, que este mes de mayo publicó también una investigación sobre Amazon.
El TOT mide también el tiempo “perdido” en ir al baño, y como en los depósitos hay pocos baños y están muy distantes de los sitios de trabajo es común que empleados y empleadas orinen en botellas.
Escenas como esas fueron denunciadas abundantemente por trabajadores del depósito de la transnacional en Bessemer, en el estado estadounidense de Alabama. Durante mucho tiempo la empresa lo negó, hasta que debió reconocer que era una práctica extendida, y no sólo en Estados Unidos.
Amazon se maneja con un modelo laboral global que aplica en todas sus filiales y que supone evitar una relación directa con los trabajadores, dijo a los periodistas de la Fundación Thomson Reuters Chris Forde, codirector del Centro de Relaciones Laborales, Innovación y Cambio de la universidad británica de Leeds.
“¿Cómo puede haber empresas que manejen este tipo de tratos y que nadie haga nada?”, se preguntó el investigador.
Quisieron decir y hacer algo una parte de los trabajadores del depósito de Bessemer. Y ese algo era formar una filial del Sindicato de Tiendas Minoristas, Mayoristas y Grandes Almacenes (RWDSU), que agrupa a unos 80.000 trabajadores y trabajadoras de esos sectores.
En ninguno de los depósitos de Amazon en Estados Unidos hay un sindicato. Y por bastante tiempo más seguirá sin haberlo.
La lucha era, de pique, desigual. La ley que rige en Estados Unidos para poder formar un sindicato en una empresa es, como tantas otras leyes en ese país, una locura, y, cuándo no, favorece los intereses de los empresarios.
Quienes quieran agruparse en un gremio que los defienda deben, primero, conseguir la firma de 30 por ciento de los integrantes de la plantilla de una empresa y, luego, lograr que en un plebiscito la mayoría de los trabajadores lo refrenden.
Nada impide, por el contrario, a la empresa, desarrollar todo tipo de presiones para impedir que el sindicato vea la luz.
El primer paso, los pro sindicato de Bessemer lo dieron: consiguieron las firmas necesarias para convocar la consulta interna. Pero no pudieron concretar el segundo: el mes pasado, en el plebiscito convocado, casi 1.800 trabajadores votaron contra la formación del gremio y sólo 738 a favor.
Amazon jugó a fondo sus cartas. Antes de que se realizara el plebiscito ofreció una prima de renuncia para facilitar la salida de los descontentos y luego del comienzo de la campaña echó a 250 personas que identificó como críticas, dice Le Monde Diplomatique citando fuentes del personal.
Como únicos argumentos, puso sobre la mesa que ofrece una cobertura de salud desde el ingreso a la fábrica y que paga más de 15 dólares la hora de trabajo, el doble del mínimo legal y bastante más que lo que cobra la gran mayoría del personal de las otras empresas del sector servicios.
El resto fueron todo falacias y presiones. Amazon dijo a sus trabajadores, por ejemplo, que harían mejor en destinar los 50 dólares que deberían pagar “obligatoriamente” como cuota sindical a “otros menesteres”.
Era mentira. La ley de Alabama (como la que rige en otros 26 estados con normas favorables a las patronales) no obliga al pago de cuota sindical alguna, faltaba más.
Para la implementación de su campaña antisindical, la empresa recurrió a los llamados “union busters”, esos rompedores de sindicatos que ya no son aquellos rompehuelgas de décadas atrás que “convencían” a fuerza de palazos o balazos sino unos muy presentables “consultores” de saco y corbata.
Jane McAlevey, especialista universitaria en el mundo del trabajo y articulista del diario de izquierda estadounidense The Nation, trajo a colación, en un artículo consagrado a la derrota de Bessemer (Sin permiso, 18-IV-21, por su versión en español), un libro sobre esos rompedores de sindicatos escrito en 1993 por uno de ellos, Confessions of a Union Buster, de Martin Jay Levitt.
“Está lleno de arrogancia” ese libro, “como debe ser, dado el número de campañas sindicales que Levitt ayudó a destruir”, apunta McAlevey.
Y cita pasajes de Confesiones de un rompe sindicatos.
Uno: “El antisindicalismo es un terreno lleno de matones y basado en la mentira. Una campaña contra un sindicato es un ataque a las personas y una guerra contra la verdad. Como tal, es una guerra sin honor. La única forma de desmantelar un sindicato es mentir, deformar, manipular, amenazar y siempre, siempre, atacar”.
Otro: “Toda campaña de ‘prevención sindical’, como se denominan esas guerras, se basa en una estrategia combinada de desinformación y de ataques personales”.
En función de las instrucciones de sus consultores, la dirección de Amazon en Bessemer envió cartas a los empleados, convocó a reuniones de asistencia obligatoria en los lugares de trabajo, amenazó con despidos, hizo correr rumores de que en caso de que se formase un sindicato la fábrica podría cerrar, se conocieron como por casualidad detalles sobre la vida personal de promotores del sindicato.
La empresa también operó sobre la alcaldía del lugar.
Como por la pandemia los activistas del RWDSU descartaron hacer campaña casa por casa, se paraban en los accesos al depósito de Bessemer.
Allí funcionaba un semáforo que obligaba a los trabajadores que llegaban en auto a detenerse un par de minutos, tiempo que los sindicalistas aprovechaban para charlar con ellos y les daban propaganda.
Pero Amazon se movió ante las autoridades municipales y dijo que el semáforo provocaba embotellamientos. La Intendencia estuvo de acuerdo.
Como todas las grandes transnacionales, Amazon tiene una enorme capacidad de presión sobre las autoridades estatales o municipales de los territorios en que operan, sobre todo en regiones devastadas por el desempleo, recordó Le Monde Diplomatique.
Con sus más de 800.000 trabajadores y trabajadoras repartidos en unos 110 depósitos de talla similar al de Bessemer, la empresa de Jeff Bezos es hoy el segundo empleador privado de Estados Unidos, y en dos años, con la construcción de otros 33 almacenes y la contratación de decenas de miles de personas, podría convertirse en el primero, por encima de la cadena de supermercados Walmart.
Pero el RWDSU también cometió errores, dijo McAlevey.
No realizar campaña casa por casa y apostar todo a las “estrategias digitales” fue uno. “Nada reemplaza el contacto personal”, comentó.
Otro error fue pensar que porque el personal de la empresa estaba compuesto mayoritariamente de negros e hispanos votaría en favor de la formación del sindicato.
En el condado de Bessemer, más de 40 por ciento del electorado negro se inclinó en favor de Donald Trump en las elecciones de 2016 y 2020, siguiendo la opción de los pastores evangélicos del lugar, con los cuales el RWDSU no se contactó, coincidieron las notas de The Nation y Le Monde Diplomatique.
Alabama presenta la particularidad, por ejemplo, de tener la única fábrica de Mercedes en el mundo que carece de sindicato a pesar de emplear a miles de trabajadores.
Y en un país como Estados Unidos, lobotomizado por décadas de prédica neoliberal, individualista y de campañas antisindicales constantes, donde no en vano la tasa de sindicalización cayó de 20 por ciento en 1983 a 11 por ciento en 2020, no es raro que las empresas convenzan a quienes explotan.
Un empleado de 19 años de la planta de Bessemer citado por Le Monde Diplomatique dijo que para él los sindicalistas son “ladrones” que roban a sus afiliados a través de la cuota sindical y no les devuelven nada.
“Existe una enorme brecha entre el mundo de fantasía de Amazon, en el que todos están en el mismo barco trabajando para deleitar a los clientes, y la dura realidad del ritmo de trabajo acelerado” y sin embargo la fantasía prende, dijo al diario argentino Página 12 el profesor visitante de la Universidad George Washington Robin Gaster.
Gaster prevé que “una gran pérdida como la de Bessemer no alentará a los trabajadores de otros almacenes de Amazon a correr el riesgo de organizarse”.
Las cosas podrían cambiar, dice McAlevey, si el parlamento termina aprobando una ley que protege -más que ahora al menos- el derecho a la organización sindical, que tiene media sanción de la Cámara de Representantes.
Pero en el Senado podría rebotar, no sólo porque allí los demócratas tienen una mayoría ínfima sino porque entre los propios demócratas operan a fondo lobies empresariales “modernos”.
Joe Biden se mostró favorable a la sindicalización de los trabajadores de Amazon, pero en las pasadas elecciones Jeff Bezos no ocultó que prefería a los demócratas sobre Donald Trump, y el peso de las grandes transnacionales tecnológicas en el aparato del partido gobernante en Estados Unidos está más que probado.
Mientras tanto, los modelos de precarización laboral avanzan en el mundo a medida que van ganando espacio empresas Amazon, las Walmart, las McDonald’s.
No sólo los sindicatos van a tener que adaptar sus estrategias a esta nueva realidad, sino todos aquellos que pretendan cambiar el estado de cosas en el mundo.
Son empresas que están contribuyendo a que el mundo sea un lugar cada vez más infernal, se dijo durante una reunión intersindical realizada en Estados Unidos para discutir, entre otras cosas, la organización de un boicot a Amazon.
La reunión, contó Le Monde Diplomatique, se hacía por Zoom y alguien observó que Amazon se estaba enriqueciendo mientras se debatía sobre el boicot, porque la nube informática de Zoom depende de Amazon Web Services…